Madrid acoge las obras más queridas de Monet - Alfa y Omega

Madrid acoge las obras más queridas de Monet

«Estos paisajes se han convertido en una obsesión», reconocía el pintor, exponente del impresionismo. Su lucha por plasmar la luz y el color se puede contemplar en CentroCentro

Javier García-Luengo Manchado
Campo de tulipanes en Holanda. Musée Marmottan Monet, París. Foto: Musée Marmottan Monet, París.

«Que sepáis que el trabajo me absorbe por completo. Estos paisajes de agua y reflejos se han convertido en una obsesión. Superan mis esfuerzos de anciano, pero quiero conseguir plasmar lo que siento […]. Espero que de todos estos esfuerzos salga algo bueno». Y, en efecto, de aquella sabia ancianidad, de aquella obsesión, de aquellos esfuerzos a los que Claude Monet (1840-1926) se refiere en estas palabras autógrafas, salió algo más que bueno. El impresionismo que el genial francés cultivó hasta bien entrado el siglo XX coadyuvó, quizá inconscientemente, a la conformación de una de las principales revoluciones pictóricas del siglo pasado: la abstracción cromática.

Así lo constata la exposición recientemente inaugurada en CentroCentro —en la sede del Ayuntamiento de Madrid, en Cibeles—, en colaboración con el Musée Marmottan Monet de París. Se trata de la mayor muestra antológica que se ha realizado de Monet en España en los últimos 30 años. Su interés radica, además, en la peculiaridad de reunir buena parte de las obras más queridas del autor, aquellas que le acompañaron a lo largo de su vida. Afortunadamente, dicha colección fue donada, en 1966, por su hijo Michel a la precitada institución parisina.

De hecho, el carácter intimista de estos cuadros y estudios permite acercarnos a los temas y técnicas más personales del último Monet, incluyendo las originales composiciones ejecutadas a pesar de los problemas ópticos derivados de sus conocidas cataratas.

Monet nunca renunció a su arrobo casi místico por el color, por esas sinfonías cromáticas donde el agua, espejo celeste, diluía formas y pinceladas en pro de su poesía evanescente, de sus trazos firmes y livianos, sugerentes y precisos a la par.

Claude Monet es uno de los autores más reconocidos del impresionismo. Los lienzos que iluminan —el término no es baladí— nuestro recorrido a través de las salas de CentroCentro confirman lo dicho, testimoniando aquellos rasgos tan característicos de su quehacer.

No en vano, el bajo continuo de estos cuadros son los efectos lumínicos y atmosféricos que vertebraron la experimentación estética de los impresionistas desde la década de los años 1870. Para ello, Monet empleó su peculiar factura, rápida y suelta, capaz de recrear los cambios cromáticos parejos a las variables iridiscencias de las diferentes horas del día a lo largo de las cuatro estaciones del año.

Hijo del positivismo, Monet forjó su producción desde la perspectiva de la observación lumínica, repitiendo una y otra vez disímiles iconografías paisajísticas, con el fin de plasmar las tonalidades producidas por la niebla, la nieve o el sol del mediodía. A ello contribuyeron sus innumerables viajes y estancias en Holanda, Inglaterra o Noruega.

En este sentido, nuestro protagonista se hizo eco de la gran serie que otrora el artista japonés Katsushika Hokusai tributó al monte Fuji. No olvidemos la influencia que la cultura nipona, y en concreto los grabados en madera ukiyo-e, ejercieron en la intelectualidad gala de la segunda mitad del siglo XIX. Monet no fue una excepción, antes al contrario; desde que se instalara en Giverny, en 1883, se volcó en una de sus grandes pasiones: el diseño de un jardín japonés para su propio disfrute. El estanque y los nenúfares, que aún hoy se mantienen in situ, se convirtieron en un auténtico y recurrente laboratorio pictórico. Así lo constatan las obras reunidas en la actual exhibición.

Ahora bien, el señalado interés por las evanescencias atmosféricas, tan originales del impresionismo en general y de Monet en particular, no fueron ajenas tampoco al redescubrimiento y admiración despertada por Velázquez en el París finisecular. Tal fascinación no caería en saco roto para Claude Monet, agudizándose paulatinamente su interés por la naturaleza, por el plein air (pintura al aire libre), en detrimento de la figura humana.

En definitiva, las originales vistas de Monet que descubrimos en esta exposición demuestran que aquella ancianidad a la que él mismo se refería, según señalábamos al principio, no era incompatible con la fuerza de la modernidad, con su pasión encendida por las flores, por el campo, por la luz y por todo aquello que, desde la riqueza de su paleta, glosaba su feliz y original vitalidad, su afán por seguir trabajando y su anhelo por hacer del arte y la naturaleza un poético binomio capaz de trascender de sus días a nuestros tiempos.