Las pantallas inundan la pospandemia familiar
«Nos dirigimos hacia un futuro cada vez más digital», explica María José Abad, directora de contenidos de Empantallados. El reto es «maximizar las oportunidades y minimizar los riesgos»
—Irene, no sé si habré cogido el bicho. Me encuentro regular.
—Voy a comprar unos tests, porque el niño tiene fiebre.
El resultado, todos positivos. La consecuencia, confinados durante una semana. Así, todo el espacio exterior se redujo durante siete días a una pequeña terraza, que se convirtió en uno de los lugares más visitados de la vivienda de esta familia valenciana. Pero no fue, sin embargo, la única posibilidad de contacto con el exterior: «Igual que en el confinamiento de 2020, tiramos mucho de las nuevas tecnologías para hablar con la familia. Mi marido teletrabajaba desde el despacho y nuestro hijo pudo no perder el ritmo de las clases gracias al servicio de Google Classroom», explica Irene. Eso sí, «en cuanto dimos negativo –hace una semana y media– nos fuimos toda la tarde al campo», añade. El caso de esta familia no es excepcional. La experiencia de Irene, su marido y su hijo es paradigmática en lo que se refiere a la relación de las personas con las pantallas. «La pandemia ha sido como pisar el acelerador a fondo, como un tsunami que lo ha inundado todo, y lo que hay que ver es cómo podemos maximizar oportunidades y minimizar riesgos, teniendo en cuenta que nos dirigimos hacia un futuro cada vez más digital», explica María José Abad, directora de contenidos de Empantallados, una iniciativa de Fomento de Centros de Enseñanza que aspira ayudar a los padres a aprovechar la tecnología como una oportunidad más para educar.
Con este objetivo, Empantallados presentó el pasado martes la IV edición del estudio El impacto de las pantallas en la vida familiar, que ha sido elaborado por GAD3 y que en esta ocasión lleva por título «Familias y adolescentes tras el confinamiento: retos educativos y oportunidades». Los primeros datos que se destacan en el mismo hablan del aumento del uso de la tecnología: dos de cada tres adolescentes y el 64 % de los padres utilizan el teléfono móvil más que en la vieja normalidad. Por otro lado, el confinamiento ha acentuado una realidad que ya existía: el 56 % de los padres creen que los hijos están más enganchados a las pantallas que antes de la COVID-19. Y los chicos reconocen, en un 84 %, que usan el móvil para no aburrirse.
«El reto es utilizar las pantallas con sentido, teniendo claro el para qué», propone Abad. «Que cuando el joven vaya a utilizar el móvil sin que no sea porque no tiene otra cosa que hacer, sino para algo en concreto», añade. De hecho, «hay mucha diferencia cuando un adolescente utiliza el teléfono para posturear y pasar el rato, o para, por ejemplo, compartir algo que tiene que ver con sus aficiones», apunta. «Es necesario ayudar a los jóvenes a tener un proyecto personal en redes , que se creen una marca personal basada en sus hobbies. Esto les hace mejorar muchísimo».
Por último, la directora de contenidos de Empantallados señala la importancia de fomentar un uso equilibrado de la tecnología y combinarla con otras actividades como el deporte, el voluntariado, la lectura o las excursiones por la naturaleza. «Lo ideal sería que de 0 a 2 años no hubiera pantallas. Hasta los 6 el uso tiene que ser muy limitado y controlado y, a partir de ahí, lo más importante es que haya unas normas de uso».
Más allá de la cantidad de horas, el estudio señala la salud emocional como el principal reto educativo. «El 43 % de los adolescentes creen que las pantallas producen en ellos una montaña rusa de emociones; el 55 % piensan que los ayudan a ser más felices, y el 48 % a evadirse de su realidad diaria». Para hacer frente a esta realidad, la psicóloga Silvia Álava habla de la importancia de trabajar la educación emocional. «Hay que enseñar a los chicos a ser conscientes de sus emociones, a ponerles nombre, a potenciar las buenas y regular, que no tapar, las desagradables», explica. Asimismo, destaca el papel de los padres, que son su modelo de referencia. En este sentido, «es clave ver qué ejemplo estás dando a tus hijos; ayudarlos a mejorar su autoconcepto, es decir que conozcan cuáles son sus puntos fuertes y también los flojos; permitirles que cometan errores y que estos se conviertan en una fuente de aprendizaje y no en un motivo de castigo», y por último, Álava señala la necesidad de emitir «mensajes claros, concisos, concretos y adaptados a su edad».