Llamada a amar como sólo puede hacerlo una mujer
Lo ha recordado el Papa Francisco en numerosas ocasiones: «Es necesaria una presencia femenina más incisiva en la Iglesia, que no puede ser ella misma sin la mujer. La mujer es imprescindible para la Iglesia». ¿Cómo es la teología de la mujer que reclama el Papa?
«Una Iglesia sin mujeres es como un Colegio apostólico sin María. El papel de la mujer en la Iglesia no es solamente la maternidad, la mamá de la familia, sino que es más fuerte; es precisamente el icono de la Virgen, de María, la que ayuda a crecer a la Iglesia. Pero tenemos que darnos cuenta de que la Virgen es más importante que los apóstoles. Es más importante. La Iglesia es femenina: es Iglesia, es esposa, es madre. Pero el papel de la mujer en la Iglesia no se puede limitar al de mamá, o al de trabajadora… ¡No!»: estas palabras del Papa Francisco en el vuelo de regreso de la JMJ Río de Janeiro 2013 enmarcan la reflexión y la preocupación de la Iglesia por recuperar y subrayar la dignidad de la mujer en la Iglesia y en la sociedad, precisamente en un mundo que continúa sometiéndola y degradándola de diferentes formas.
Si hace ya casi treinta años, Juan Pablo II abogó por ahondar en el genio femenino específico de la mujer, ahora el Papa Francisco ha insistido en varias ocasiones en la necesidad de formular una teología de la mujer, pues «creo que no hemos hecho todavía una teología profunda de la mujer en la Iglesia. Solamente puede hacer esto, puede hacer aquello, ahora hace de monaguilla, ahora lee la lectura, es la presidenta de Caritas… Pero, hay algo más», decía el Papa.
Evitar la masculinización y la clericalización
¿Cómo se concreta ese algo más que quiere el Papa? ¿Hacia dónde encamina la reflexión de la Iglesia en este sentido? Algunas respuestas se han dado recientemente en el Congreso Las culturas femeninas, entre igualdad y diferencia, organizado por el Consejo Pontificio de la Cultura; también están siendo determinantes las aportaciones de los Congresos y Seminarios del Consejo Pontificio para los Laicos; otra contribución es la del foro Voices of faith, el próximo 8 de marzo, en el que un numeroso grupo de mujeres del mundo de la universidad, la política, la educación, procedentes de todo el mundo, compartirán sus experiencias sobre cómo ser mujer en la Iglesia. Y ya en España, la Fraternidad de Agrupaciones Santo Tomás de Aquino (Fasta), ha organizado el II Foro Internacional de la Mujer, del 17 al 19 de abril, sobre Mujer, responsable de la civilización del amor y de la vida.
¿El modelo de mujer católica es exclusivamente el de esposa y madre? ¿Debe renunciar a sus aspiraciones profesionales? ¿O debe en cambio renunciar a la maternidad para poder dar más visibilidad a su genio femenino? Por otra parte, ¿la consagración es en realidad una vía estéril? ¿Se puede extender el sacramento del Orden a las mujeres? ¿Puede el Papa crear una mujer-cardenal, como se oyó antes del último cónclave? Está claro que la Iglesia se mueve, pero no todas las propuestas hacen justicia al verdadero valor de la mujer.
¿Hacia dónde se encamina la Iglesia en este campo? Lejos de hacer reclamaciones obsoletas como la del imposible sacerdocio femenino –«El sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía, es una cuestión que no se pone en discusión», reafirmaba el Papa en Evangelii gaudium–, las mismas mujeres demandan un reconocimiento menos obvio, y sí en cambio más profundo. Ana Cristina Villa, Responsable de la sección Mujer en el Consejo Pontificio para los Laicos, recoge «esta necesidad, que el Papa Francisco constata y por la que se está trabajando activamente, de hacer más incisiva y visible esa centralidad de lo femenino en el misterio de la Iglesia. El Papa nos ha invitado a hacerlo, además –y quizá esta parte de su invitación se cita menos–, evitando masculinizaciones y clericalizaciones». Por ello, la teología de la mujer que propugna el Papa apunta a «pensar más a fondo el misterio de la Iglesia y hacer más visible su rostro materno. No en vano, el Papa menciona constantemente que la Iglesia es la, no el, Iglesia. Y también invita a pensar en las consecuencias de constatar que María, una mujer, Madre de Dios, sea el icono más logrado de la Iglesia». Para Ana Villa, «esta teología dará las bases para hacer más visible esta presencia y participación de las mujeres, para que se escuche más su voz, evitando la tentación de reducir la Iglesia al ministerio jerárquico que, siendo fundamental, no agota su misterio».
Una presencia que enriquece la Iglesia
Lorella Congiunti, Vice-rectora de la Pontificia Universidad Urbaniana, profesora de Filosofía, casada y con tres hijos, denuncia que «atribuir idénticas funciones al hombre y a la mujer es una perspectiva que anula tanto la especificidad del hombre como la de la mujer. Y esto, que se cumple en la vida social ordinaria, también se comprueba en la vida eclesial. Si en el orden natural, muchos deberes son comunes, pero algunos son sólo masculinos y otros sólo femeninos, análogamente, también en la vida de la Iglesia hay funciones que son comunes a ambos, pero otras son específicas y no intercambiables. A esto añadiría que, incluso en las mismas funciones comunes, las mujeres y los hombres llevan a cabo sus tareas con diferentes matices, difíciles de definir o de reducir a un patrón, pero que, sin embargo, son fácilmente perceptibles».
Por eso, Congiunti aprecia cómo el Papa «está subrayando el valor de la complementariedad entre hombre y mujer, lo que lleva a la necesidad de que la mujer sea valorada como mujer, sin ceder a la tentación de asimilarla a un hombre». De este modo, «la mujer posee un especial cuidado de las relaciones, que hace femenino el desarrollo de su actividad. Así, de igual manera que en el matrimonio se realiza la verdadera complementariedad, del mismo modo en que la familia es modelo de las relaciones complementarias, de la diferencia en la igualdad, de la colaboración en la búsqueda de un fin común…, así la presencia de hombres y mujeres hace más rico un ambiente». Y también la Iglesia.
«En el designio divino, en nuestra propia estructura psico-física natural, la plenitud está en la dualidad masculino-femenina. Esta dualidad se articula no como contraposición, sino como colaboración complementaria». Concretamente, «el cuidado de las relaciones personales, que es la contribución específica de la acción femenina, en el ámbito intelectual y práctico, enriquece sin duda todas las situaciones», afirma Lorella Congiunti, que concluye: «Creo que la Iglesia es experta en humanidad, y también lo es en la promoción de la dignidad de la mujer, con y no contra la dignidad de los hombres».
Un lugar en la Iglesia
¿Cuál es el lugar de la mujer dentro de la Iglesia, entonces? Quizá la pregunta está desenfocada; habría que mirar a la mujer de otra manera. La pregunta no puede ser: ¿Cuál es el papel de la mujer en la Iglesia?, porque nadie se interroga: ¿Cuál es el papel del hombre en la Iglesia? Ana Cristina Villa confiesa que, «mientras leo y escucho tantas reflexiones sobre el papel, el lugar, el rol de la mujer en la Iglesia, me surgen varias preguntas: Madre Teresa, ¿se detuvo a pensar en su rol en la Iglesia? ¿O santa Teresa de Ávila? ¿Quizá santa Catalina de Siena pensó en su importante papel en la Iglesia mientras trataba de persuadir al Papa de su tiempo que regresara a Roma? Evidentemente, se trata de un acercamiento un poco irónico; ellas fueron lo que tenían que ser y encendieron fuego en el mundo sin tantas reflexiones sobre rol o no rol, espacio o no espacio. Esto me parece interesante, porque creo que no se puede hacer la pregunta de modo correcto sin partir del presupuesto de que las mujeres siempre han vivido en el corazón mismo de la Iglesia, enriqueciéndola con su genio particular, siempre han encontrado en la Iglesia un lugar para ellas».
Y es que el lugar de la mujer en la Iglesia es, precisamente, la Iglesia. Una de las mujeres que más han influido en la Iglesia de los últimos siglos ha sido santa Teresa de Lisieux, una mujer cuya llamada vocacional le planteó no pocas incertidumbres, para al final constatar: «¡Al fin he hallado mi vocación! ¡Mi vocación es el amor! Sí, hallé el lugar que me corresponde en el seno de la Iglesia; en el corazón de mi Madre la Iglesia, seré yo el amor…».
La mujer –como el hombre– está llamada a amar. Y amar en femenino, como sólo una mujer puede hacer.
Son habituales las alusiones –en entrevistas, homilías y mensajes a algún Congreso– del Papa Francisco a la necesidad de repensar una teología de la mujer en el seno de la Iglesia. La última ha sido la intención general de oración para el mes de marzo: «Que en todo el mundo sea reconocida adecuadamente la contribución de la mujer al desarrollo de la sociedad». En torno a la reforma de la Curia vaticana, ha habido quien ha pedido más relevancia de la mujer en el seno de algún dicasterio. De hecho, el Papa reconoce, en Evangelii gaudium, que existe hoy «un gran desafío para los pastores y para los teólogos» a la hora de «reconocer mejor el posible lugar de la mujer allí donde se toman decisiones importantes, en los diversos ámbitos de la Iglesia».
«Reconozco con gusto –continúa el Papa– cómo muchas mujeres comparten responsabilidades pastorales junto con los sacerdotes, contribuyen al acompañamiento de personas, de familias o de grupos y brindan nuevos aportes a la reflexión teológica. Pero todavía es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva».
Y en una entrevista a La Civiltà Cattolica fue más concreto: «En los lugares donde se toman las decisiones importantes es necesario el genio femenino. Afrontamos hoy este desafío: reflexionar sobre el puesto específico de la mujer incluso allí donde se ejercita la autoridad en los varios ámbitos de la Iglesia».