Claro, hablar de Shakespeare requiere utilizar palabras mayores. Uno sabe de antemano que la obra puede ser de todo menos mala. Habrá dolor y amor a partes iguales, y un espacio bien grande para la locura, que nunca está de más convocarla en estos tiempos. El acierto viene cuando un texto brillante de hace siglos recala en las manos de Juan Cavestany para adaptarlo, y pasa por la batuta de Andrés Lima para dirigirlo. Podría parecer una tarea sencilla, pero se trata de un proyecto más que ambicioso, aunque el contexto y la realidad se presten, pues nunca ha sido nuestro mundo tan ruin como lo fue la Dinamarca de Hamlet o la propia Escocia de Macbeth. Pero el hoy –créanme– supera con creces esos vientos. El caso es que estamos ante una tragedia del siglo XVII en pleno siglo XXI, más concretamente en Galicia, entre bastidores de la Xunta y esas cosas, de la mano de la ambición y del poder que ya saben… casi siempre corrompe.
La historia les tiene que sonar, ya verán. Mácbez (un enérgico Javier Gutiérrez) consigue un muy buen puesto en la Consellería, tal y como le habían adelantado tres meigas en una visión a medio camino entre lo orgiástico y lo folclórico. Su mujer (una fuerte y contundente Carmen Machi) se alegra –cómo no hacerlo- pero le invita a ser todavía más. Y fíjense que no les estoy hablando de tener sino de ser. Se trata de que ya nada les es suficiente para sentirse vivos y detestan a cualquiera que pueda hacerles sombra; ahí el drama. Ambos, marido y mujer, se comen a besos y con horror se cuentan al oído cómo hacer para ir eliminando poco a poco todas las amenazas.
Comenzarán por arriba asestando el primer golpe al Presidente, para después ir borrando del mapa a todos y cada uno de los miembros del Partido; que si Baquo por un lado, que si la familia de Méndez por otro, que si el propio Méndez… Porque sí, si lo que temen es acercarse a una obra donde el horror se lleve a escena, está claro que este no es su espectáculo. Lo digo por si no quieren reparar en la sangre que escala por las manos hasta alcanzar la garganta y de ahí hasta los besos. Conste que a mí ese juego de la sangre y las heridas me dejó alucinada. Me gusta el dolor llevado a escena, aunque a veces me canse de tanto patetismo y cuchilladas de un lado para otro.
Ya lo ven: se trata de ir ascendiendo en el Partido, de ir conquistando todo aquello que uno cree que se merece. A mí que sea la mujer o no la artífice de tanto desvarío me parece secundario, me atrae mucho más la idea de pensar en el odio y los miedos que todos llevamos dentro -como el propio Mácbez-, que preso del pánico y la rabia se deja llevar por la ambición y hace todo lo posible por silenciar hasta sus formas. Les dije que les iba a sonar este tema…
Es sorprendente que cuatro siglos después, las armas del ser humano sean las mismas que antaño: dolor y muerte. Que la envidia venza y la ambición se perpetúe no es más que una consecuencia lógica de esto que llamamos poder. No sé bien si me entienden…
Acérquense al Teatro María Guerrero para asistir a una obra que bien vale un dolor de alma, lo digo por eso de que se marcharán algo tocados al contemplarse por momentos en los personajes. Duele la maestría de la ironía trágica que perfeccionó el inglés y que tan bien se ha llevado a escena. Buena interpretación, raro escuchar el gallego tantas veces olvidado… Y magnífico equipo en general.
Aviso, no es una obra sencilla y lo onírico se cuela de tal manera que el buen y el mal gusto se confunden. De todos modos consiguen que a medida que la pieza avanza entre abrir y cerrar puertas y la lluvia roja de la sangre, uno sienta que se ha solucionado con maestría.
Creo, ciertamente, que no será del gusto de todos. Ya les digo que Los Mácbez asumen un riesgo y no es otro que el de la postmodernidad y la tormenta. El duelo. La culpa. La rabia.
★★★☆☆
Teatro María Guerrero. Centro Dramático Nacional
Calle Tamayo y Baus, 4
Colón
OBRA FINALIZADA