La voz del Magisterio - Alfa y Omega

La voz del Magisterio

Papa Juan Pablo II

El arte que el cristianismo encontró en sus comienzos era el fruto maduro del mundo clásico. La fe imponía a los cristianos un discernimiento que no permitía una recepción automática de este patrimonio. El arte de inspiración cristiana comenzó de forma silenciosa, vinculado a la necesidad de los creyentes de buscar signos con los que expresar los misterios de la fe y de disponer, al mismo tiempo, de un código simbólico, gracias al cual poder reconocerse e identificarse, especialmente en los tiempos difíciles de persecución: el pez, los panes o el pastor evocaban el misterio, llegando a ser, casi insensiblemente, los esbozos de un nuevo arte. Cuando, con el edicto de Constantino, se permitió a los cristianos expresarse con plena libertad, el arte se convirtió en un cauce privilegiado de manifestación de la fe. Aparecieron majestuosas basílicas, con los cánones arquitectónicos del antiguo paganismo, plegándolos a su vez a las exigencias del nuevo culto… Los siglos posteriores fueron testigos de un gran desarrollo del arte cristiano. En Oriente, floreció el arte de los iconos, vinculado a significativos cánones teológicos y estéticos y apoyado en la convicción de que, en cierto sentido, el icono es un sacramento. De forma análoga a lo que sucede en los sacramentos, hace presente el misterio de la Encarnación. En Occidente, los puntos de vista de los que parten los artistas son muy diversos. El patrimonio artístico que se ha ido formando a lo largo de los siglos cuenta con innumerables obras sagradas de gran inspiración, que provocan una profunda admiración aún en el observador de hoy. Se aprecia, en primer lugar, en las grandes construcciones para el culto, donde la funcionalidad se conjuga siempre con la fantasía, la cual se deja inspirar por el sentido de la belleza y por la intuición del misterio. De aquí nacen los estilos tan conocidos en la historia del arte. La fuerza y la sencillez del románico, expresada en las catedrales o en los monasterios, se va desarrollando gradualmente en la esbeltez y el esplendor del gótico. En estas formas, no se aprecia únicamente el genio de un artista, sino el alma de un pueblo.

Carta a los artistas, 7-8 (1999)