La pandemia, un golpe para los migrantes a ambos lados del Estrecho
Entreculturas organizó este miércoles un seminario online sobre los retos que ha supuesto la pandemia en los movimientos migratorios. Expertos de una orilla y otra del Mediterráneo reivindicaron más inversión para mejorar la situación en los países de origen, la creación de vías legales, la lucha contra las redes de tráfico, el cierre de los CIE y plantear un proceso de regularización
La irrupción de la pandemia de COVID-19 ha generado «un nuevo movimiento migratorio que nunca antes se había dado» en la zona del Estrecho y el mar de Alborán: el de las personas del Magreb que intentaban huir de la pandemia «pasando desde España hacia Marruecos y Argelia». Aunque es muy difícil contar con datos, ha sido testigo de ello el jesuita Alvar Fernández, que trabaja en la delegación de Migraciones de Nador, en la costa norte marroquí. Lo compartió este miércoles en el seminario online Emergencia global COVID-19: Migración y refugio, organizado por Entreculturas, y en el que entre otros ámbitos se analizó el impacto del coronavirus en la frontera Sur.
Al mismo tiempo, continuó Fernández, se ha constatado una lógica disminución de las salidas desde Marruecos, además de «un encarecimiento» de los viajes. El año pasado, recordó, fueron más de 30.000 las personas que llegaron a España desde este país, y 900 (incluido medio centenar de niños) murieron por el camino.
Pero sobre todo la pandemia ha supuesto para los migrantes muchas más dificultades para sobrevivir. El comercio informal, una de las formas de ganarse la vida, se ha visto paralizado por el confinamiento. «También sus redes de apoyo, que les envían ayuda desde los países europeos», han dejado de hacerlo al quedarse sin trabajo, «o aquí no podían acceder a él al estar cerrados los puntos de retirada de dinero». La comunidad local, que en condiciones normales se muestra acogedora, «se ha encerrado para protegerse». E incluso los equipos de la delegación de Migraciones han tenido «más dificultades para llevar a cabo la distribución de víveres en el bosque», donde muchos de ellos están asentados.
Entre los proyectos truncados…
«La llegada a estas zonas de campo de personas procedentes de Casablanca o Rabat, donde el coronavirus tenía más incidencia, ha supuesto y supone un riesgo» de contagio para los migrantes, que igualmente están teniendo «mayor dificultad para acceder a los servicios de salud», continuó el jesuita.
Todas estas circunstancias, explicó Fernández, además de impactar en la vida cotidiana de los migrantes, «han afectado a sus proyectos vitales. Estamos viendo que personas que habían decidido quedarse aquí para dedicar un tiempo a su formación y que tenían una vida normalizada, se encuentran ahora en stand by», sin posibilidad de seguir adelante con ella.
… y la esperanza
Como consecuencia, la pandemia ha supuesto, según el jesuita, un aumento entre los migrantes de las patologías relacionadas con la salud mental. Pero también han dado muestras de «una vitalidad y una resiliencia excepcionales». «Se han desarrollado estrategias de reorganización interna dentro de sus propias comunidades para prestarse apoyo mutuo». Además, en el contexto del Ramadán, «la espiritualidad les ha ayudado a vivir el confinamiento de manera diferente, con más apertura a la trascendencia y más sentido y esperanza».
Sobre la pregunta de qué prioridades se deberían plantear de cara al pos-COVID-19, Fernández subrayó la necesidad de que, «con nuestra voz y nuestro voto», se insista en tres reivindicaciones: que los cuerpos y fuerzas de seguridad de los estados que controlan los flujos migratorios «no utilicen la violencia»; que la inversión creciente en el control de fronteras sea al menos «proporcional a la inversión que se haga en una mejor gobernabilidad y democratización» en los países de origen «y en la creación de vías legales», y que los estados y sus servicios de inteligencia cooperen «contra los intereses de las redes» de traficantes.
Desigualdad previa, desigualdad en la pandemia
También al otro lado del Estrecho, en España, «una parte importante de las personas migrantes se encuentran entre las más vulnerables» a la pandemia, «por el grado de exposición» al virus, sus posibilidades de prevención y por cómo les va a afectar la crisis económica. «Este impacto desigual tiene que ver con una desigualdad previa», subrayó Mª Carmen de la Fuente, del Servicio Jesuita a Migrantes, que recordó que si el 23 % de la población española está en riesgo de pobreza, el dato entre los migrantes extracomunitarios es el doble.
Los migrantes tienen una importante presencia, explicó, «en los sectores económicos que se vieron interrumpidos drásticamente, como los cuidados, la hostelería y la construcción», con el riesgo añadido de pasar a la irregularidad por la pérdida de su trabajo. Es más probable, además, que hayan tenido que pasar el confinamiento en hogares insalubres. Si son irregulares, «no están pudiendo beneficiarse de las ayudas públicas» y, por otro lado, «han vivido con angustia extrema la presencia de los cuerpos de seguridad en las calles y muchos han evitado salir aunque estuvieran enfermos».
Esenciales, pero en condiciones indignas
Sin embargo, al mismo tiempo se ha constatado que «entre las personas esenciales en este tiempo están los migrantes», como ha sido el caso con las trabajadoras del hogar y los cuidados y con los temporeros, que se han demostrado «esenciales para sostener nuestra vida. Es paradójico que siendo así hablemos de ellos por las condiciones de indignidad en las que viven y trabajan», lamentó De la Fuente. También denunció cómo en el contexto de la crisis «se está utilizando la situación económica para decir que dejen de venir migrantes. Esto también es un mensaje muy poderoso para los que ya están aquí».
Dado lo volátil de la situación actual y la rapidez de los cambios, apuntó por otro lado, «el impacto de la crisis se va a ir revelando poco a poco. Lo ideal sería que el esfuerzo» por hacerle frente «fuera sostenido en el tiempo, durante meses e incluso años». En este sentido, De la Fuente lanzó varias propuestas para reducir la hostilidad hacia los migrantes y aumentar la hospitalidad.
Menos hostilidad, más hospitalidad
Estas iniciativas pueden y deben darse, añadió, tanto en el ámbito institucional como en el personal. En el primero, pidió el cierre definitivo de los CIE, ya que «esta situación nos ha demostrado que es posible vivir sin ellos». También expresó sus dudas razonables de que su reapertura, ya anunciada, se vaya a realizar «poniendo lo primero la salud» de los internos. En paralelo, propuso un proceso de regularización como el que se ha producido en Portugal e Italia. «Sabemos que necesita un debate público y tiempo y no es fácil, pero como forma de proteger a los más vulnerables estaría justificado».
En lo personal, animó a aprovechar la salida del confinamiento para «romper las distancias», aunque se haga, bromeó, manteniendo la distancia social. «Practicar la fraternidad tiene que ver con estar incondicionalmente, acompañar, compartir la vida. ¿Cuántas personas migrantes forman parte de nuestro círculo personal, de nuestra comunidad, de nuestras instituciones, y qué lugar están ocupando en ellos?».