Los rosarios de Myanmar ya están con el Papa
El proyecto Rosaries helps living da de comer a 50 personas gracias a la venta de los rosarios que ellos mismos fabrican. En la visita de Alfa y Omega, Francisco se ofreció comprarlos y así ha sido
«¡Es un milagro!, ¡es un milagro!». Desde Myanmar, el padre Johannes no alcanzaba a escribir otra cosa cuando recibió la fotografía del Papa con uno de esos rosarios que fabrican las familias pobres de su proyecto. Lo mostraba a Francisco la subdirectora de este semanario, Cristina Sánchez Aguilar.
Pero estamos comenzando este relato, en realidad, in medias res, porque este no es el final de la historia, aunque sí su punto de inflexión. Semanas antes, los rosarios habían llegado a Roma desde Yangón en una maleta que portaba una religiosa birmana. Esos 25 kilos de equipaje representaban la determinación de unas familias al otro lado del mundo de ganarse la vida por sus propios medios. Había que venderlos como fuera. Sin embargo, en una Europa atiborrada de nobles y legítimas causas a las que sumarse, la empresa no se antojaba fácil. Eran 1.800 rosarios. Durante muchos días, de la maleta no salió ninguno. Otras semanas quizá cinco o, a lo sumo, diez. A ese paso, hubieran hecho falta años para haberlos despachado.
Ahora, una gran remesa de rosarios del proyecto –cerca de 2.000– han llegado a Madrid para que también los fieles españoles puedan, al igual que el Santo Padre, rezar y ayudar al mismo tiempo. Hay dos tipos de rosarios: unos más grandes, por el que se pide un donativo de cinco euros, y otros más pequeños, tipo pulsera, por tres euros.
¿Cómo hacerse con los rosarios?
Para hacerse con alguno de estos rosarios, quien lo desee puede pasar a por ellos en la redacción de Alfa y Omega, que está situada en la calle de la Pasa, 3, en Madrid. El horario de recogida y de entrega del donativo (en efectivo) de lunes a viernes de 09:00 a 14:00 horas.
Ahora, habiendo llegado a la conclusión de la aventura es fácil darse cuenta de que bastaba con seguir las miguitas que había diseminado la providencia. Esas miguitas han sido distintas personas que han formado el pan del milagro, apareciendo cuando nadie las esperaba y aportando una ayuda sin la que nada hubiera sido posible. También ha habido algunas piedras por el camino, obstáculos y desganas varias que enseguida se aislaron y superaron, una vez más, con la disposición de muchas personas-milagro. Hace poco el Papa en un mensaje escribía que cada uno somos como teselas de un mosaico, «lindas incluso si se las toma una por una, pero que solo juntas componen una imagen».
La imagen empezó a componerla en 2019 el padre Johannes Unterberger –franciscano austríaco y misionero en Myanmar–, con una idea sencilla que pretendía ofrecer un sustento para familias, a veces con dos o más enfermos, y sin capacidad económica ni para pagar unas medicinas o un techo donde cobijarse. Lo dramático es que muchos trabajaban y ni con esas podían cubrir sus necesidades básicas. Ante semejante realidad, el franciscano ideó el proyecto Rosary helps living, que, como su propio nombre indica, son rosarios que ayudan a vivir. Johannes compró las cuerdas, las cuentas y las cruces, y comenzó a enseñar a fabricar los rosarios a unas pocas familias. De las primeras fue la familia Canute, de diez personas, de las que cuatro son enfermas crónicas. Pocos meses después de arrancar el proyecto, la COVID-19 hizo acto de presencia. Muchos que vivían de la economía informal –por ejemplo, de vender chucherías a las puertas de un colegio–, se vieron de la noche a la mañana sin nada. «Somos dos hermanas solteras. Con la pandemia nos quedamos sin ingresos. Pasamos la COVID-19 llorando de hambre». Mensajes así llegaban hasta el padre Johannes, quien, con esfuerzo, incorporó a más familias al proyecto, algunas tan pobres que vivían hacinadas en una habitación alquilada, eligiendo si comprar comida o medicinas para la madre enferma. Con el dinero de la venta de los rosarios ya no tienen que verse en semejante situación.
El proyecto se expandía y gracias a un encargo de Missio, las OMP de Austria, el padre Johannes pudo implicar en el proyecto a los niños de algunos orfanatos, como el St Mary’s Home de las Siervas de María, en Kyauktan, y el orfanato de las Franciscanas Misioneras de María, en Myaungtaga. Los pequeños ayudaban a hacer unos rosarios que, entre otras cosas permitieron incorporar a su dieta la carne una vez por semana o adquirir un par de zapatos para cada uno. Pero el encargo tenía principio y fin y, ante los números que arrojaban las pocas ventas, se tornó imposible seguir comprando material para que los huérfanos siguieran fabricando los rosarios. Así que esta colaboración terminó, eso sí, con el deseo de retomarla en cuanto sea posible. Hay todavía nueve familias repartidas en tres ciudades que continúan fabricando los rosarios, un total de 50 personas. Y la intención es que sean más cuando haya dinero para comprar más cuentas y cuerda. Aunque, como explica el padre Johannes, los costes de producción han aumentado como la espuma, porque al material se suma el envío a Europa.
Por eso esta maleta llegó a Roma en un vuelo comercial junto a una religiosa. Iba hasta los topes, cargada de esperanza en forma de 1.800 rosarios. Han estado en mi casa dos meses hasta que llegó Cristina y se los mostró a Francisco. «Fue una inspiración del Espíritu Santo, todo esto ha sido una bendición», dice el padre Johannes analizando el gesto de la subdirectora de Alfa y Omega. Ella ha sido una tesela fundamental de este gran mosaico que comenzó en Myanmar y ha completado el Papa en Roma. Porque el Santo Padre ha comprado todos los rosarios. Dijo que lo haría, y lo ha hecho. Y desde el pasado viernes ya los tiene en el Vaticano.