La sequía agosta el futuro de los campesinos de Centroamérica
La falta de lluvias en el Corredor Seco que recorre países como Guatemala y Honduras ha acabado hasta con el 80 % de las cosechas algunos años. Va agotando los recursos de las familias, hasta que muchas se ven empujadas a emigrar
«Hace 25 años sabíamos que el 3 o 4 de mayo llovía y nos preparábamos. Había estabilidad. Luego vinieron seis o siete años de mucha lluvia. A partir del 2012, hemos tenido una sequía permanente». La queja de Juana Ramírez, una agricultora de Jocotán (Guatemala), resuena por todo el Corredor Seco, la región semiárida de Centroamérica que, según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, es especialmente susceptible a sus consecuencias.
Lugares como este demuestran que, si no se trata a la tierra «con ternura», «deja de ser fuente de vida para la familia humana», como escribió el Papa a la jornada Agua, agricultura y alimentación, celebrada en diciembre en Madrid. «El agua es primordial –añadía– y, sin embargo, por desgracia no todos tienen acceso a ella».
El informe de InspirAction sobre cambio climático y migraciones en el Corredor Seco revela que este fenómeno tiene consecuencias específicas para las mujeres. Por ejemplo, ellas acaban dedicando más tiempo (unas seis horas diarias) a la búsqueda de agua y a atender a los cada vez más numerosos enfermos de enfermedades como el zika o la chikungunya. En Honduras y Nicaragua se percibe además una cierta feminización de la emigración, enfocada sobre todo al servicio doméstico. Cuando ellas se quedan atrás y deben sacar adelante a la familia, se encuentran con obstáculos como que en muy pocos casos son dueñas de la tierra. Deben alquilarlas, y los arrendadores les exigen hasta el 50 % de lo (poco) que consiguen cultivar.
Suele faltarles a los más vulnerables. Perder el 90 % de las cosechas de fríjol, como en El Salvador en 2014; o el 80 % de las de fríjol y el 60 % de las de maíz, los dos años siguientes en Honduras, es catastrófico en una zona donde –según la FAO– el 62 % de los hogares depende de estos productos para subsistir. Como consecuencia, según la misma entidad, un tercio de los 10,5 millones de habitantes del corredor necesita ayuda humanitaria.
Por todos estos datos y testimonios como el de Juana, que se recogen en un informe que la ONG InspirAction publicará en los próximos meses, diversas entidades consideran la sequía un factor clave, junto con otros como la violencia, para explicar la migración centroamericana. «La canícula afecta a toda la zona del maíz. Muchas familias migraron. Si no cae la lluvia, pues no pueden sembrar más», lamentaba Alba desde Choluteca (Honduras).
«Es una estrategia de supervivencia después de años de tiempo errático, cosechas fallidas y desempleo crónico», subraya para Alfa y Omega Paul Townsend, responsable en Guatemala de Catholic Relief Services, la entidad de desarrollo de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos.
Las historias que ha visto y las que recoge InspirAction ilustran cómo poco a poco las familias campesinas se van quedando sin alternativas: venden o matan sus animales, lo que las hace más vulnerables si la situación no mejora. Renuncian a la primera de las dos siembras anuales, para minimizar la inversión y el riesgo. Pero sigue sin llover, y ni siquiera una única recolección está garantizada. En Guatemala, en 2018 la falta de agua malogró la producción de 300.000 granjas del Corredor Seco, que en algunos casos produjeron solo menos de un quinto de lo previsto. Esto, en una región en la que más del 70 % de los niños padece malnutrición.
Entidades como CRS, que en Guatemala colabora estrechamente con Cáritas, así como las varias socias de InspirAction sobre el terreno, apuestan por ofrecer a los campesinos alternativas a la emigración. Su labor se dirige sobre todo a la formación, la construcción de aljibes y la optimización del agua, y a la diversificación de los cultivos, con la creación de bancos y ferias de semillas de plantas más resistentes a la escasez de agua y además ricas en nutrientes. Solo en Guatemala, más de 27.000 familias se han beneficiado ya de los proyectos de CRS.
Ni el café ayuda
Cuando en casa ya no queda plan B, ni C, llega la hora de emigrar. Uno de los primeros destinos, además de las ciudades cercanas, suelen ser otras áreas rurales con cultivos como el café, el azúcar o el plátano, que buscan mano de obra para la recogida. Estos movimientos temporales afectan a familias enteras, pues las fincas emplean a hombres, mujeres y también niños. De hecho –relatan desde InspirAction–, «algunos colegios de los lugares de origen han tenido que adaptar las temporadas escolares debido al absentismo durante la recolección del café».
Y ni siquiera este producto es una apuesta segura. Entre 2012 y 2013 la roya, un hongo, hizo disminuir la producción en un 20 %. Ahora que los productores se empezaban a recuperar, el precio del café en el mercado internacional ha bajado a mínimos históricos, y ya no cubre la inversión de un pequeño campesino, que proporcionalmente es mayor que la de las grandes plantaciones. «Los productores no pueden reinvertir, tienen menos cosecha, y contratan a menos personas –relata Townsend–. Pienso en el caso de Francisco. Hace unos años intentó hacer realidad su sueño de cultivar café [además de maíz y fríjol]. Por la roya, la sequía y la caída de precios acabó quebrando. Así que dejó atrás a su mujer y a sus dos hijos pequeños, y él y su hijo mayor emprendieron el arduo viaje hacia Texas».