Maestro Lolo - Alfa y Omega

Maestro Lolo

Ricardo Benjumea

Su profunda devoción eucarística; su capacidad de descubrir la mano de la Providencia en todo; su vivencia siempre alegre de la cruz; su exultante felicidad, que nada ni nadie le pudo nunca arrebatar, ni las persecuciones ni los más terribles dolores; su mirada a los hombres desde el amor incondicional de Dios… El ya beato Manuel Lozano Garrido, Lolo (1920-1971), reúne muchas características que hacen su testimonio especialmente válido no sólo para los periodistas, por ser el primero de ellos en subir a los altares sin pasar por el martirio, sino para todos los hombres de este mundo enfermo de tristeza y materialismo.

Lolo escribió mucho mientras su enfermedad se lo permitió, y dictó cuando ya no pudo hacer otra cosa. Siempre como con prisa, cuenta su hermana Lucía; siempre «con amor y con un sentimiento de urgencia, ya que tenía cierto convencimiento de que no le quedaba mucho tiempo de vida».

La práctica totalidad de su obra literaria está reunida en 10 libros editados por Edibesa, a los que hay que sumar, en la misma editorial, los publicados sobre él por el Postulador de su Causa, don Rafael Higueras —La alegría vivida en el dolor (2000)—, y por el también sacerdote don Pedro Cámara, amigo de la infancia del beato —Lolo, un cristiano (1999)—.

En el prólogo del libro de Higueras, el padre José María Javierre, otro gran periodista cristiano, último Premio ¡Bravo!, cuyo primer galardonado fue precisamente Lolo (desde hace unos meses, ambos son vecinos en el cielo), destacaba cómo Lolo unió «dos términos tradicionalmente incompatibles: alegría y dolor». Se cita también en ese trabajo a otro insigne maestro de periodistas católicos, el obispo emérito de Mérida-Badajoz, monseñor Antonio Montero, que le califica de tullido de las piernas pero no del corazón; testigo alegre del amor a Dios

El sentido del dolor, como camino de redención, aparece constantemente en la obra de Lolo, desde su primer libro, El sillón de ruedas. Vuelve a ese tema, aunque siempre de forma nueva y original, en sus libros-diarios Dios habla todos los días; Las golondrinas nunca saben la hora; y Las estrellas se ven de noche, su diario póstumo. Y también en su novela autobiográfica El árbol desnudo, nominada para el Premio Nadal. Llama también la atención Cartas con la señal de la Cruz, dirigidas a personas enfermas y a personas sanas, que incluye un impresionante vía crucis.

Pero los textos de Lolo no son los de un enfermo retirado del mundo, sino los de un periodista que, en medio de su reclusión, encontró siempre el modo de estar informado. Su prodigiosa cabeza hizo el resto. «Manolo era un archivo viviente de todo: de voces, de ideas, de pensamientos», contó de él Martín Descalzo. «Y ciego como estaba, tenía fotografiado en su interior cuanto en los años de luz había visto».

Pero lo que define su obra y su modo de ver el mundo no es tanto su perspicacia, que la tuvo, sino su mirada desde el amor. En Mesa redonda con Dios, traza magníficos perfiles sobre el chupatintas, el minero, la maestra de pueblo, la madre de familia… «Sobre todos ellos —escribe en el prólogo Venancio Luis Agudo—, proyecta Lolo, no la amargura y desesperanza, tan abundantes en la literatura de su —y nuestro— tiempo, sino todo lo contrario, la luz esperanzadora que, por la sola condición humana, adivina en el fondo de cada uno de ellos, a pesar de las costras que puedan cubrirla».

Completan las obras editadas por Edibesa Bien Venido, una colección de breves reflexiones de Lolo, de esas ideas que fluían siempre sin cesar por su mente; y Cuentos en La Sostenido, una recopilación póstuma, preparada por la Asociación de Amigos de Lolo, de algunos de sus cuentos, representativos de uno de los géneros que más cultivó el Beato. Y cómo no, Reportajes desde la Cumbre, en la que asoma con especial nitidez el periodista…