Madrid fue su gran amor
Cuando, el 11 de noviembre, sea clausurado el proceso diocesano del presunto milagro atribuido a la Beata Mariana de Jesús, se habrá dado un paso más —quizás el definitivo— para que la Santa de los pobres adquiera reconocimiento universal
Terciaria Mercedaria nació el 21 de enero de 1565, en la madrileña calle de Santiago, con el nombre de Mariana Navarra de Guevara y Romero. Perteneciente a una familia acomodada, a muy temprana edad se quedó huérfana de madre. Casado su padre en segundas nupcias, ejerció de madre para sus hermanos.
Ya desde pequeña, mostró un amor especial a Jesús Eucaristía, practicaba austeridades y rezaba con frecuencia. También la Virgen gozaba de sus preferencias. E incluso su Ángel custodio, con quien conversaba a menudo.
Creció como una muchacha normal. Sus padres la habían prometido en matrimonio, y puede que ella llegara a consentir el compromiso. Pero un buen día, cuando contaba 22 años, un sermón de un fraile y su espiritualidad apasionada la ayudaron a decidir su vocación. Su deseo de entregarse a Dios provocó un gran revuelo en su familia, que intentó persuadirla para hacerla cambiar de opinión. Recurrieron a los castigos, prohibieron sus salidas… Ella, fiel a su decisión, meditada en la oración y respaldada por su confesor, recortó sus cabellos y llegó a desfigurar su boca –practicándose un corte en los labios– para parecer fea y disuadir a su prometido. Sus progenitores la confinaron a una reclusión que duró varios años.
Nada de esto hizo mella en la decisión de la joven, que lo aceptó todo, incluso los momentos de oscuridad espiritual con que Dios la regaló en esta época. Comía lo imprescindible y se sometía a sacrificios, viviendo una vida de penitencia, ayudada y dirigida por fray Juan Bautista del Santísimo Sacramento, religioso mercedario. La influencia de fray Juan Bautista, unida a su formación académica en el Convento Grande de la Merced, ubicado en la actual plaza de Tirso de Molina, hizo que el carisma Mercedario atrajera su atención. Pero las Madres Mercedarias no la dejaron profesar y vivir como una más dentro de la comunidad, quizás debido a la prevención provocada por la fama de la Beata. Mariana hubo de contentarse con pronunciar los votos en privado, primero ante el padre Guimerán, y luego ante el Padre General de los Descalzos, y vivirlos de manera privada, sin renunciar a llevar el hábito de Terciaria de la Merced.
Gran devota de Jesús Eucaristía –es considerara la precursora de los Jueves Eucarísticos– y de la Pasión, los éxtasis, las visiones de Cristo y de la Virgen María –con quien conversaba– pronto son del dominio público. Esta mística de la Cruz llegó a sufrir el tormento de la corona de espinas, o a degustar la hiel y el vinagre, como Jesús crucificado. Pasa su vida dedicada a la oración y la penitencia, y recorre Madrid con su hábito, procurando ayuda a los más pobres, niños, enfermos, cautivos y todo tipo de necesitados. Pide para ello, por mandato de su confesor, algo que le suponía un gran sacrificio. La fama de sus virtudes y la de las apariciones sobrenaturales y milagros se extendió rápidamente, y su humilde vivienda se convierte en el corazón de la Villa y Corte. Las reinas Margarita de Austria e Isabel de Borbón, y muchas personalidades de la época, acudieron a ella en busca de consejo espiritual.
Felipe IV y miembros de la nobleza se cuentan entre sus devotos. Su compasión y ternura dan para todos. A unos escucha, a otros ayuda con dinero, incluso ofreciendo su propia comida, entre otros pone paz, soluciona conflictos, cura enfermedades…
La Santa de los pobres
Eran conocidas sus premoniciones o visiones, que con frecuencia eran consultadas. Y que, por ejemplo, ayudaron a que un santo madrileño, a quien profesaba una devoción muy especial –san Isidro Labrador–, llegara a los altares, al animar al embajador de Felipe III a que fuese a Roma para solicitar la canonización del madrileño, asegurando que a su vuelta traería el Decreto firmado, y que su mujer, enferma crónica, vendría curada. Una vez canonizado, la estatua del Patrono de Madrid fue colocada en la Puerta de Alcalá, junto con la de santa María de la Cabeza. Muerta Mariana, también su imagen fue puesta en dicha puerta, situada a uno de los lados de la Virgen de la Merced, y al otro san Pedro Nolasco, fundador de la Orden. Esa Puerta sería derribada por Carlos III para construir la actual.
También para las religiosas Mercedarias, en cuya Orden profesó de manera privada, tuvo palabras premonitorias: no me aceptáis en vida, pero me recibiréis una vez muerta. Y así fue. Fallecida en olor de santidad a los 59 años –el 17 de abril de 1624–, su cadáver fue expuesto al público durante tres días, y miles de devotos acudieron a darle su último adiós. Sus restos fueron enterrados en el antiguo convento de Santa Bárbara, donde permanecieron hasta la ocupación francesa. En ese momento, las tropas napoleónicas robaron la arqueta de plata que contenía su cuerpo. Los frailes, previsores, lograron entretener a los franceses el tiempo suficiente para sacar el cuerpo antes del saqueo, tirándolo envuelto en una sábana a un convento de carmelitas colindante con el convento mercedario. El monasterio de las Madres Mercedarias de don Juan de Alarcón solicitó después el cuerpo al obispado.
Así, sus restos fueron trasladados al actual convento de las Religiosas Mercedarias, en la madrileña calle de Valverde 15, en cuya iglesia permanecieron hasta la Guerra Civil, fecha en que las Madres abandonan el convento por ser ocupado durante la contienda. El cuerpo de la Beata será escondido en una ebanistería, para ser trasladado después al convento de la Encarnación, donde permaneció hasta terminar la Guerra. Una mañana muy fría de invierno fue trasladado, a hombros, por los Caballeros de la Orden de la Merced, al monasterio de Alarcón, donde hoy descansan.
Aclamada como la Santa de los pobres de Madrid desde el momento de su muerte, pronto se inicia el Proceso de beatificación. Por unanimidad, el pueblo llano, los nobles e incluso los reyes se unen dando testimonio de los incontables favores, prodigios y milagros obrados por su intercesión. Beatificada en 1783 por Pío VI, el 8 de marzo de 2011 se abrió el Proceso diocesano de canonización después de que la Beata hubiera realizado el esperado milagro: la presunta curación de una niña hace 14 años, proceso que se cerrará el próximo lunes, a las 19 horas, en la iglesia de las Madres Mercedarias de don Juan de Alarcón (calle Puebla, 1).
Madrid fue su gran amor. Y Madrid ha correspondido a la Beata con un amor como el que ella tuvo a su ciudad.