El director de La señora y la criada, Miguel del Arco, ha escrito que la elección de este texto para ser representado por la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico «no vino motivada por un afán arqueológico sino por la risa». Y es cierto que su espectáculo es enormemente divertido y burbujeante, pero su relevancia trasciende el mero entretenimiento. Cualquier entusiasta de los clásicos tiene motivos para celebrar que la sección juvenil de la CNTC recupere para la escena española esta pequeña joya de Calderón de la Barca que permanecía semioculta en el conjunto de su vasta producción artística, puesto que la CNTC cumple así con uno de sus fines: la conservación, promoción y difusión del patrimonio cultural del Siglo de Oro. Y lo hace no solo por la importancia de su autor, sino porque la propia obra lo merece.
El siglo XVII dista de ser ese mundo oscuro, desabrido y totalitario con que algunos mantienen los tópicos de la leyenda negra, y este texto habla muy bien del clima de galantería, felicidad, emoción y picardía de una corte festiva. De ese carácter gozoso participa La señora y la criada, que Julio Escalada ha versionado con exquisito mimo, facilitando su comprensión y aligerando la densidad textual sin perder la grandeza poética de un versificador tan inteligente y profundo como Calderón. Es una versión que sirve perfectamente a la vibrante puesta en escena de Del Arco. Entre sus muchas virtudes se encuentra la deriva del montaje hacia el musical. No es una transgresión, dado que los espectáculos de los siglos XVI y XVII rebosaban música, pero hay que tener mucho talento para trufar este texto de sonidos populares de la Italia de la segunda mitad del XX y que funcione tan bien.
Miguel del Arco cuenta, además, con un magnífico reparto de jóvenes veinteañeros dispuestos a festejar el gozo de amar y de vivir. Se pueden destacar la comicidad de Alba Recondo, de sensualidad y procacidad rayanas en lo excesivo pero jamás vulgar; la precisión de Irene Serrano, la ductilidad de Alejandro Pau o la elegancia de Aisa Pérez, pero quienes hacen papeles algo menores están igualmente muy bien. Pocos montajes hay tan idóneos como este para iniciar a los espectadores en el disfrute del teatro clásico y conviene que semejante experiencia pueda llegar más allá de Madrid o Almagro. Hay una responsabilidad cultural y social que este trabajo cumple de manera sobrada y que exige que se facilite su visión al mayor número de espectadores posible.