Los hijos, ¿una buena inversión? - Alfa y Omega

El tercero de nuestros hijos, discreto aficionado a invertir en Bolsa, me dijo en cierta ocasión algo que no tenía nada que ver con las finanzas, pese a utilizar un símil propio del mercado de valores: «Los hijos son una buena inversión». Pasábamos entonces nosotros por una etapa curiosa que suele darse en las familias numerosas: hijos casaderos, adolescentes, niños, nietos, abuelos, bisabuelas, novias, amigos…, todo un cúmulo de gente y de generaciones entremezcladas y un sinfín de asuntos pendientes, bodas, graduaciones, cumpleaños, Bodas de Plata…, amén de otros temas menos halagüeños vinculados a la economía, los peligros de todo tipo, el pluriempleo, los macrohorarios, las jornadas interminables y, al mismo tiempo, insuficientes, porque siempre quedan cosas por hacer.

Los hijos —pensaba yo entonces— son una bendición, una alegría, la más plena realización del amor humano entre un hombre y una mujer que se quieren y se casan. Sin embargo, nunca me había planteado que fuesen algo especialmente rentable. De hecho, se habla siempre de la gratuidad de amor paterno-materno. No obstante, poco a poco la vida, sin quitarme a mí la razón, se la ha dado a mi hijo: los hijos son la mejor inversión. Basta con mirar alrededor; el tiempo pasa, los cargos y cargas también. Aunque se hayan tenido puestos de trabajo importantes, ¿quién se acuerda de nosotros cuando envejecemos? Aunque se haya trabajado duro para sacar a la familia adelante, ¿qué importa, si siempre, contando con Dios, hay buenos resultados?

Los hijos están ahí, nos quieren. Como familia numerosa, y sumando los consortes, 19 hijos le están dando a Dios —y a nosotros— la alegría de cumplir el cuarto Mandamiento, directamente relacionado con el quinto: honrar a los padres, querer a la familia, defender y cuidar la vida. Sí, maravillosos dividendos son la compañía y la ayuda de los hijos, no digamos la llegada de los nietos —en nuestro caso, 29 de ellos, más dos angelitos que, a pesar de todos los cuidados, Dios se llevó al cielo antes de nacer y desde allí interceden por nosotros—.

Motivo de gratitud y asombro que supera cualquier expectativa es ver cómo se recoge multiplicado lo que se ha dado a los hijos, que siempre es todo, aunque parezca menos y lleve implícito el sello de la limitación humana, porque los padres no somos perfectos.

En cuanto a los nietos, son el mejor regalo. Los niños lo renuevan y lo revuelven todo con su inagotable vitalidad. También recargan nuestras pilas cuando estamos con ellos sin alterarnos, poniendo en práctica esa receta infalible, fruto del Espíritu Santo, que es la paciencia alegre, hecha de esperanza y activa serenidad.

Así, en plena faena de padres, podemos llenarnos de energía y facilitar a los críos la obediencia debida. Con su innata sabiduría, los niños perciben siempre lo buenos —y lo divertidos, a veces— que son papá y mamá, y tratan de corresponder.

Luz María de la Fuente