La vocación de enseñar - Alfa y Omega

Con el lema Nuestra misión: la educación, nuestro centro: la persona, el 16 de marzo tenía lugar en Madrid la XXXIV Jornada de Enseñanza. Como fondo, el encuentro de Jesús con la samaritana, a la que mira más allá de sus elecciones para devolverle su dignidad, su lugar en la sociedad. Jesús la empodera rompiendo tantas fronteras para colocarla en el centro, nos recordaba la delegada diocesana, Inmaculada Florido.

Jesús empatiza con su sed profunda y esta es también nuestra misión como docentes: conocer la sed de nuestros alumnos, tener esperanza en ellos. «El día que la educación pierda la esperanza tendremos que cerrar el mundo», decía Jesús Vidal, obispo auxiliar de Madrid.

Nuestros barrios están marcados por nuestros centros de enseñanza. Es necesario derribar fronteras y convertir la educación en espacio de encuentro. Son palabras del jesuita José María Rodríguez Olaizola, que nos hizo tomar conciencia de la «barbarie contemporánea» en la que en ocasiones la defensa de una idea puede convertirse en intolerancia. Es necesario enseñar a nuestros alumnos a dialogar; librarles de ese «analfabetismo vital» y formar a gente crítica; ensanchar la frontera de la fe más allá de los ritos y las celebraciones… Debemos –continúo con Rodríguez Olaizola– traducir el Evangelio para que nuestros jóvenes y niños puedan entenderlo, para que sepan que más allá de «la frontera del hedonismo» pueden encontrar el equilibrio entre sentimiento y razón, y por tanto una vida llena de sentido. También son necesarios los límites: saber elegir y renunciar, acoger un no como respuesta… Y tener una visión de futuro más allá de lo inmediato.

Nuestra profesión es una vocación que, cuando se vive con pasión, se vuelve testimonio. De manera especial en este marco de incertidumbre en el que vive nuestra asignatura de Religión, moneda de cambio para nuestros gobiernos que olvidan que la libertad de enseñanza no se negocia.

Terminaba nuestra jornada acercándonos a esos «latidos de Dios» a través la música el padre Damián, sacerdote redentorista, poniendo el broche a un momento de encuentro que nos devolvió la fuerza y la ilusión para volver a nuestras ágoras.