Los paúles refugiados de Venezuela
Una comunidad de misioneros españoles en Venezuela, ya jubilados, se ha trasladado a Valdemoro por la situación de carestía e inseguridad
Valdemoro tiene un pedacito de Venezuela entre sus calles. Entre las de la Guardia Civil y la del Trigo. En realidad, son décadas de servicio al pueblo venezolano de una comunidad de nueve padres paúles –ocho de ellos jubilados– que se han trasladado hasta esta localidad madrileña para tener una ancianidad digna, sin las carencias ni los sobresaltos en los que vive hoy el país gobernado por Nicolás Maduro. Allí, estos nueve misioneros españoles han vivido la mayor parte de su vida, pero finalmente se han visto obligados a abandonarlo. Siguen el mismo camino que los casi 4.000 solicitantes de asilo que en 2016 pidieron cobijo en nuestro país desde Venezuela, cifra que supera a los llegados de Siria y que se ha multiplicado por seis con respecto a 2015.
Suena el timbre y se abre la puerta. En el porche de la casa –cedida por los padres paúles de Madrid–, está Francisco Solás. Él es el responsable de la casa; el más joven. Está al servicio de los demás hermanos, todos por encima de los 80. Fue el último que llegó a Venezuela, en los años 80, donde otrora hubo una provincia –hoy absorbida por Colombia– con más de 110 paúles. Allí sigue un grupo de venezolanos y nueve españoles. Él espera volver una vez se cumpla el servicio a sus hermanos: «No he traído más que una maletita. Mis cosas las tengo allá. Ahora bien, mientras estos hermanos se valgan por ellos, aquí estaré, a su servicio».
La comunidad regresó a España en septiembre. En Venezuela era muy complicado encontrar alimentación y medicinas; algunos tienen alzhéimer. Y sufrieron asaltos en los que fueron maniatados. En Maracaibo, cuenta Francisco, al menos tres veces. «Nos planteamos qué hacer para atender mejor a estos padres ya jubilados, porque el párroco, un joven venezolano, perdía los días haciendo cola para conseguir comida y medicinas. En un viaje a Madrid, hablando con el provincial, apareció la oportunidad de esta casa y lo consultamos en nuestro consejo en Caracas. El provincial lo aprobó e incluso tuvo que insistir a alguno para que se viniese, pues no estaba por la labor», explica.
Lo bueno de la oportunidad que se les presentaba es que podían seguir viviendo como una comunidad, que sigue perteneciendo a Venezuela, con sus costumbres, con su oración y celebraciones, donde mantienen su identidad. «No se trataba solo del alimento y la atención médica, sino de la comunidad. Algunos se desubican fácilmente, pero siguen teniendo vínculos afectivos muy fuertes con los hermanos», explica Francisco.
Concluye la Eucaristía y la casa se mueve. Uno de los padres sale para el asilo San Nicolás, donde ejerce la capellanía. Emilio camina por el pasillo. Miguel y Delio se unen a la conversación. Ellos llegaron a Venezuela a mediados del siglo pasado; no fue una opción personal. Recién ordenados, sin aviso ni preaviso, los enviaron a América. «De ahí ya no nos movieron. Y fuimos felices, ya lo creo. Y trabajamos mucho…», confiesa Delio, el mayor de la comunidad con 88 años, 62 en Venezuela.
De seminarios a colegios
La opción de los padres paúles, cuando llegaron a Venezuela en 1931, eran los seminarios, aunque a mediados de siglo la opción preferencial de la Iglesia venezolana fue la educación y, por indicación de los obispos, entraron en ella. Trabajaban en los centros por la mañana y por la tarde estudiaban en la universidad para tener la formación necesaria para acceder a la dirección.
Los tres interlocutores recuerdan que Venezuela era entonces un país atípico dentro del contexto latinoamericano, pues gobernaba la socialdemocracia, eran tiempos de bonanza y llegaba al país mucha emigración de España, Portugal o Italia. «Conocimos las vacas gordas y las vacas flacas. Cuando llegamos, el bolívar tenía muchísimo valor; en España lo admitían. Hoy un dólar son 9.000 bolívares. No vale nada. Desde que llegó Chávez se fue todo a pique», asegura Miguel.
Con los centro educativos, los paúles también atienden parroquias, fundamentalmente en zonas periféricas y rurales. Francisco Solás, el único en activo, estuvo en Caracas en una parroquia al lado del cementerio. Allí, los últimos años, la vida social estaba muy deteriorada y eso complicaba mucho la labor pastoral. A las siete de la tarde ya nadie salía a la calle, la Misa tenía que ser antes. Luego había determinadas zonas en las que apenas podía entrar: «La única manera que tenía de hacerlo era ir a ver a los enfermos. Es gente pobre, pero que salía adelante con poco. Era gente abierta y generosa. Hoy hay conflicto social, violencia y división. Nadie podía imaginar hace 20 años que Venezuela estaría así», concluye.
Miguel cuenta que no hace mucho tuvieron que dejar al santo que sacaban en procesión por un tiroteo. La gente dejó la imagen y se puso a salvo. La Policía la devolvió tiempo después. En otra parroquia, durante un bautizo, y a punta de pistola, robaron a todos los invitados. También está a la orden del día el robo de vehículos, incluso cuando sus dueños los conducen. Solás constata que hoy el país es ingobernable porque, a su juicio, detrás del aparato del chavismo está el servicio de inteligencia cubano y luego el problema del narcotráfico, «pues los capos que operaban en Colombia ahora están en Venezuela, capos que están incluso dentro del Ejército».
Sale a colación la detención en Estados Unidos de dos sobrinos de Nicolás Maduro que intentaban meter en el país 800 kilos de cocaína con pasaporte diplomático. «¿Qué funcionario promueve esto? Estos muchachos que lo tienen todo, arriesgaron a meter tal cantidad por avaricia que los acabaron pillando…».
Francisco recuerda cuando el negocio era la gasolina. Llenar un depósito era más barato que comprar una botella de agua. Y añade que cuando subió el petróleo hasta los 100 dólares el barril, el Gobierno mantuvo en sus presupuestos los 50 que había estimado. «La otra mitad no entraba, se quedaba en la caja del presidente; nadie más que él lo controlaba. Así ha financiado a grupos en el exterior», explica.
«El Gobierno espera que la oposición se canse y se desangre», apunta Francisco.
Y contesta Delio: «La oposición ha cometido muchos errores».
«Sí, pero hay que tener en cuenta la coyuntura en la que se han movido. Sin estabilidad jurídica. El Gobierno ha hecho lo que ha querido y la oposición lo que ha podido», vuelve Francisco.
El Ejército marcará el rumbo
Los tres ven un futuro del mismo color aunque caiga Maduro, pues dicen que vendrá otro igual que él. La clave está en los militares. «El Gobierno cae si el Ejército quiere –apunta Delio–, pero se ven muy presionados, porque ellos también se irían a la calle. Han hecho muchas fechorías».
«Nadie cree que hayan hundido así el país», dice Delio.
Insisten en que hay una gran fractura social, odio, resentimiento, «porque así se ha sembrado desde el poder». Dicen que es la táctica comunista de Cuba, la de la confrontación: «Están asesinando de manera sistemática a la gente. No hay comida ni medicinas. Es urgente una reconciliación nacional, pero va a tardar».
Ninguno pone en duda que las elecciones han sido limpias. Los votos están. Otra cosa es que, continúan, se hayan extendido los horarios de votación o ido a buscar a la gente que no había votado durante el día de la elección. Amenazados. «Un día, en plena campaña, un profesor de uno de nuestros colegios me confesó que ese mes no cobrarían –los sueldos corrían a cargo del Estado–, pues eran para la campaña. Si se negaban, les amenazaban con perder el empleo», apunta Solás.
¿Y el papel de la Iglesia?
«Sigue teniendo credibilidad –confiesa Francisco– y la Conferencia Episcopal ha llevado una línea muy seria».
Reconocen que hay congregaciones religiosas que, al albur de su preferencia por los pobres, son chavistas. E incluso han conocido a sacerdotes que tras la consagración aclaman a Chávez y a la revolución. «La mayoría están en contra, pero hay un sector alineado con el Gobierno», cuentan.
El padre Francisco Solás reconoce que para los religiosos son tiempos de espera, para estar con la gente, para escucharla y acompañarla. «Hace año y medio, todos los días había muertos. Quería escribir algo, denunciar al asesino, pero si lo haces te reprimen más. Las madres me decían que le habían matado un hijo, pero tenía dos más. Pensé en hacer un relato donde contar todo lo que estaban viviendo, sin acusar a nadie. Acompañamos a las familias, ofrecíamos las Misas por sus familiares, nos sentábamos y hablábamos…». Miguel y Delio, también Francisco y los demás, esperan buenas noticias de su Venezuela. La echan en falta. Con ese deseo nos despedimos.