Los sacerdotes que quiere el Papa - Alfa y Omega

Los sacerdotes que quiere el Papa

Formación espiritual, académica, comunitaria y apostólica; no hablar mal de los demás y rezar por aquellos con los que tengo problemas; acudir a la Virgen María; el servicio como camino de vida; comunión con el obispo y amistad sacerdotal…: éstas son algunas de las principales recomendaciones del Papa Francisco a sacerdotes y seminaristas en su diálogo del Papa Francisco con alumnos de Colegios Pontificios que están estudiando en Roma. Ofrecemos un extracto de las respuestas que ha traducido Ecclesia

Redacción

Cuatro pilares indispensables

Me llamo Daniel, vengo de Estados Unidos, soy diácono y pertenezco al Colegio Norteamericano. Nosotros hemos venido a Roma sobre todo para adquirir una formación académica y para mantenernos fieles a este compromiso. ¿Cómo podemos no descuidar una formación sacerdotal integral, tanto en la esfera personal como en la comunitaria?

Vuestro objetivo principal es la formación académica; licenciaros en esto, en lo otro… Pero se corre el peligro del academicismo. Hay cuatro pilares en la formación sacerdotal: esto lo he dicho muchas veces; tal vez lo hayáis oído ya. Cuatro pilares: la formación espiritual, la formación académica, la formación comunitaria y la formación apostólica. Los cuatro interaccionan unos con otros, y yo no entendería a un cura que viniera a licenciarse aquí, en Roma, y que no llevara una vida comunitaria; eso no funciona. O que no cuidara su vida espiritual –la misa diaria, la oración diaria, la lectio divina, la oración personal con el Señor–; o la vida apostólica: hacer algo los fines de semana, cambiar un poco de aires, pero también aires apostólicos, hacer algo ahí… Si se ve tan solo la vertiente académica, se corre el peligro de deslizarse hacia las ideologías, y esto es una enfermedad, una enfermedad también para la concepción de Iglesia. Para entender la Iglesia es preciso entenderla a través del estudio, pero también a través de la oración, de la vida comunitaria y de la vida apostólica.

No hablar mal de los demás y rezar por aquellos con los que tengo problemas

Soy Tomás, de China. Soy seminarista del Colegio Urbaniano. A veces, vivir en comunidad no resulta fácil: ¿qué nos aconseja, partiendo también de su experiencia, para hacer de nuestra comunidad un lugar de crecimiento humano y espiritual y de ejercicio de caridad sacerdotal?

Prepararse al sacerdocio solo, sin comunidad, hace daño. La vida del seminario –es decir la vida comunitaria– es muy importante. Es muy importante porque hay compartición entre los hermanos, que caminan hacia el sacerdocio, aunque hay también problemas, hay luchas: luchas de poder, luchas de ideas, incluso luchas ocultas; y llegan los vicios capitales: la envidia, los celos… Pero llegan también las cosas buenas: las amistades, el intercambio de ideas, y esto es lo importante de la vida comunitaria. La vida comunitaria, si no es el paraíso, es, por lo menos, el purgatorio –no, no es eso… [risas de los asistentes]–, ¡pero no es el paraíso! Un santo de los jesuitas decía que la mayor penitencia, para él, era la vida comunitaria. Es verdad, ¿no es así? Por eso creo que debemos seguir adelante, en la vida comunitaria. Pero ¿cómo? Hay cuatro o cinco cosas que nos ayudarán mucho.

Jamás, jamás hablar mal de los demás. Si tengo algo contra otro, o no estoy de acuerdo con él, ¡a la cara! Pero nosotros los clérigos sentimos la tentación de no hablar a la cara, de ser demasiado diplomáticos, con ese lenguaje clerical… ¡Pero esto nos hace daño, nos hace daño! Los cotilleos son la peste de una comunidad; se habla a la cara, siempre. Y si no tienes el valor de hablar a la cara, habla al superior o al director, y él te ayudará. ¡Pero no vayas por las habitaciones de los compañeros hablando mal!

Otra cosa más es oír, escuchar las diferentes opiniones y discutirlas, pero bien, buscando la verdad, buscando la unidad: esto ayuda a la comunidad. En una ocasión, mi padre espiritual -yo era estudiante de Filosofía; él era un filósofo, un metafísico, pero era un buen padre espiritual-, acudí a él y salió a relucir el problema de que yo sentía rabia por alguien: «Contra este, por esto, por lo otro, por lo de más allá…»; le dije a mi padre espiritual todo lo que llevaba dentro. Y él me hizo una sola pregunta: «Dime, ¿has rezado por él?». Nada más. Y yo dije: «No». Y él se mantuvo callado. «Hemos terminado», me dijo.

Rezar, y el Señor hará lo demás, pero rezar siempre. La oración comunitaria. Estas dos cosas –no quisiera extenderme mucho–, pero os aseguro que si hacéis bien estas dos cosas, la comunidad sigue adelante, se puede vivir bien, se puede hablar bien, se puede discutir bien, se puede rezar bien juntos. Dos pequeñas cosas: no hablar mal de los demás y rezar por aquellos con los que tengo problemas.

Ante todo, ir a la Madre

Soy Daniel Ortiz, y soy mexicano. Aquí en Roma vivo en el Colegio Maria Mater Ecclesiae. Santidad: En la fidelidad a nuestra vocación necesitamos un discernimiento constante, vigilancia y disciplina personal. ¿Cómo lo hizo usted cuando era seminarista, cuando era sacerdote, cuando fue obispo y ahora que es Pontífice? ¿Y qué nos aconseja al respecto?

Tú has dicho la palabra vigilancia. Esta es una actitud cristiana: la vigilancia. La vigilancia sobre sí mismo: ¿qué pasa en mi corazón? Porque donde esté mi corazón, allí está mi tesoro. ¿Qué pasa ahí? Dicen los Padres orientales que debemos saber bien si nuestro corazón está en turbulencia o si nuestro corazón está tranquilo. El primer consejo, cuando un corazón está en turbulencia, es el de los Padres rusos: refugiarse bajo el manto de la Santa Madre de Dios. Ante todo, ir a la Madre, porque a un cura que se olvida de la Madre, máxime en momentos de turbulencia, algo le falta.

¡Vigilar no es ir a la sala de torturas, no! Es mirar el corazón. Nosotros debemos ser dueños de nuestro corazón. ¿Qué siente mi corazón, qué busca? ¿Qué es lo que hoy me ha hecho feliz y qué lo que no me ha hecho feliz? No acabar el día sin hacer esto. Una pregunta que yo hacía, cuando era obispo, a los curas era: «Dime, ¿cómo vas a la cama, tú?». Y ellos no entendían. «¿Qué quiere decir?». «Pues que cómo terminas tu jornada». «Pues agotado, padre, porque hay tanto trabajo, la parroquia, tanto… Después ceno un poco: tomo algo y me voy a la cama, miro la tele y me relajo un poco…». «¿Y no pasas antes por el sagrario?». Hay cosas que nos muestran dónde está nuestro corazón. Jamás, jamás –¡y esto es vigilancia!– terminar el día sin ir a estar un poco ahí, ante el Señor; mirarlo y preguntarse: «¿Qué ha pasado en mi corazón?». En momentos tristes, en momentos felices: «¿Cómo era esa tristeza?». «¿Cómo era esa alegría?».

Me gusta la pregunta sobre la vigilancia. No son cosas antiguas, estas, no son cosas superadas. Son cosas humanas, y, como todas las cosas humanas, son eternas. Siempre las llevaremos a cuestas. Vigilar el corazón era precisamente la sabiduría de los primeros monjes cristianos: enseñaban esto, a vigilar el corazón.

Sólo hay un camino: el servicio

Me llamo Ignacio, y vengo de Manila, en Filipinas. Santo Padre, mi pregunta es: La Iglesia necesita pastores capaces de guiar, gobernar, comunicar tal como nos exige el mundo actual. ¿Cómo se aprende y se ejerce el liderazgo en la vida sacerdotal, asumiendo el modelo de Cristo, que se abajó hasta asumir la cruz, la muerte en la cruz, asumiendo la condición de esclavo hasta morir en la cruz?

¡Pues tu obispo es un gran comunicador! Es el cardenal Tagle… El liderazgo… este el centro de la pregunta… Hay un solo camino -después hablaré de los pastores-, pero para el liderazgo hay un solo camino: el servicio. No hay otro. Si tienes muchas cualidades –comunicar, etcétera– pero no eres un servidor, tu liderazgo caerá, no sirve, no tiene poder de convocatoria. Solo el servicio: estar al servicio…

Recuerdo a un padre espiritual muy bueno; la gente acudía a él, tanto que algunas veces no podía rezar todo el breviario. Y por la noche acudía al Señor y le decía: «Señor, mira: No he hecho tu voluntad, ¡pero tampoco la mía! ¡He hecho la voluntad de los demás!».

Recuerdo a un padre espiritual muy bueno; la gente acudía a él, tanto que algunas veces no podía rezar todo el breviario. Y por la noche acudía al Señor y le decía: «Señor, mira: No he hecho tu voluntad, ¡pero tampoco la mía! ¡He hecho la voluntad de los demás!». Así, los dos –el Señor y él– se consolaban. Muchas veces, el servicio es hacer la voluntad de los demás. El servicio del pastor. El pastor tiene que estar siempre a disposición de su pueblo. El pastor tiene que ayudar al pueblo a crecer, a caminar.

Además, el liderazgo debe ir por la senda del servicio, pero con un amor personal por la gente. Recuerdo a los párrocos de Buenos Aires de antaño, cuando no había móviles ni contestadores automáticos: dormían con el teléfono al lado. Nadie moría sin los sacramentos. Los llamaban a cualquier hora: se levantaban e iban. Servicio, servicio.

Orden y oración a lo largo del día

Me llamo Sèrge, y vengo de Camerún. Cuando volvamos a nuestras diócesis y comunidades, seremos llamados a nuevas responsabilidades ministeriales y a nuevas tareas formativas. ¿Cómo podemos hacer que convivan de manera equilibrada todas las dimensiones de la vida ministerial -la oración, las obligaciones pastorales, las tareas formativas- sin descuidar ninguna de ellas?

Hay una pregunta a la que no he contestado: se ha esfumado, quizá –¡el inconsciente es deshonesto!–, y quiero enlazarla con esta. Me preguntaban: «Usted, como Papa, ¿cómo logra hacer estas cosas?». Yo responderé a la tuya, contando, con toda sencillez, lo que hago yo para no descuidar las cosas. La oración. Intento, por la mañana, rezar Laudes y hacer también un poco de oración, la lectio divina, con el Señor. Al levantarme. Primero leo los [partes] «cifrados», y después hago eso. Y después, celebro misa. Después, empieza el trabajo: trabajo que un día es de un tipo, otro día de otro… intento hacerlo con orden. A mediodía almuerzo, después hago un poco de siesta; después de la siesta, a las tres –con perdón– digo Vísperas, a las tres… ¡Si no se dicen a esa hora, no se dicen ya! Sí, y también la lectura, el Oficio de Lecturas del día siguiente. Después, el trabajo de la tarde, las cosas que tengo que hacer… Después, hago un poco de adoración y rezo el rosario; cena, y final. Este es el esquema.

Pero algunas veces no se puede hacerlo todo, porque me dejo llevar por exigencias no prudentes: demasiado trabajo, o creer que si yo no hago eso hoy, si no lo hago mañana… cae, pues, la adoración, cae la siesta, cae lo otro… Y también aquí, la vigilancia: vosotros volveréis a vuestra diócesis y os pasará lo que me pasa a mí: es normal. El trabajo, la oración, un poco de espacio para descansar, salir de casa, caminar un poco: todo esto es importante… pero debéis organizarlo con la vigilancia y también con los consejos… Lo ideal es terminar el día cansado: eso es lo ideal. No necesitar tomar pastillas: acabar cansado. Pero con un buen cansancio, no con un cansancio imprudente, porque este hace daño a la salud y a largo plazo cuesta caro.

Preparar bien las homilías

Buenos días, Santo Padre; soy Fernando Rodríguez, neosacerdote de México. Usted nos ha recordado que la Iglesia necesita una nueva evangelización. Incluso, en la ‘Evangelii gaudium’, usted ha tratado con amplitud la preparación de la predicación, de la homilía y del anuncio como forma de un diálogo apasionado entre un pastor y su pueblo. ¿Podría volver sobre este tema de la nueva evangelización? Y también, Santidad, nos preguntamos cómo habría de ser un sacerdote para la nueva evangelización. ¿Cuál o cuáles deberían ser sus rasgos característicos?

Para mí, la evangelización requiere salir de uno mismo; requiere la dimensión de lo trascendente: lo trascendente en la adoración de Dios, en la contemplación, y lo trascendente hacia los hermanos, hacia la gente. ¡«Salir de», «salir de»! Para mí este es prácticamente el meollo de la evangelización. Y salir significa «llegar a», es decir cercanía. ¡Si no sales de ti mismo, jamás te harás cercano! Cercanía. Hacerse cercano a la gente, hacerse cercano a todos, a todos aquellos a los que debemos hacernos cercanos. A toda la gente. Salir. Cercanía. No se puede evangelizar sin cercanía. Cercanía, pero cordial; cercanía de amor, incluso cercanía física; hacerse «cercano a».

El problema de las homilías aburridas –llamémoslas así–, el problema de las homilías aburridas es que no hay cercanía. Precisamente por la homilía se mide la cercanía del pastor a su pueblo. Si en la homilía hablas, pongamos, durante 20, 25 o 30, 40 minutos –¡esto no son fantasías, esto sucede!–, y hablas de cosas abstractas, de verdades de fe, no estás dando una homilía, ¡estás dando clase! ¡Es algo distinto! No te haces cercano a la gente. La teología de la homilía es, en cierta medida, casi un sacramental. No es lo mismo que decir palabras sobre un tema. Es otra cosa. Supone oración, supone estudio, supone conocer a las personas a las que vas a hablar, supone cercanía. Para ir bien en la evangelización, tenemos que progresar bastante en la homilía, llevamos retraso. Es uno de los elementos de la conversión que hoy la Iglesia necesita: acondicionar bien las homilías, para que la gente entienda.

Me gusta cuando los curas se reúnen dos horas para preparar la homilía del domingo siguiente, porque se crea un clima de oración, de estudio, de intercambio de opiniones. Esto es bueno, viene bien. Prepararla con otro, está muy bien.

Comunión con el obispo y amistad sacerdotal

Me llamo Voicek, vivo en el Pontificio Colegio Polaco, estudio Teología Moral. El ministerio presbiteral al servicio de nuestro pueblo, siguiendo el ejemplo de Cristo y de su misión; ¿qué nos recomienda para mantenernos dispuestos y alegres al servicio del Pueblo de Dios? ¿Qué virtudes humanas nos aconseja y nos recomienda que cultivemos para que seamos imagen del Buen Pastor y vivamos lo que usted ha llamado «la mística del encuentro»?

El encuentro. La capacidad de encontrarse. La capacidad de oír, de escuchar a las demás personas. La capacidad de buscar juntos el camino, el método, tantas cosas. Ese encuentro. Y significa también no asustarse, no asustarse de las cosas. El buen pastor no debe asustarse. Tal vez tema en su interior, pero no se asusta nunca. Sabe que el Señor lo ayuda. El encuentro con las personas de las que tienes que cuidar pastoralmente; el encuentro con tu obispo. Es importante, el encuentro con el obispo. Y es importante, también, que el obispo se haga accesible.

Pero, sobre todo, quisiera hablar de una cosa: el encuentro entre los curas, entre vosotros. La amistad sacerdotal: ese es un tesoro, un tesoro que debéis cultivar entre vosotros. La amistad entre vosotros. La amistad sacerdotal. No todos pueden ser amigos íntimos. ¡Pero qué hermosa es una amistad sacerdotal! Cuando los curas, como dos hermanos, tres hermanos, cuatro hermanos, se conocen, hablan de sus problemas, de sus alegrías, de sus expectativas, de tantas cosas… Amistad sacerdotal. Buscad esto: es importante. Ser amigos. Creo que esto ayuda mucho a vivir la vida sacerdotal, a vivir la vida espiritual, la vida apostólica, la vida comunitaria y también la vida intelectual: la amistad sacerdotal.