La tarea de amar - Alfa y Omega

La tarea de amar

XV Domingo del Tiempo ordinario / Evangelio: Lucas 10, 25-37

José Rico Pavés
El Buen samaritano. Mosaico de Marco Ivan Rupnik.

El corazón de la Ley es tarea de amor. En sus preceptos se expresa la voluntad de Dios y en su cumplimiento está la salvación del hombre. Quien se sabe la Ley pero no cumple su tarea, no abraza la voluntad de Dios y se cierra a la salvación. Un letrado se acerca a Jesús para ponerlo a prueba: conoce la Ley y sus preceptos, pero su saber no se traduce en obras. Por dos veces, Jesús le invita a poner en práctica sus conocimientos. Sin ejercicio, su saber sirve de poco. El que quería probar a Jesús se ha visto probado. Ahora tiene la oportunidad de adquirir la verdadera sabiduría, la que se adquiere en coloquio sincero con el Señor y en la práctica compasiva de la misericordia. Al llegar con la Iglesia al Domingo XV del Tiempo Ordinario, Jesús sale a nuestro paso en la Liturgia y nos enseña que, para conocer de verdad los preceptos del Señor, hay que llevarlos a la práctica. Sus enseñanzas nos descubren cómo cumplir la tarea de amar.

El encuentro del letrado con Jesús se desarrolla en dos momentos. En el primero, el evangelista destaca la intención torcida de quien se acerca al Maestro queriéndolo poner a prueba. Aunque la intención es torcida, la pregunta es recta: para heredar la vida eterna, necesario es actuar. En la Ley está el principio de actuación: el amor a Dios y al prójimo es la llave de la eternidad. El letrado ha hablado bien, pero para alcanzar la vida eterna como herencia eso solo no es suficiente. El primer momento concluye con una invitación a la acción: haz esto y tendrás la vida.

En el segundo momento, Jesús se sirve de una nueva pregunta del letrado para desvelar el sentido auténtico de la Ley. Sin compasión no hay práctica de la Ley ni conocimiento del prójimo. En la parábola del Buen samaritano se describe el ejercicio de la Ley como tarea de amor compasivo, al tiempo que se descubre el rostro concreto del prójimo. Ante el hombre herido, actúa conforme a la voluntad del Señor, no quien conoce los mandamientos y los custodia en el templo (sacerdote y levita), sino quien los practica en el camino de la vida. La misericordia, por ser amor compasivo, busca el bien de nuestros semejantes, con independencia de condicionamientos humanos, cuidando hasta los detalles más pequeños. El segundo momento concluye también con una invitación a la acción: quien ejerce la misericordia sabe quién es el prójimo.

La mayor parte de los autores de la antigüedad cristiana han dado una interpretación espiritual a la parábola del Buen samaritano, reconociendo en las palabras de Cristo el anuncio de su misión salvadora: el buen samaritano es el mismo Jesús; el aceite y el vino, los sacramentos; la posada, la Iglesia; los dos denarios, los dos Testamentos que llevan impresa la efigie de nuestro Rey; el día siguiente, el día de la Resurrección; y la vuelta, el día de la venida de Cristo al fin de los tiempos. Con esta parábola, Jesucristo está revelando el amor misericordioso del Padre que ha enviado a su Hijo para compadecerse del hombre herido por el pecado. Hasta que Cristo vuelva, la tarea de la Iglesia no es otra que derramar el bálsamo de la misericordia sobre las llagas de la Humanidad, mediante la predicación de la Palabra divina y el ungüento sanador de los sacramentos. Ejercicio amoroso de compasión: tal es la tarea que el Señor nos encomienda.

XV Domingo del Tiempo ordinario / Evangelio: Lucas 10, 25-37

En aquel tiempo, se levantó un maestro de la ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?».

Él le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?».

Él respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu fuerza, y con toda tu mente. Y al prójimo como a ti mismo».

Él le dijo: «Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida».

Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?».

Respondió Jesús diciendo:

«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino, y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio; al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva. ¿Cuál de estos tres te parece que ha sido el prójimo del que cayó en manos de los bandidos?».

Él dijo: «El que practicó la misericordia con él».

Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo».