La verdad de la Humanae vitae - Alfa y Omega

La verdad de la Humanae vitae

Redacción
Pablo VI, en un Vía Crucis

El pasado 25 de julio, solemnidad de Santiago Apóstol, se cumplieron 40 años de la promulgación de la encíclica Humanae vitae, de Pablo VI, referente indiscutible sobre la moral sexual de la Iglesia. El pasado lunes, el diario de la Santa Sede, L’Osservatore Romano, volvía a publicar en sus páginas un artículo sobre esta encíclica que vio la luz, en portada, el 5 de enero de 1969. Lo firmaba el entonces cardenal arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla, y se titulaba La verdad de la «Humanae vitae». Comenzaba, curiosamente, con una cita de Gandhi: «En mi opinión, afirmar que el acto sexual es una acción espontánea, análoga al sueño o al alimentarse, es ignorancia. La existencia del mundo depende del acto de multiplicarse —de la procreación, diremos nosotros—, y debe estar sometido a la norma que busca salvaguardar el desarrollo de la vida en la tierra».

La cita de Gandhi no era un guiño del arzobispo de Cracovia a los hippies del otro lado del telón de acero. Wojtyla llevaba el debate adonde pretendía: a la ley natural, «escrita en el corazón del hombre y confirmada por la conciencia, para ser capaz de penetrar en la profunda verdad de la doctrina de la Iglesia, contenida en la encíclica de Pablo VI Humanae vitae».

Abordaba el significado de la paternidad responsable. «Pablo VI —decía— hace un análisis de las dos grandes y fundamentales realidades de la vida matrimonial: el amor conyugal y la paternidad responsable en la relación entre ambas. Un análisis recto del amor conyugal presupone una idea exacta del matrimonio en sí mismo. No es producto de la evolución de inconscientes fuerzas naturales, sino comunión de personas, basada en la recíproca donación. Se trata de amor total, es decir, del amor que compromete a todo el hombre, su sensibilidad, su afectividad y su espiritualidad, y que, a la vez, debe ser fiel y exclusivo. Este amor no se termina en la comunión entre los cónyuges, sino que está destinado a continuar, suscitando nuevas vidas. Es, por tanto, amor fecundo. Si el amor conyugal es amor fecundo, es decir, orientado a la paternidad, es difícil pensar que el significado de la paternidad responsable pueda identificarse solamente con la limitación de los nacimientos».

En cuanto a la paternidad responsable, «un peligro —al que la encíclica pone un remedio providencial— consiste en la tentación de considerar este problema fuera de los parámetros de la ética». La paternidad responsable «significa el dominio necesario que la razón y la voluntad deben ejercer sobre la tentación del instinto y de las pasiones».

«La paternidad responsable es, por sí misma, un valor ético que la Iglesia se siente en el deber de custodiar, garantizar y defender». Ante todo, se trata del «valor de la vida humana, es decir, de la vida ya concebida y surgida de la convivencia de los cónyuges».

Es una defensa muy necesaria: «La encíclica Humanae vitae expresa la profunda solicitud de salvaguardar al hombre del peligro de alterar los valores fundamentales. Uno de los valores más importantes es el amor humano. La verdad de la Humanae vitae es normativa; recuerda los principios de la moral objetiva inscrita por Dios en el corazón humano».