La Iglesia y «el mundo que viene» - Alfa y Omega

El discurso del cardenal Omella en la apertura de la Asamblea de primavera de la CEE ha provocado división de opiniones. Algunos han alabado su contundencia y tono «políticamente incorrecto»; otros le han reprochado una supuesta dialéctica en la que la Iglesia se encastillaría frente a la maldad del mundo. Y lo que es más preocupante, para la mayor parte de los grandes medios, no ha existido. El discurso traza un panorama realista de un mundo convulso, de un cambio de época en el que sentimos que el suelo se mueve bajo nuestros pies. Habla del desamparo de los jóvenes vinculado a la crisis educativa, de la soledad de los mayores, de la dureza de la crisis derivada de la pandemia, de una sociedad que se ha ido desvertebrando porque le faltan las certezas compartidas sobre el sentido y el valor de la vida humana. Todo eso tiene su reflejo ético-cultural y político, con una desconfianza creciente en las instituciones democráticas. Advierte sobre una creciente falta de libertad en el debate público, con una mención explícita a la llamada «cultura de la cancelación», que causa estragos. Eso lo denuncian cada día los mejores exponentes del pensamiento laico, ¿acaso no puede hacerlo un cardenal de la Iglesia? Por cierto, también el Papa ha denunciado, como Omella, el laicismo excluyente en buena parte de Europa, el maltrato político y mediático al matrimonio, o las restricciones a la objeción de conciencia.

En medio de este panorama la Iglesia no pretende privilegios ni se asusta porque muchos no compartan su visión del mundo. Lo único que reclama es libertad para anunciar a Cristo y para contribuir, desde Él, a construir una ciudad mejor para el hombre. El cardenal habla de una experiencia milenaria que se ha ido decantando en el cuerpo vivo de la Iglesia a través de sus obras educativas, sociales y culturales, que no han sido perfectas, pero han hecho más habitable el mundo. Un gran filósofo laico como Habermas sostiene que sería suicida prescindir de esta sabiduría para edificar el mundo que viene, pero claro, si lo dice un cardenal ya no interesa, o causa estúpida indignación.