La Iglesia de Madrid en el CIE de Aluche
El tercer domingo de Adviento, domingo de la Alegría, las personas del CIE de Aluche que participaron en la Eucaristía –22, además del director y una funcionaria de policía– recibieron una visita que supuso un rayo de esperanza en medio de la incertidumbre. El arzobispo de Madrid, cardenal Osoro, acompañado de José Luis Segovia, Vicario de Pastoral Social e Innovación y del que esto suscribe, se hizo presente en aquella dura realidad.
Las palabras del profeta Isaías, leídas por una de las personas internas, resonaron con especial intensidad en aquel oscuro comedor en el que pusimos una sencilla mesita con lo mínimo necesario: «El Señor me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar a los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad». El mensaje de don Carlos en su homilía fue cercano y sencillo. Tenía delante personas de diferentes continentes cuyo mayor delito es el anhelar mejores condiciones de vida. Su cruel destino es la deportación o ser puestos en la calle generalmente con una orden de expulsión.
Nada más empezar la homilía, el cardenal fue interrumpido por un interno que le dio las gracias por ir a ese lugar de dolor evitable. «Dios es un buen Padre que nos quiere y nos acoge incondicionalmente, la confianza en Él alienta nuestra esperanza aun en las situaciones más difíciles», explicaba don Carlos, de pie, entre los internos. «A un Padre que nos ama de esa manera le respondemos con el amor que nos tenemos sus hijos. Y ese amor debe llevar a respetar la dignidad y los derechos inalienables de las personas en toda circunstancia».
Los cantos y las peticiones espontáneas que se hicieron eran un eco no solo de la realidad de quienes están allí, sino de la realidad de otras personas sufrientes. Los pobres se preocupan con solicitud de quienes están peor que ellos. Al final –y esta es una experiencia que me sucede cada jueves y cada domingo, cuando me hago presente en el CIE–, comentábamos el sabor agridulce que esta experiencia provoca: la amargura por la situación en la que sobreviven estas personas y su absoluta incertidumbre por no saber qué futuro les espera, pero también la esperanza que se recibe al experimentar el valor de la escucha y del acompañamiento. «Los pobres nos evangelizan» podría resumir muy bien la experiencia.