Los bosnios se jugaron la vida por salvar libros - Alfa y Omega

Los bosnios se jugaron la vida por salvar libros

El pasado 25 de agosto se cumplieron 31 años del bombardeo de la Biblioteca Nacional de Bosnia y Herzegovina. Entre las llamas y bajo el fuego de los francotiradores, los vecinos salvaron unos 200.000 libros durante las primeras horas del ataque

Rodrigo Moreno Quicios
Ruinas biblioteca Sarajevo
La biblioteca permaneció en ruinas desde 1992 hasta 1996. Foto: ABC

«Cuando llegué a la biblioteca de Sarajevo, tres o cuatro días después de que la bombardearan, estaba completamente destruida y prácticamente no se podía acceder», cuenta a Alfa y Omega Gervasio Sánchez, enviado especial del Heraldo de Aragón a la guerra de Bosnia. Él fue, junto al corresponsal español Alfonso Armada, uno de los primeros periodistas en entrar en 1992 a lo que quedaba de Vijecnica, uno de los edificios más emblemáticos del país. Servía a la vez de biblioteca nacional y Ayuntamiento, fue testigo del último acto público del archiduque Francisco Fernando antes de ser asesinado y acababa de cumplir dos siglos de vida cuando en la noche del 25 al 26 de agosto fue atacado con bombas de fósforo desde las colinas controladas por las milicias serbias.

«La biblioteca tenía por arriba una cristalera y las bombas entraron por ahí; había mucha madera, ardió todo y solo quedó la estructura exterior», explica el corresponsal de guerra. Cuando el ataque finalizó, él y Armada consiguieron acceder al edificio gracias «a un muchacho que entonces tenía 6 años y vivía justo al lado de la biblioteca». «El crío se conocía todos los recovecos y nos llevó por el sitio más seguro. Si ponías el pie sobre las cenizas te cubría hasta las rodillas y no sabías lo que había debajo, podía hundirse el suelo», recuerda Sánchez, quien describe el lugar como «fantasmagórico». «No quedaba nada en pie, encontré libros y anaqueles carbonizados que, cuando los tocabas, se desmoronaban porque eran pura ceniza».

Cuatro años de guerra, ni un libro perdido

Otra biblioteca en Sarajevo, la Gazi Husrev-Beg, fundada en 1537 y especializada en manuscritos árabes, turcos y persas, salvó por completo su fondo de incunables durante la guerra de los Balcanes. «Cuando empezaron a quemar las bibliotecas, temí que la nuestra fuera la próxima», cuenta Mustafa Jahic, director del centro entre 1987 y 2014, en el documental El amor por los libros de Al Jazeera. Él y sus trabajadores movieron la colección varias veces durante los bombardeos. En abril de 1992, con el inicio del asedio de las milicias serbias, trasladaron 10.000 manuscritos desde la primera planta de la biblioteca, expuesta al fuego, a la planta baja. Pero unos días después comprobaron que la localización seguía siendo insegura. Entonces llevaron la colección escondida en cajas de plátanos la escuela islámica Gazi Husrev-Beg, adscrita a la biblioteca. A la primavera siguiente, y a falta de dos más para acabar el conflicto, movieron de nuevo la colección al sótano de una estación de bomberos. Sin haber perdido ni un solo volumen durante los cuatro años de guerra, a día de hoy cuentan con una colección de 200.000 obras y casi 17.000 manuscritos.

Los daños materiales eran incalculables, algunas fuentes hablan de dos millones de objetos destruidos, pero no todo se perdió. Antes de la quema de la biblioteca y a la vista del clima de violencia que se estaba instalando en el país, algunos de sus trabajadores ya habían sacado a escondidas las obras más antiguas. En las primeras horas del ataque del 25 de agosto, un grupo de vecinos entró en el edificio en llamas y lanzó por sus ventanas lo que pudo, jugándose la vida en el cerco a la ciudad y protagonizando las imágenes de todos los telediarios de aquel día. «Los francotiradores estaban a unos pocos cientos de metros de la biblioteca y los que bombardeaban la ciudad lo hacían desde las colinas», explica Sánchez.

En total se salvó aproximadamente el 10 % del catálogo de esta biblioteca nacional —unos 200.000 libros— que aglutinaba bajo un mismo techo los textos clave de serbios, bosnios, croatas y otras etnias como judíos y gitanos. «Sarajevo era un lugar importante, donde se habían acumulado obras históricas de la cultura ortodoxa, musulmana, católica y judía», explica el periodista. Y fue precisamente su condición vertebradora lo que la puso en el blanco de Nikola Koljevic, un profesor universitario y eminencia en Shakespeare que, pese a su amor por las letras, se convirtió en el número dos del ultranacionalista Partido Democrático Serbio y dio la orden de prender fuego a los libros. «Hay que partir de algo muy importante para entender la violencia de la guerra», explica Sánchez. «Antes de que empiecen a matarse unos a otros, se crean circunstancias específicas para matar al vecino o al familiar más cercano asegurando a la gente de tu comunidad que el otro es el enemigo y que, si no lo matas, él te matará a ti».

Gervasio Sánchez
Gervasio Sánchez ha cubierto la guerra del Golfo, la de Bosnia y otros conflictos en América, África y Asia. Foto: Museu Valencià d’Etnologia / Raquel Abulaila.

Ahora han pasado más de 30 años del incidente y la biblioteca terminó su restauración completa en 2014. El proyecto costó alrededor de doce millones de euros y contó con financiación principalmente de Austria, porque el edificio se erigió bajo el Imperio austrohúngaro, y de España, por su arquitectura morisca y sefardí, pues una gran parte de los judíos expulsados de España se estableció en los Balcanes. Además, Qatar donó un nuevo fondo de antigüedades. Pero Gervasio Sánchez no es ingenuo y advierte de que, pese a esta reconstrucción, la guerra «sigue presente en el día a día; las comunidades viven de espaldas las unas a las otras y no hay vinculación entre serbios, croatas y musulmanes». Los diferentes supervivientes contactados por este semanario prefieren «mirar el presente» en vez de «recordar un pasado que pretenden dejar atrás» y la herida sigue abierta. Pero, como en 1992, aún hay gente dispuesta a jugarse la vida entre las llamas por los libros de sus vecinos.