La luz de Colonia - Alfa y Omega

Si yo tuviera que resumir en dos palabras las jornadas de Benedicto XVI en Colonia, éstas serían profundidad serena; y si tuviera que resumir las jornadas de los jóvenes, serían alegría y esperanza. «Más ideas que eslóganes»: así ha sintetizado algún comentarista una Jornada Mundial a caballo entre dos Papas, que ha sido seguida, a través de TV e Internet por más de 500 millones de personas. Este Papa es un catequista extraordinario, nítido, eficacísimo, que une el sentido pastoral al rigor y a la claridad del profesor. Dice cosas trascendentales con sencillez, en una especie de prodigio comunicativo diferente pero, en el fondo, igual al de Juan Pablo II en su mensaje: «La felicidad que buscáis tiene un nombre y un rostro: Jesús de Nazareth».

Hemos venido a adorarlo era el lema de la Jornada de la Juventud en Colonia. Los Magos buscaban en Belén a un rey y encontraron a un niño; se pusieron en camino porque era como si, desde siempre, esperasen aquella estrella. Algo parecido ha ocurrido, dos mil años después, en Colonia en torno a un Benedicto XVI, «feliz entre los jóvenes para sostener vuestra fe y animar vuestra esperanza». La libertad consiste en dejarse conquistar por el amor de Cristo, les dijo. Su poder es el desarmante poder del amor. Sólo Dios puede revolucionar el mundo de verdad. Eran palabras que no podían menos de hacer mella honda y profunda. «Sé que aspiráis a cosas grandes. Demostrádselo a los demás. Quien busque respuesta a las preguntas fundamentales -recordó- espera de los cristianos una respuesta común». Es el gran desafío de la unidad, con el no a la violencia. Extirpar la violencia es posible. Para un mundo empobrecido, atemorizado y herido por el virus de la violencia, ha diagnosticado la solución: respeto, amistad y confianza.

De Colonia ha brotado, este verano, una sacudida para el mundo, muy especialmente para Europa —el continente más laicizado—, una inyección de esperanza verdadera por parte de un Papa al que algunos consideran tímido en las formas, pero todos están convencidos de que su timidez nada tiene que ver con el miedo. «Dadle a Dios, queridos jóvenes, el derecho a hablaros que le corresponde»: la misma fuerza del amor —seamos hermanos— en la sinagoga que con los musulmanes; la misma firmeza con los obispos que con los seminaristas; la misma claridad sobre el nazismo que sobre el relativismo. Resultado: miles de vocaciones made in Colonia. La vitalidad del cristianismo que se ha visto, estos días, en Colonia —ha sintetizado Spaemann— interpela a las conciencias. Para la Iglesia es una inyección de frescor contra cualquier tentación de resignación. Un millón de jóvenes han saboreado y transmitido la alegría de la fe contracorriente. Es un perfume, el de la verdad y el de la libertad, altamente contagioso. Y siempre, con la Cruz y la Resurrección al fondo. «Sois queridos por Dios —les dijo Benedicto XVI—, es decir, verdaderamente libres. No convirtáis la fe en un producto de consumo selfservice». Y les habló de la auténtica fisión nuclear, la de la Eucaristía. En el balance de la Jornada, hecho, ya en Roma, por el propio Papa —nuevo líder espiritual de los jóvenes— ha desvelado la clave de lo que se ha llamado la luz de Colonia: «Ha sido un regalo de Dios». Ahora, a la espera de la próxima cita en Sídney, nos toca a nosotros.