La riqueza de las diferencias humanas
Jonathan Sacks no ha dejado de anunciar, en las últimas dos décadas, un progresivo retorno de la gente a la religión. Uno de los motivos de este retorno es la necesidad de una ética con consistencia, ya que -advierte- ninguna sociedad que no comparta unos ideales sobre la moralidad puede sobrevivir durante mucho tiempo
El profesor de Filosofía y ex Rabino Principal de Gran Bretaña, Jonathan Sacks, ha tenido oportunidad de conocer al Papa Francisco en el encuentro interreligioso sobre el matrimonio, celebrado del 17 al 19 de noviembre. No es difícil encontrar sintonías entre Sacks y el Pontífice que, en Evangelii gaudium, resalta el valor simbolizado por las múltiples caras del poliedro frente a la supuesta perfección de la esfera: la riqueza de las diversas tradiciones culturales frente a la globalización entendida como uniformidad. Uno de los libros del filósofo judío, La dignidad de la diferencia. Cómo evitar el choque de civilizaciones, resalta que las diferencias religioso-culturales conllevan una riqueza para la Humanidad, son una fuente de esperanza y no de temor. El Papa habrá encontrado en los puntos de vista de Sacks una gran similitud con las opiniones de su compatriota, el rabino Abraham Skorka, que dialogó con él en la obra Sobre el cielo y la tierra. El encuentro entre Sacks y Francisco es una muestra de lo que debe ser el diálogo interreligioso. No consiste en una reunión de expertos a la búsqueda desesperada de similitudes que desemboquen en una frágil puesta en común, sino en la oportunidad de exponer con alegría y esperanza las razones de la fe, integrantes de la propia vida, en un clima de respeto a cualquier interlocutor, considerado como un amigo y no como un adversario.
Jonathan Sacks era un joven en la década de 1960, cuando se propagó la idea de que la religión estaba llamada a desaparecer en un futuro próximo. Eran los tiempos en que John Lennon cantaba, en Imagine, a un mundo sin religión y sin tantas otras cosas, entendidas como un lastre del pasado. Un mundo supuestamente ideal, y que ciertos cantantes pop e ídolos de la contracultura no habían inventado. Lo habían defendido otros en la época de la Ilustración, en particular Voltaire, que consideraba a las religiones como responsables de guerras y violencias, teniendo en cuenta la turbulenta historia de Europa desde la implantación de la Reforma protestante. Voltaire, apóstol de la tolerancia, se convirtió a la vez en portavoz de la lucha contra la religión, y no vio, como tampoco lo ven algunos en nuestros días, ninguna contradicción en su planteamiento, pues se sentía henchido de un peculiar sentido de la justicia. Por el contrario, Sacks no ha dejado de anunciar, en las últimas dos décadas, un progresivo retorno de la gente a la religión. Uno de los motivos es la necesidad de una ética con consistencia, transmisible a los hijos en la familia y en la escuela, una ética de principios definidos sobre el bien y el mal, algo que no entiende esa ética que prefiere lo correcto a lo bueno.
El rabino constataba, en una reciente entrevista en el semanario The Spectator (1-11-2014), que ninguna sociedad que no comparta unos ideales sobre la moralidad puede sobrevivir durante mucho tiempo. Quizás esta ética blanda dominante procede de haber aplicado los planteamientos del mercado, triunfantes en las sociedades liberales democráticas, a todos los ámbitos de la vida. De este modo, desaparece la distinción entre el bien y el mal, pues lo único importante, la fuente absoluta de moralidad, es lo que el yo elije libremente. La vida es así un gran supermercado, con un soberano absoluto: el consumidor no sólo de bienes y servicios, sino también de éticas personalizadas. Pero, además, Sacks llega, en la citada entrevista, a una demoledora conclusión: el fundamento de ese sucedáneo de la ética tradicional sólo puede ser la biología darwiniana. Tiene razón porque es lo que subyace en esa permanente competitividad propia de las sociedades occidentales, en el individualismo radical que hace de la libertad ilimitada el mayor de los ídolos.
Ningún hombre es una isla
Pese a su visión crítica de la globalización, el rabino Sacks no arremete contra la economía de mercado. Es consciente de que ha sabido generar riqueza, pero el error ha sido hacer de esa riqueza un bien exclusivo y privativo de unos pocos. De paso, arremete, en La dignidad de la diferencia, contra esa caricatura de la religión judía, presente desde hace siglos, en la que las riquezas son prueba de la bendición de Dios para unos pocos afortunados. Antes bien, los libros del Pentateuco están llenos de exhortaciones divinas a favor de los desvalidos, lo que implica que esa bendición debe ser usada al servicio de la comunidad.
Según Jonathan Sacks, la clave de los males del mundo presente es la pérdida del sentido de comunidad. Estamos haciendo de la sociedad un hotel, no un hogar. Se entiende así que cite en su libro el conocido poema de su compatriota John Donne, escrito hace cuatro siglos: «Ningún hombre es una isla/ la muerte de cualquiera me afecta porque estoy unido a la Humanidad/ ¿por quién doblan las campanas?/ Doblan por ti».
El barón Jonathan Henry Sacks nació en Londres el 8 de marzo de 1948. Entre 1991 y 2013, fue Rabino Jefe de la Commonwealth. Ejerció de anfitrión durante el encuentro de Benedicto XVI en el Reino Unido con representantes de otras religiones. Prueba de la buena sintonía entre ambos fue que el rabino le devolvió la visita al Papa al año siguiente, en 2011. Sacks es un reconocido articulista y autor de unos 25 libros, el más conocido de ellos es: La dignidad de la diferencia. Nagrela Editores ha publicado, en los últimos meses, en español, éste y otros dos libros suyos: La Gran Alianza y Celebrar la Vida.