La respuesta de esperanza de la Iglesia ante la desesperación que crece con la crisis. Venid a Mí todos los que estáis cansados. Yo os aliviaré - Alfa y Omega

La respuesta de esperanza de la Iglesia ante la desesperación que crece con la crisis. Venid a Mí todos los que estáis cansados. Yo os aliviaré

Los desahucios, el paro, no saber cómo llegar a fin de mes… están provocando un aumento de la angustia y hasta de las cifras de suicidio. Ante la crisis, la Iglesia no se limita a dar pan al hambriento y acompañar al que sufre. En una sociedad enferma de materialismo, una de sus contribuciones más decisivas consiste en dar razones para la esperanza a quien llama a su puerta, ayudarle a afrontar la vida con sentido, aun en las situaciones más duras

Cristina Sánchez Aguilar
Una de las grandes tareas de la Iglesia es «devolver la esperanza a los hombres de nuestro tiempo», señala monseñor García Ginés, obispo de Guadix.

Un día, Antonio se levantó y ya no tenía a su alrededor una casa confortable. Un día, Antonio se levantó y vio los soportales de la Plaza Mayor de Madrid como único resguardo. Llevaba 4 meses malviviendo en la calle, cuando alguien le habló del albergue de San Juan de Dios, que la Orden regenta en la calle Herreros de Tejada. «Allí encontré las puertas del cielo», cuenta un año después un hombre optimista, que ahora vive en un piso tutelado y, en enero, por fin, tendrá su casa —un alquiler social de bajo coste—. «Caer en la calle es brutal», reconoce Antonio, quien agradece, por encima de la cama, la comida y el aseo diario, «la compañía, porque en la calle hay mucha soledad».

Gracias a la oportunidad que recibió, ahora afirma con rotundidad que se puede «enfocar el camino de salida a una situación que es deprimente, y puede ser hasta mortal», y reconoce que «hay gente que no es capaz de ver la luz, y la única solución que encuentra es tirarse por un balcón».

Nos estamos acostumbrando a escuchar que las amenazas de desahucio han llevado a alguien a despedirse de este mundo. Pero esto no es nuevo. Los voluntarios del Teléfono de la Esperanza —organización fundada hace 40 años por Serafín Madrid, Hermano de San Juan de Dios— atendieron, en 2011, 3.004 llamadas de personas que querían suicidarse. «Hay gente que le quita valor a su vida si no tiene cubiertas determinadas necesidades básicas», señala don Eladio Morales, psicólogo clínico y Presidente de la organización. Más ahora, con la crisis, cuando «las llamadas de personas angustiadas se han incrementado notablemente», añade. Que llamen a un desconocido en una situación límite dice mucho del contexto de esa persona: «El hándicap más importante es que no tienen cubiertas las relaciones sociales y familiares. Por eso, el valor que le dan a su existencia es muy bajo, porque no son felices», explica don Eladio.

Uno de los datos que aporta el Teléfono de la Esperanza es que, en los últimos años, la tasa de suicidios ha aumentado un 60 %. «Hay demasiadas personas en situaciones límite de soledad y de aislamiento», afirma don Pedro Madrid, Hermano de San Juan de Dios y el voluntario —siendo hermano del fundador— que cogió hace 40 años la primera llamada. «Nadie quiere matarse a sí mismo, pero faltan motivaciones y personas concretas que le recuerden a uno por qué hay que levantarse cada día», añade.

Es ese «invierno constante» en el que se viviría en un mundo sin fe, sin esperanza y sin caridad, del que hablaba el obispo de Guadix, monseñor Ginés García Beltrán, en el XIV Congreso Católicos y Vida Pública, celebrado hace apenas dos semanas en Madrid. «No es lo mismo una vida con Dios que sin Dios», recordó el obispo; «Dios ensancha el corazón y abre los horizontes». Y monseñor García Beltrán pidió: «Hemos de devolver la esperanza a los hombres de nuestro tiempo». Para ello, «la caridad, no sentimentalista, sino la que procede del don y la gratuidad», y la «compasión, liberada de la humillación y el paternalismo», son necesarias. Antonio la experimentó, y cómo él mismo explica, «he podido ver la luz al final del túnel».

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