Los cristianos de Damasco «continúan en shock» tras el atentado
El atentado que acabó con la vida de 25 personas —incluidas dos que intentaron impedirlo— ha llevado a los cristianos a suspender temporalmente algunas actividades y a modificar otras por miedo a que se produzcan más
A las 18:45 horas del 22 de junio, sor Ibtissam Gorgis, de las Hermanas Franciscanas Misioneras del Inmaculado Corazón de María, oyó una explosión cerca de su comunidad, en el barrio de Dwela’a de Damasco. Salió y vio a gente ensangrentada huir de la vecina iglesia ortodoxa de Mar Elias (San Elías). Dos terroristas habían irrumpido a tiros en la Misa y se habían hecho explotar. Dos hermanos, Boutros y Georges Bishara, murieron al intentar frenarlos. Acabaron con la vida de otras 23 personas, entre ellos «una alumna nuestra, católica, que había ido a encender una vela por un examen».
Lo que Gorgis vio en el templo «fue terrible: trozos de carne, sangre en las paredes, gritos y llantos. Inhumano». Algunos voluntarios evacuaban a los heridos en coches mientras llegaban las ambulancias. Intentó calmar, sin éxito, a un pequeño de su guardería, que «salió con sus padres y gritaba: “¡Hay muertos, hay sangre!”. Los niños siguen conmocionados».

A 60 chicos del barrio, católicos y ortodoxos, la noticia los sorprendió en el Centro Don Bosco, de los salesianos. Celebraban la Misa de envío para los proyectos de verano, que «esperaban con entusiasmo», recuerda Edwar Gobran, el director. La alegría se transformó «en una película de terror. Estaban en shock y hubo ataques de pánico» porque algunos no localizaba a sus padres. Tras restablecer algo de calma, Gobran se aseguró de que las familias estaban bien y las calles abiertas, los subió al autobús que los había recogido y los acompañó a casa uno a uno.
Durante la primera semana, iglesias y entidades cristianas del país cancelaron sus actividades en señal de luto. Los salesianos han tomado precauciones como «cerrar la puerta cinco minutos después de empezar la Misa» y cancelar la que tenían para extranjeros, que podía ser un objetivo. También van a cambiar el reparto de comida para llevarla a las casas y evitar aglomeraciones. Aún no sabe cuándo retomarán el programa de verano y cómo hacerlo. «Que estén todos esperando al bus puede ser problemático».
Lo que sí hace es mantenerse en contacto constante con los jóvenes de Dwela’a. «Me hablan de los chicos que tienen problemas, para trabajar con ellos. Uno ha perdido a su tío», que era un apoyo porque «su padre murió hace un tiempo. Iremos a darles el pésame y ver qué podemos hacer». Cuando tomen el pulso a la situación se plantearán cómo ofrecer ayuda psicológica —tienen experiencia tras 14 años de guerra— y material.

En Dwela’a, «todo está lleno de soldados y policías», comparte Gorgis. «Mucha gente sigue hospitalizada y otros continúan en shock» y asustados. «El único consuelo es su fe firme en el Señor». El 10 de julio las religiosas celebrarán la fiesta de los ocho franciscanos y tres laicos asesinados en la ciudad en 1860 y canonizados en octubre. «Esta tierra de mártires hoy tiene nuevos mártires que fortalecen nuestra fe». Otro consuelo es el apoyo de las distintas comunidades cristianas, e incluso de algunos musulmanes.
¿Qué impacto tendrá el atentado en los creyentes? El padre Jihad Youssef, de la comunidad de Mar Musa, reconoce que «hay un miedo legítimo sobre si será un caso único o el inicio de una cadena». Pero no cree que hayan cambiado las actitudes de fondo: «Quien era optimista sigue diciendo que está claro que esto es una prueba para dividir a la gente» y apuesta aún más «por la cohesión y por la construcción de la paz». Pero quienes ya eran escépticos sobre el diálogo interreligioso se han visto reforzados. «Quieren emigrar» y difunden una visión muy negativa del islam, sin ver que el terrorismo también «es una desgracia para este».