La aventura del color: impresionistas y bohemios - Alfa y Omega

La aventura del color: impresionistas y bohemios

La Fundación Mapfre recorre en Madrid el nacimiento del arte moderno, en dos exposiciones simultáneas, que llegan a su fin el 5 de mayo. Una de ellas muestra el impresionismo y postimpresionismo del Museé d’Orsay, de París, y la otra abunda en el mito del artista bohemio. Entre ambas, suman 178 obras maestras firmadas por grandes genios como Manet, Cézanne, Degas, Renoir, Van Gogh, Toulouse-Lautrec, Gauguin y un largo etcétera. Pocas veces se ha concentrado tanto talento en una sala de exposiciones

Eva Fernández
Las caravanas. Campamento gitano cerca de Arles (1888), de Vincent van Gogh.

Hubo un momento en la historia del arte en el que un grupo de pintores se atrevió a mirar al mundo de forma distinta. Tras ellos ya nada volvió a ser lo mismo. Con ellos, la pintura dejó de ser representación para convertirse en descubrimiento, y su forma de apropiarse del color dejó abierta la puerta a las vanguardias. Casi todos fueron mentes privilegiadas, que podían ver donde otros no veían. Su interés no se centraba en contar una historia, les hechizaba la pintura en sí misma y la impresión que ésta causaba en los demás. Consiguieron que la mezcla óptica de los colores se realizara en el ojo en lugar de la paleta.

La doble propuesta de la Fundación Mapfre se centra precisamente en aquellos transgresores que marcaron el antes y el después de la historia del arte, mostrándonos la ruta que impresionistas y bohemios abrieron en la pintura cuando se apartaron de los convencionalismos dominantes. Bajo el título: Impresionistas y postimpresionistas. El nacimiento del arte moderno, y a través de 90 obras maestras, todas ellas procedentes del Museo d’Orsay parisino, sabremos qué ocurrió con aquella revolución artística que hizo temblar los cimientos del arte en el siglo XIX. La muestra parte del momento preciso en el que esta corriente dio pie a una serie de propuestas que permiten entender la génesis del arte contemporáneo. Se suele tomar el año 1886 como el momento culminante de la crisis del impresionismo, y, por tanto, de la explosión del post-impresionismo. Es el año en el que se celebra la octava y última exposición impresionista con la ausencia de Renoir, Monet y Sisley, enfadados por la invitación que se había hecho a Gauguin, Seurat o Signac para que participaran en la muestra. Las desavenencias entre los propios artistas se multiplican a todos los niveles, y el arte contemporáneo llega a un punto de no retorno.

Con Monet se inicia el fascinante viaje por las salas de la Fundación Mapfre de Madrid. En Londres, el Parlamento. Boquete de sol en la niebla (1904), comprobamos que su esfuerzo por captar las diferentes impresiones de la luz según el momento del día va dando lugar a una atmósfera cada vez más abstracta. En 1886, el maestro Vincent van Gogh se instala en París y pinta alguno de sus barrios con pinceladas tan vibrantes y expresivas como las de El Merendero de Montmartre (1886). En su sueño de crear una comunidad de artistas en el sur, viaja hasta Arlés, y consigue convencer a su amigo Gauguin para que se acerque hasta la famosa casa amarilla donde convivieron nueve semanas. Allí, Van Gogh se dejará influir por los planos lisos de Gauguin, del que contemplamos Campesinas bretonas (1894) fruto de su etapa en la Bretaña, donde dará un vuelco a su pintura, centrándose en lo esencial, pintando escenas campesinas en las que simplifica las formas.

Como nexo de unión entre el impresionismo y el postimpresionismo, la muestra nos acerca hasta Paul Cézanne, que siempre había sentido la necesidad de romper con las reglas que imponía la técnica impresionista. En Manzanas y naranjas (hacia 1899), se revela su interés por la composición, abriendo el camino que conduciría al cubismo. En este paseo excepcional, el neoimpresionismo tiene un gran representante en Camille Pissarro, que practica un tipo de pintura en la que se aplicaban pequeños puntos de color sobre el lienzo, y así se conseguía un efecto de luminosidad. Lo observamos en Joven campesina haciendo fuego. Escarcha blanca (entre 1887 y 1888).

Origen de la Bohemia artística

Algo cambió a lo largo del siglo XIX: la pintura salió a la calle; y los artistas, a pintar lo que veían.

Podemos comprobarlo en la exposición paralela Luces de Bohemia. Artistas, gitanos y la definición del mundo moderno, en la que descubrimos por qué motivo creadores como Courbet, Manet, Degas, Van Gogh, Goya, Wateau, Corot, Delacroix y Sorolla, entre muchos otros, encontraron inspiración en el espíritu bohemio e indómito de los gitanos (bohémien, en francés).

En un mundo tan cambiante como el de ese siglo, se entiende que estas pinturas sigan fascinando a generaciones, quizás porque la vida bohemia llegó a convertirse en uno de los grandes mitos de la modernidad. A partir del cuadro de Gustave Courbet, La gitana y sus hijos (ca. 1853-1854), la presencia de las clases marginadas en el arte resulta cada vez más frecuente. Fruto de esa fascinación por la vida gitana reconocemos también el trazo rápido y enérgico de Van Gogh, en Las caravanas. Campamento gitano cerca de Arles (1888).

Dos exposiciones que fotografían el nacimiento del arte moderno y, de paso, nos regalan uno de los momentos más brillantes de la historia del arte.