El 14 de enero se cumplieron 125 años de la muerte de Charles Lutwidge Dodgson y, con él, el famoso Lewis Carroll. Hay que reconocer el mérito de este escritor, fotógrafo y matemático británico, que sigue dejando boquiabiertos a todos los que conocen a Alicia, la de El País de las Maravillas, y el mundo por él creado: desaparecen el sentido del tiempo y del espacio, reina el absurdo y jugamos a los naipes y al ajedrez.
Todos sabemos que la niña Alicia está más aburrida que una ostra porque es de la época antigua, cuando había que utilizar la imaginación para pasar el rato. De repente, aparece un conejo blanco y, como nunca había visto uno con chaleco y reloj, lo sigue. Lo menos sorprendente es que el animal hable y repita que llega tarde y lleva prisa. ¡Me parece más que apetecible la situación del Sombrerero loco! En su casa el tiempo se ha detenido. Siempre son las seis de la tarde, la hora del té, y no le queda más remedio que pasar la tarde con sus amigos. ¿Habéis visto un felino sonreír? Descubrí que el gato de Cheshire lo hace, y también le dice a Alicia que, si no sabe dónde va, da igual el camino que elija. Y está la oruga que fuma y, entre calada y calada, lanza dardos con forma de pregunta.
No resulta extraño que Disney adaptase la novela al mundo animado y hubiera padres empachados porque sus hijos querían ver la película una y otra vez. Medio siglo después, Tim Burton decidió que su Alicia sería de carne y hueso. Hasta Salvador Dalí cayó rendido ante el surrealismo de Carroll, cuando aceptó el encargo de la editorial Random House de ilustrar cada capítulo de la novela. El genio siempre representa a Alicia saltando a la comba… ¡hasta en la escultura de bronce que realizó en 1977!
Dejarse sorprender cada día está de moda. Y tener despierta la capacidad de asombro no tiene nada que ver con ser un naíf o un idiota. Se entrena y es contagiosa. «La mejor manera de explicar una cosa es practicarla», dice el dodo cuando se va a celebrar una carrera loca. El truco es ir por la vida dispuesto a aceptar que, como en el mundo de Carroll, hay actitudes y hechos que se escapan a nuestra lógica.
¡Qué bueno sería poder parar de vez en cuando y decir aquello de que «le habían ocurrido últimamente tantas cosas extraordinarias que empezaba a pensar que muy pocas eran realmente imposibles»! Y luego dar las gracias.