Los pobres luchan con la bendición de Francisco - Alfa y Omega

Los pobres luchan con la bendición de Francisco

La lucha social no es un pecado. Es la herramienta de los pobres para cambiar su realidad, para vencer el miedo a un mundo que padece «atrofia moral». El sistema discrimina y excluye a quien está fuera de la lógica del consumismo. Pero existe un combate sin violencia, cotidiano, que «abre caminos» alternativos al gobierno del dinero: es la lucha de los movimientos populares de todo el mundo, que se reunieron una vez más convocados por el Papa. A ellos, en el Vaticano, Francisco les pidió seguir en la brecha. Pero también les advirtió contra la tentación de corromperse

Andrés Beltramo Álvarez
Un momento de la audiencia con el Papa de los representantes de movimientos populares. Foto: Encuentro EMMP

Unos 200 delegados de 92 organizaciones originarias de 65 países participaron en el tercer Encuentro Mundial de Movimientos Populares. Sus discusiones, a puerta cerrada, comenzaron la tarde del 2 de noviembre y terminaron el sábado 5 con una audiencia papal. Tierra, techo y trabajo, las tres T, fueron las palabras clave, que se sumaron a discusiones sobre la casa común (medio ambiente), los migrantes y los refugiados.

La iniciativa surgió en 2014, cuando colectivos como los cartoneros (recicladores) argentinos, indígenas latinoamericanos, campesinos asiáticos y sin tierra brasileños atravesaron por primera vez las puertas del Vaticano. Entonces comenzaron a transitar, junto al Pontífice, un camino que siguió en septiembre de 2015 en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia). Ahí, Jorge Mario Bergoglio rompió todos los protocolos y decidió asistir al salón del segundo encuentro. Su discurso fue histórico y aún resuena su clamor: «Este sistema económico ya no se aguanta».

En aquella reunión los movimientos alcanzaron el consenso de Santa Cruz en el que fijaron diez compromisos: de sostener un trabajo digno a defender la tierra, de construir la paz a combatir la discriminación, de rechazar el consumismo a promover la solidaridad. Ninguna proclama comunista. Ni socialista. Ni marxista. Por eso no tuvo duda Juan Grabois, uno de los artífices de estos encuentros mundiales, al advertir cierta «mala leche» cuando se pretende encasillar al Papa en una ideología política al apoyar iniciativas como esta.

«Es evidente que el Papa sigue la Doctrina Social de la Iglesia, el concepto de tiranía del dinero no lo inventó él, ya lo habían usado sus antecesores; Francisco los está ubicando en el contexto actual. Toda la doctrina social plantea una dura crítica al sistema capitalista, lo que ocurre es que esa crítica ahora adquiere un valor distinto porque se trata del sistema único y hegemónico en el mundo. Es evidente que molestará a determinados intereses», explicó a Alfa y Omega el dirigente de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP). Y apostilló: «Los movimientos populares no tienen una ideología, existe una gran heterogeneidad en ellos y lo que tenemos en común es la lucha por tierra, techo y trabajo, algo que cualquier papá busca para sus hijos y de lo cual muchas personas están siendo excluidas».

Dos mujeres llegadas de la India hasta Roma para participar en el encuentro. Foto: Encuentro EMMP

Una política cada vez menos representativa

En esa lucha se centraron las discusiones de este encuentro mundial, incluida la conferencia magistral del expresidente uruguayo José Pepe Mujica. Una crítica a la «atroz» concentración económica, que distorsiona las relaciones sociales y condiciona las prioridades de una política que cada vez representa menos a los ciudadanos de a pie.

En esa misma lucha se concentró el Papa en su mensaje, la tarde del sábado, ante unas cinco mil personas. Un encuentro «ampliado», con muchos más invitados de los 200 participantes en las discusiones. Francisco propuso construir una alternativa humana ante la «globalización de la indiferencia».

Reconoció la variedad de orígenes, credos e ideas entre los integrantes de los movimientos populares. Pero destacó la coincidencia, en todos ellos, del deseo por buscar soluciones concretas a los problemas reales de los pueblos, más allá de los «eslóganes» de ocasión. Constató la existencia de «fuerzas poderosas» empeñadas en neutralizar un proceso de cambio social, que deje atrás la primacía del dinero y ponga al ser humano en el centro.

«Ninguna tiranía se sostiene sin explotar nuestros miedos. ¡Esta es una clave! Por eso toda tiranía es terrorista. Y cuando este terror, que ha sido sembrado en las periferias con masacres, saqueos, opresión e injusticia, explota en los centros con diversas formas de violencia, incluso con atentados odiosos y viles, los ciudadanos que aún conservan algunos derechos están tentados por la falsa seguridad de los muros físicos y sociales. Muros que encierran a unos y exilian a otros. Ciudadanos amurados, aterrorizados, por un lado, excluidos, exiliados, aún más aterrorizados del otro. ¿Es esta la vida que Dios quiere para sus hijos?», señaló.

Mucho más que una mera crítica social. Ofreció un análisis de la realidad de hoy con la mirada de un pastor que vive en su tiempo. Denunció al miedo como un arma de los poderosos, que es «alimentado» y «manipulado» hasta convertirse en un «buen negocio para los mercaderes de armas y de muerte». Un arma que «debilita», «desestabiliza», «destruye las defensas psicológicas y espirituales», «anestesia ante el sufrimiento de los demás» y «vuelve crueles».

No se quedó solo allí. Indicó el «mejor antídoto» contra el miedo: la misericordia. Una cualidad para nada fácil, pero mejor que «los antidepresivos y los ansiolíticos», más eficaz que «los muros, las rejas, las alarmas y las armas». Y aseguró: «Todos los muros caen. Todos. No nos dejemos engañar. Continuemos trabajando para construir puentes entre los pueblos, puentes que nos permitan abatir los muros de la exclusión y de la explotación».

En su diversidad multicultural, los movimientos que respondieron al llamado del Papa mostraron una cualidad común: son el producto, casi espontáneo, del deseo de los pobres y marginados por cambiar su realidad. Algo que destacó Francisco cuando afirmó que al recuperar una fábrica quebrada, reciclar los descartes de la sociedad de consumo o reivindicar un pedazo de tierra para cultivar y palear el hambre, se logra vencer la «atrofia» del sistema socio-económico imperante, que es la desocupación.

Aceptó que, por eso, no le sorprende que los líderes populares sean muchas veces «vigilados o perseguidos», ni que a los soberbios no les interese su opinión. «Cuando gritan, cuando pretenden indicar al poder una mirada más integral, entonces no les toleran porque se están saliendo de la casilla, se están metiendo en el terreno de las grandes decisiones que algunos pretenden monopolizar en pequeñas castas», abundó.

De eso alertó Bergoglio a los movimientos: de la tentación de ser encasillados, de quedarse en ser «actores secundarios» o, peor, de ubicarse como «meros administradores de la miseria existente». Mostró, además, el peligro de la corrupción, latente no solo entre los políticos sino también en las organizaciones sociales. Por eso instó a vivir la vocación del servir con «un fuerte sentido de austeridad y de humildad». Recomendó a quien sea «demasiado pegado a las cosas materiales o al espejo» que no se meta en política, que no se meta en un movimiento social y, mucho menos, que se meta al seminario. En ese caso «haría mucho daño a si mismo, al prójimo y mancharía la noble causa que emprendió».

Palabras útiles no solo para los movimientos sociales, sino también para todos aquellos fieles que han hecho de la vida pública su misión. Ninguno puede ahora ignorar los términos de Francisco. El involucramiento en la cosa pública es necesario, urgente. Para los pobres y para todos. Como él mismo resumió: «En estos tiempos de parálisis, desorientación y propuestas destructivas, la participación de los protagonistas de los pueblos que buscan el bien común puede vencer, con la ayuda de Dios, a los falsos profetas que explotan el miedo y la desesperación, que venden fórmulas mágicas de odio y crueldad, de un bienestar egoísta y una seguridad ilusoria».