«La vida es plena cuando se vive desde la misericordia»
Un joven misericordioso «tiene el coraje de salir al encuentro de los demás», incluso del que «viene de otra cultura» y de aquel «a quien tenemos miedo»; también de decirle a quien «no conoce a Dios, Su nombre y el porqué de nuestra fe»
En su primer acto con los jóvenes que participan en la Jornada Mundial de la Juventud, el Papa Francisco los invitó a gritar todos juntos «¡Misericordia!», «para que el mundo lo oiga». Porque «la vida es plena cuando se vive desde la misericordia», concluyó.
El Papa llegó el jueves por la tarde al parque Blonia, en Cracovia, donde lo esperaban cientos de miles de jóvenes, muchos cubiertos con capas para protegerse de la lluvia que caía de forma intermitente.
El cardenal Stanislaw Dziwisz, arzobispo de Cracovia, dio la bienvenida «al Pedro de nuestros tiempos», y suscitó los aplausos de los jóvenes al recordar que Cracovia es la ciudad de san Juan Pablo II. Es también –añadió– «la capital espiritual de la misericordia, por la obra de santa Faustina Kowalska».
«El Evangelio es siempre joven, siempre actual», continuó. Y, en un mundo «con conflictos, con violencia», los jóvenes «queremos ser hombres de paz, testimonios de la misericordia de Dios. Queremos ser misericordiosos como el Padre. Queremos construir con Jesús un mundo más justo y más solidario».
«El mundo os mira; quiere aprender»
A continuación, tuvo lugar un breve festival en el que se presentaron todos los continentes, con sus banderas y folclore, y numerosos santos –en estandartes o con jóvenes caracterizados–: santa Josefina Bakita, la beata Irma Dulce, san Damián de Molokai, santo Domingo Savio, santa Teresita del Niño Jesús, el beato Pier Giorgio Frasati, santa María Goretti, el beato José Sánchez, o los beatos polacos Miguel Tomaszek y Zbigniew Strzalkowski, martirizados en los años 90 en Perú, entre otros.
«Me alegra el corazón veros así de exuberantes», dijo el Papa a los jóvenes al comienzo de su discurso. «La Iglesia, hoy, os mira. Más aún: el mundo, hoy, os mira. Y quiere aprender de vosotros para renovar su confianza en la misericordia del Padre».
Un joven misericordioso –continuó Francisco– «tiene el coraje de salir de su comodidad», «al encuentro de los demás», de ser refugio para «quien jamás ha tenido una casa o la ha perdido; sabe crear un ambiente de familia para aquellos que han tenido que emigrar, es capaz de ternura y compasión», y mira con amor incluso «al que viene de otra cultura, ni a aquel a quien tenemos miedo porque pensamos que nos puede hacer mal».
¿Vértigo, o la plenitud de Cristo?
El Santo Padre alertó a los jóvenes de dos peligros: tirar la toalla antes de empezar a vivir y perder su juventud persiguiendo un «vértigo alienante». Y les interrogó sobre si querían eso, o «sentir esa fuerza que os hará sentiros vivos, llenos. ¿Vértigo alienante, o fuerza de la gracia?». La respuesta «no se vende, no se compra, no es una cosa, no es un objeto. Es una persona: Se llama Jesucristo. ¡Un aplauso al Señor!».
«Estos días de la JMJ, Jesús quiere entrar en nuestra casa, en mi casa, en el corazón de cada uno». Por eso, el Papa pidió a los jóvenes que los días de la Jornada estén «dedicados a Jesús, a escucharlo, a recibirlo» en todos. Para tener una vida plena, es necesario «dejarse conmover. Esta es la respuesta de Jesús, su desafío: la misericordia».
«Lánzanos a los que no te conocen»
E invitó a los jóvenes a pedir al Señor: «Lánzanos a la aventura de la misericordia, de construir puentes y derribar muros, de socorrer al pobre, al solo, al que no encuentra sentido a su vida. Lánzanos a acompañar a aquellos que no te conocen y a decirles lentamente, con mucho respeto, tu nombre y el porqué de nuestra fe».
En otro momento, abandonó el discurso preparado para responder a los jóvenes que se sienten incapaces de seguir a Jesús: «Si tú eres débil, si caes, mira un poquito hacia arriba y ahí encontrarás la mano tendida de Jesús, que te dice: “Levántate”. La mano de Jesús siempre está tendida para alzarnos cuando caemos. ¿Lo habéis entendido?».
Queridos jóvenes, muy buenas tardes.
Finalmente nos encontramos. Gracias por esta calurosa bienvenida. Gracias al Cardenal Dziwisz, a los Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y a todos aquellos que los acompañan. Gracias a los que han hecho posible que hoy estemos aquí, que se la «han jugado» para que pudiéramos celebrar la fe.
En esta, su tierra natal, quisiera agradecer especialmente a san Juan Pablo II, que soñó e impulsó estos encuentros. Desde el cielo nos está acompañando viendo a tantos jóvenes pertenecientes a pueblos, culturas, lenguas tan diferentes con un solo motivo: celebrar que Jesús está vivo en medio nuestro. Y decir que está vivo, es querer renovar nuestras ganas de seguirlo, nuestras ganas de vivir con pasión su seguimiento. ¡Qué mejor oportunidad para renovar la amistad con Jesús que afianzando la amistad entre ustedes! ¡Qué mejor manera de afianzar nuestra amistad con Jesús que compartirla con los demás! ¡Qué mejor manera de vivir la alegría del Evangelio que queriendo «contagiar» su Buena Noticia en tantas situaciones dolorosas y difíciles!
Jesús es quien nos ha convocado a esta 31 Jornada Mundial de la Juventud; es Jesús quien nos dice: «Felices los misericordiosos, porque encontrarán misericordia» (Mt 5, 7). Felices aquellos que saben perdonar, que saben tener un corazón compasivo, que saben dar lo mejor de sí a los demás.
Queridos jóvenes, en estos días Polonia se viste de fiesta; en estos días Polonia quiere ser el rostro siempre joven de la Misericordia. Desde esta tierras con ustedes y también unidos a tantos jóvenes que hoy no pueden estar aquí, pero que nos acompañan a través de los diversos medios de comunicación, todos juntos vamos a hacer de esta jornada una auténtica fiesta Jubilar.
En los años que llevo como Obispo he aprendido algo: no hay nada más hermoso que contemplar las ganas, la entrega, la pasión y la energía con que muchos jóvenes viven la vida. Cuando Jesús toca el corazón de un joven, de una joven, este es capaz de actos verdaderamente grandiosos. Es estimulante escucharlos, compartir sus sueños, sus interrogantes y sus ganas de rebelarse contra todos aquellos que dicen que las cosas no pueden cambiar. Es un regalo del cielo poder verlos a muchos de ustedes que, con sus cuestionamientos, buscan hacer que las cosas sean diferentes. Es lindo, y me conforta el corazón, verlos tan revoltosos. La Iglesia hoy los mira y quiere aprender de ustedes, para renovar su confianza en que la Misericordia del Padre tiene rostro siempre joven y no deja de invitarnos a ser parte de su Reino.
Conociendo la pasión que ustedes le ponen a la misión, me animo a repetir: la misericordia siempre tiene rostro joven. Porque un corazón misericordioso se anima a salir de su comodidad; un corazón misericordioso sabe ir al encuentro de los demás, logra abrazar a todos. Un corazón misericordioso sabe ser refugio para los que nunca tuvieron casa o la han perdido, sabe construir hogar y familia para aquellos que han tenido que emigrar, sabe de ternura y compasión. Un corazón misericordioso, sabe compartir el pan con el que tiene hambre, un corazón misericordioso se abre para recibir al prófugo y al migrante. Decir misericordia junto a ustedes, es decir oportunidad, decir mañana, compromiso, confianza, apertura, hospitalidad, compasión, sueños.
También quiero confesarles otra cosa que aprendí en estos años. Me genera dolor encontrar a jóvenes que parecen haberse «jubilado» antes de tiempo. Me preocupa ver a jóvenes que «tiraron la toalla» antes de empezar el partido. Que están «entregados» sin haber comenzado a jugar. Que caminan con rostros tristes, como si su vida no valiera. Son jóvenes esencialmente aburridos… y aburridores. Es difícil, y a su vez cuestionador, por otro lado, ver a jóvenes que dejan la vida buscando el «vértigo», o esa sensación de sentirse vivos por caminos oscuros, que al final terminan «pagando»… y pagando caro. Cuestiona ver cómo hay jóvenes que pierden hermosos años de su vida y sus energías corriendo detrás de vendedores de falsas ilusiones (en mi tierra natal diríamos «vendedores de humo»), que les roban lo mejor de ustedes mismos.
Por eso, queridos amigos, nos hemos reunidos para ayudarnos unos a otros porque no queremos dejarnos robar lo mejor de nosotros mismos, no queremos permitir que nos roben las energías, la alegría, los sueños, con falsas ilusiones.
Queridos amigos, les pregunto: ¿Quieren para sus vidas ese vértigo alienante o quieren sentir esa fuerza que los haga sentirse vivos, plenos? ¿Vértigo alienante o fuerza de la gracia? Para ser plenos, para tener fuerza renovada, hay una respuesta; no es una cosa, no es un objeto, es una persona y está viva, se llama Jesucristo.
Jesucristo es quien sabe darle verdadera pasión a la vida, Jesucristo es quien nos mueve a no conformarnos con poco y a dar lo mejor de nosotros mismos; es Jesucristo quien nos cuestiona, nos invita y nos ayuda a levantarnos cada vez que nos damos por vencidos. Es Jesucristo quien nos impulsa a levantar la mirada y a soñar alto.
En el Evangelio hemos escuchado que Jesús, mientras se dirige a Jerusalén, se detiene en una casa –la de Marta, María y Lázaro– que lo acoge. De camino, entra en su casa para estar con ellos; las dos mujeres reciben al que saben que es capaz de conmoverse. Las múltiples ocupaciones nos hacen ser como Marta: activos, dispersos, constantemente yendo de acá para allá…; pero también solemos ser como María: ante un buen paisaje, o un video que nos manda un amigo al móvil, nos quedamos pensativos, en escucha. En estos días de la Jornada, Jesús quiere entrar en nuestra casa; nos mirará en nuestras preocupaciones, en nuestro andar acelerado, como lo hizo con Marta… y esperará que lo escuchemos como María; que, en medio del trajinar, nos animemos a entregarnos a él. Que sean días para Jesús, dedicados a escucharnos, a recibirlo en aquellos con quienes comparto la casa, la calle, el club o el colegio.
Y quien acoge a Jesús, aprende a amar como Jesús. Entonces él nos pregunta si queremos una vida plena: ¿Quieres una vida plena? Empieza por dejarte conmover. Porque la felicidad germina y aflora en la misericordia: esa es su respuesta, esa es su invitación, su desafío, su aventura: la misericordia. La misericordia tiene siempre rostro joven; como el de María de Betania sentada a los pies de Jesús como discípula, que se complace en escucharlo porque sabe que ahí está la paz. Como el de María de Nazaret, lanzada con su «sí» a la aventura de la misericordia, y que será llamada feliz por todas las generaciones, llamada por todos nosotros «la Madre de la Misericordia».
Entonces, todos juntos, ahora le pedimos al Señor: Lánzanos a la aventura de la misericordia. Lánzanos a la aventura de construir puentes y derribar muros (cercos y alambres), lánzanos a la aventura de socorrer al pobre, al que se siente solo y abandonado, al que ya no le encuentra sentido a su vida. Impúlsanos a la escucha, como María de Betania, de quienes no comprendemos, de los que vienen de otras culturas, otros pueblos, incluso de aquellos a los que tememos porque creemos que pueden hacernos daño. Haznos volver nuestro rostro, como María de Nazaret con Isabel, sobre nuestros ancianos para aprender de su sabiduría.
Aquí estamos, Señor. Envíanos a compartir tu Amor Misericordioso. Queremos recibirte en esta Jornada Mundial de la Juventud, queremos confirmar que la vida es plena cuando se la vive desde la misericordia, que esa es la mejor parte, y que nunca nos será quitada.