Madrid será capital de la paz en 2019
El cardenal Osoro anunció este martes que será la sede del próximo Encuentro Internacional de Oración por la Paz, que organiza la Comunidad de Sant’Egidio, en septiembre de 2019
El cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, anunció este martes, 16 de octubre, que Madrid acogerá el próximo Encuentro Internacional de Oración por la Paz, impulsado por la Comunidad de Sant’Egidio. Lo hizo en la clausura de la edición de este año, celebrada con el lema Puentes de Paz en Bolonia (Italia), para volver este miércoles a Roma donde continúan los trabajos del Sínodo de los obispos dedicado a los jóvenes.
Durante el acto de clausura se pudo escuchar al arzobispo de Bolonia, monseñor Matteo Zuppi; al presidente de la Comunidad de Sant’Egidio, Marco Impagliazzo; al obispo de Haimen (China), monseñor Joseph Shen Bin, y a Bernice A. King, pastora bautista e hija de Martin Luther King.
Después, se procedió a la lectura del Llamamiento de Paz 2018, en el que se subraya que las religiones pueden y deben ser fundamentales en la construcción de un mundo en paz: «Las religiones tienen ante sí varias posibilidades: trabajar por la unificación espiritual que ha faltado hasta el momento en la globalización y trabajar por un destino común de la humanidad, o dejarse llevar y terminar siendo utilizadas contra la globalización, sacralizando fronteras, diferencias, identidades y conflictos, o quedarse encerradas en sus recintos ante una globalización plenamente económica».
Durante tres días, representantes de las distintas religiones abordaron cuestiones como las guerras olvidadas, la crisis de Europa, las desigualdades que genera la globalización, el desarrollo sostenible, el desarme, la pobreza, el futuro de los jóvenes o la migración, al tiempo que han profundizado en las figuras de Martin Luther King, san Juan Pablo II o san Óscar Romero.
Papa Francisco: «No podemos dejar que la indiferencia domine a los hombres»
En un mensaje destinado a los participantes, el Papa Francisco celebra la iniciativa de Sant’Egidio y la diócesis de Bolonia, y recuerda que «el título que se ha elegido para este año –Puentes de Paz– evoca la singular arquitectura de pórticos típica de Bolonia» y «es una invitación a crear conexiones que desemboquen en encuentros reales, lazos que unan, itinerarios que ayuden a superar conflictos y asperezas».
«En el mundo globalizado –prosigue el Pontífice–, donde por desgracia parece cada vez más fácil excavar distancias y cerrarse en los intereses particulares, estamos llamados a trabajar juntos para unir a personas y a pueblos. Es urgente elaborar juntos recuerdos de comunión que curen las heridas de la historia, es urgente tejer tramas de pacífica convivencia para el futuro».
En este sentido, el Papa incide en que «no nos podemos resignar al demonio de la guerra, a la locura del terrorismo, a la fuerza engañosa de las armas que devoran la vida», ni dejar «que la indiferencia domine a los hombres, haciéndolos cómplices del mal, de aquel mal terrible que es la guerra, cuya crudeza pagan sobre todo los más pobres y los más débiles».
«No podemos eludir nuestra responsabilidad de creyentes, llamados, aún más en la actual aldea global, a preocuparnos por el bien de todos y no conformarnos con estar nosotros en paz. Las religiones, si no siguen caminos de paz, se contradicen. No pueden más que construir puentes en nombre de Aquel que no se cansa de unir el Cielo y la tierra. Nuestras diferencias no deben ponernos a unos contra otros. El corazón de quien cree de verdad exhorta a abrir, siempre y en todas partes, caminos de comunión», asevera.
Mujeres y hombres de religiones distintas, por invitación de la Comunidad de Sant’Egidio y de la archidiócesis de Bolonia, nos hemos reunido como peregrinos en esta hermosa y acogedora ciudad. Nos mueve una idea y una responsabilidad: la paz no se alcanza de una vez por todas y siempre debemos reconstruirla juntos, purificando el corazón y la mente, ayudando a los pueblos a mirarse a los ojos, uno al otro, y a no dejarse dominar por el miedo.
Durante los años en los que hemos vivido la globalización ha faltado una unificación espiritual; las numerosas desigualdades, las injusticias, las nuevas guerras, la producción de nuevas armas –que son demasiadas–, y la creación de muros que parecían algo del pasado, han negado el sueño de un mundo en paz. Sin embargo, con la guerra todos, incluso los vencedores iniciales, pierden.
En estos años el Espíritu de Asís ha favorecido el encuentro, ha revelado que la guerra en nombre de la religión siempre es guerra contra la religión. La guerra siempre es una «masacre inútil», que va contra el hombre. Por tanto, con la oración y con la solidaridad con quienes sufren en muchos lugares del mundo, queremos hacer nuestra aportación para construir «puentes de paz». El nuestro es un tiempo de grandes oportunidades, pero también de muchos puentes destruidos y de nuevos muros. Es un tiempo de pérdida de memoria y de desperdicio de aire, agua, tierra y recursos humanos; este desperdicio deja a las generaciones futuras pesos y costes insoportables. Hemos escuchado recuerdos dolorosos de países en guerra y testimonios de tierras donde vuelven a nacer fronteras, muros y contraposiciones.
Los humildes, los pobres de la tierra y los heridos por la vida esperan que llegue la paz. No podemos encerrarnos en el pesimismo o, peor aún, en la indiferencia.
Hay que cambiar los corazones y abrir las mentes a la paz. Nos comprometemos a trabajar para eliminar las causas que, a menudo, son el origen de muchos conflictos: la avidez de poder y dinero, el comercio de armas, el fanatismo, el nacionalismo exasperado, el individualismo, el éxito de grupos que se erigen en criterio absoluto y la creación de chivos expiatorios. También nos comprometemos a crear y defender los lazos humanos para superar la soledad, que caracteriza cada vez más nuestras sociedades: jóvenes solos que no tienen más perspectiva que emigrar, ancianos abandonados a morir solos, países ignorados y guerras olvidadas que nos impulsan a tener un mayor compromiso común.
Al igual que los pueblos, las religiones tienen ante sí varias posibilidades: trabajar por la unificación espiritual que ha faltado hasta el momento en la globalización y trabajar por un destino común de la humanidad, o dejarse llevar y terminar siendo utilizadas contra la globalización, sacralizando fronteras, diferencias, identidades y conflictos, o quedarse encerradas en sus recintos ante una globalización plenamente económica.
La ausencia de diálogo, la cultura del desprecio y la opción por los muros debilitan las religiones y el mundo. Los muros no dan más seguridad, sino que ponen en peligro la supervivencia de enteras comunidades, y niegan el corazón de la religión, porque el diálogo forma parte fundamental de su experiencia humana y espiritual.
Las religiones son lazos, comunidad y unión. Las religiones son puentes, crean comunión y reconstruyen la familia humana. Perder la conciencia de un destino común es una derrota para la humanidad y para todos los creyentes. Las religiones, en su sabiduría milenaria, forjadas por la oración y el contacto con el sufrimiento humano, son laboratorios vivos de unidad y de humanidad, convierten a los hombres y a las mujeres en artesanos de paz.
Hoy es necesario cambiar el corazón para construir un futuro de paz. ¡Este es el punto de partida! No estamos solos ante esta inmensa tarea. La oración es la raíz de la paz, ayuda a no amoldarse al presente. Sí, la fuerza débil de la oración es la energía más poderosa para alcanzar la paz incluso donde parece imposible. Por eso lo repetimos: no hay futuro en la guerra. Que Dios desarme los corazones y nos ayude a todos a ser un puente de paz. Que Dios nos ayude a reconstruir la familia humana común y a amar «nuestra madre tierra». Porque el nombre de Dios es la paz.