Lidia Maksymowicz, la superviviente de Auschwitz a la que el Papa besó en el brazo
Fue llevada al campo de concentración con tres años y allí Josef Mengele experimentó con su cuerpo. El encuentro con Francisco «me ha fortalecido y me ha reconciliado con el mundo»
La vuelta de los fieles a las audiencias generales del Papa está propiciando encuentros muy significativos. Uno de ellos se ha vivido esta mañana y ha tenido como protagonistas a Lidia Maksymowicz, una mujer polaca de origen bielorruso que sobrevivió a los campos de concentración nazis, y a Francisco.
No han hecho falta palabras. Maksymowicz tan solo se ha levantado la manga de su chaqueta y ha dejado al descubierto su brazo. Allí, tatuado, el número 70072, que la identifica como ex prisionera de Auschwitz. El Santo Padre, al verlo, la ha mirado a ella durante unos instantes para, posteriormente, inclinarse y darle un beso en aquel número que la acompaña desde hace 76 años y que le recuerda aquella experiencia traumática.
«Con el Santo Padre nos entendimos con los ojos, no tuvimos que decirnos nada, no hacían falta las palabras», ha dicho Lidia a Vatican News. Ha sido un gesto que «me ha fortalecido y me ha reconciliado con el mundo», y que ha tenido lugar en un momento muy especial para ella: el Día de la Madre en Polonia. «Para mí es un aniversario especial, porque he tenido dos madres, la que me dio a luz, y que me robaron en el campo de concentración cuando tenía tres años, y la madre polaca que me adoptó una vez liberada y a la que debo mi salvación», ha añadido.
Regalos al Papa
Durante el encuentro, Maksymowicz le ha entregado al Papa tres regalos que representan las piedras angulares de su vida: la memoria, la esperanza, la oración. La memoria, representada por un pañuelo con una franja azul y blanca con la letra P de Polonia, sobre un fondo triangular rojo, que todos los prisioneros polacos utilizan en las ceremonias de conmemoración.
Esperanza, con un cuadro pintado por su asistente Renata Rechlik que la retrata de niña, de la mano de su madre, mientras observan de lejos la entrada al campo de Birkenau, símbolo del principio del fin para millones de judíos y otros prisioneros. Por último, la oración. Así, Lidia ha colocado un rosario con la imagen de san Juan Pablo II, bendecido por su ahijado y sacerdote, padre Dariusz. «Es el que uso cada día para rezar», ha añadido.
Deportada a los 3 años
Según recoge Vatican News, Lidia Maksymowicz tan solo tenía tres años cuando fue llevada al campo de concentración. «Fui deportada en un tren sólo apto para animales, quizá ni siquiera para eso. Cuando las puertas se abrieron, vi escenas terribles. Mis abuelos fueron separados de nosotros y de los demás, y luego enviados a un barracón con una chimenea de la que salía un humo con un hedor atroz. Mi madre y yo, sucias, hambrientas, asustadas, obedecíamos a los soldados que gritaban palabras incomprensibles mientras los perros ladraban. No entendíamos nada, hacíamos todo lo que nos decían, estábamos aterrorizadas».
Los experimentos de Mengele
Poco después, madre e hija fueron separadas. La primera fue llevada al barracón de los trabajadores, la segunda a uno lleno de otros niños. Este último era el lugar de trabajo del médico Josef Mengele. Allí el ángel de la muerte llevaba a cabo sus experimentos con mujeres embarazadas, bebés gemelos y personas con malformaciones.
Le habían enviado a Lidia porque era una «niña bonita y sana». Después de casi ochenta años, no recuerda lo que Mengele hizo con su cuerpo, pero sí «el dolor» y su mirada: «Era una persona atroz, sin límites ni escrúpulos. Día tras día, muchas personas perdieron la vida en sus manos. Después de la guerra, se encontraron libros con referencias a números tatuados, incluido el mío».