Angustias es casi un suspiro. Reposa sobre la jaula obligada que es su cama desde hace años, apenas sin poder moverse. Encogida, enjuta, una suerte de madre Teresa de Calcuta de la periferia de Madrid que ha cambiado las llagas de los moribundos por decenas de libros con historias de santos. Se los sabe de memoria. «¿Me traes algún libro nuevo hoy?», sonríe. Y pasa a relatar sus pasajes favoritos de su santo fetiche, Rafael Arnáiz. O de su querida Teresa.
Angustias está muy cerca de Jesús. Tanto que le ve últimamente entrando por la puerta de su solitaria habitación. «Os tengo que contar un secreto: vino esta mañana. Lozano y muy guapo, de morado», asegura con picardía a sus amigas. Es la hora de la Comunión y la casa es una fiesta aún en medio de la desolación de convivir con una hermana y un sobrino ambos con una enfermedad mental grave y mucha soledad. Cualquiera diría que traspasar el quicio de esa puerta es llegar a una suerte de infierno en vida. Pero las voluntarias de la pastoral de enfermos que visitan dicho averno saben que tras esas paredes habita la esperanza, la de una mujer colmada de dolor acumulado que espera, alegre, ver a su Amado cada mañana.