La paradoja del cine católico - Alfa y Omega

La paradoja del cine católico

El cine que se hace llamar católico corre el peligro de ser poco sutil, haciendo los deberes por el espectador al indicarle las conclusiones que tendría que sacar. La paradoja, por tanto, es que el cine católico es aquel que no se llama a sí mismo católico

Pablo Alzola Cerero
Ilustración de recurso de una cámara de cine y película
Ilustración: Freepik.

El cine es católico de nacimiento. No lo digo porque una de las primeras películas hechas con el aparato de los Lumière fuera la salida de Misa del Pilar, en 1899, ni porque la persona más anciana filmada con el cinematógrafo fuese el Papa León XIII, quien aparece sonriente, bendiciendo lo que tal vez juzgaba un cacharro enigmático. Más bien, el cine es católico porque se ideó con el propósito de ser un espectáculo universal, al que pudiesen acudir tanto los obreros como los aristócratas, si bien a estos le llevaría tiempo y esfuerzo pisar las salas de cine. Decía Jean-Luc Godard que la idea del arte, así como la idea de imagen, «vino principalmente a través de la Iglesia». Me parece sorprendente que esta afirmación la hiciera un cineasta que no se distinguió por confesar la fe cristiana, pero el hecho de que sea precisamente él quien la dijese nos invita a reconocer hasta qué punto cualquier imagen —en especial las del ser humano— entraña una conexión con la fe que confiesa al Dios que se hizo visible. Así, podríamos afirmar, de acuerdo con Godard, que un arte de la imagen es católico por naturaleza.

Tanto su público como su sustancia, imágenes en movimiento, hacen al cine católico. Pero hay algo más: también las historias que narra el cine aspiran a ser católicas. En la Poética, un texto considerado por muchos como el primer manual de escritura de guiones, Aristóteles sostiene que la poesía, la ficción, es más filosófica que la historia, pues esta última trata sobre lo particular, mientras que la poesía trata sobre lo universal (to katholou, en griego, de donde viene el término católico). Aunque no hace faltar haber leído a Aristóteles ni saber griego para darnos cuenta de que las buenas películas son católicas, universales, pues interpelan a personas de generaciones y procedencias muy diversas. Hace unos años proyecté a un grupo de alumnos del Grado en Filosofía la película Qué bello es vivir. Ninguno la había visto y, al terminar la proyección, una alumna dijo que el sentimiento que había tenido era el de estar cálidamente acogida. Una buena película es universal: somos acogidos en una comunidad de espectadores y de personajes. La experiencia del cine nos recuerda que no estamos solos.

A todo esto le pongo una objeción relevante: el cine es católico, sí, pero no le conviene colgarse esta etiqueta. El filósofo Ludwig Wittgenstein señalaba que hay una diferencia fundamental entre decir y mostrar: la refería a lugares de la experiencia humana donde el lenguaje se queda corto, como la religión. Podemos mostrar la historia de un hombre que es rescatado de la muerte por otro que dice ser su ángel de la guarda, como hace Frank Capra, pero no podemos decirle al espectador si realmente los ángeles existen o no. En este sentido, creo que el cine que se hace llamar católico corre el peligro de ser poco sutil, haciendo los deberes por el espectador al indicarle las conclusiones que tendría que sacar.

La paradoja, por tanto, es que el cine católico es aquel que no se llama a sí mismo católico. Si lo hiciera, correría el riesgo de perder la elegancia que distingue a las buenas películas, que tratan al espectador con la nobleza que merece un buen amigo, comparta o no nuestras ideas. Amédée Ayfre, un sacerdote francés muy vinculado al séptimo arte, escribió que el cine que se asoma a los grandes misterios de la vida, la fe entre ellos, ha de preservar la libertad del espectador. «La ambigüedad —afirmaba Ayfre— es el modo humano de la existencia del misterio, aquello que salvaguarda la libertad». Cuando esta condición se cumple, ver una película se convierte en un encuentro creativo, tan gratificante como una buena conversación entre amigos.

El autor participó el 5 de febrero en la II Jornada-debate El impacto del cine católico organizada por el Observatorio CEU sobre Religión y Sociedad y CinemaNet.