La hora de la doctrina social de la Iglesia - Alfa y Omega

No cabe duda de que el inicio del pontificado del Papa León XIV ha puesto el foco de atención sobre la doctrina social de la Iglesia (DSI). En uno de sus primeros discursos, concretamente el que pronunció el 17 de mayo a los miembros de la Fundación Centesimus Annus Pro Pontifice, señaló: «Hay una creciente demanda de la doctrina social de la Iglesia a la que tenemos que dar respuesta». Como director del único máster oficial que existe en nuestro país sobre la materia, no puedo estar más satisfecho.

Algunos parecen enterarse ahora de la existencia de la DSI, cuando León XIV no hace más que seguir la estela de sus predecesores. Sin ir más lejos, los dos documentos más importantes del Papa Francisco fueron dos encíclicas de contenido social: Laudato si (2015) y Fratelli tutti (2020).

Tenemos un rico legado que honrar y un reto apasionante. Debemos ser, en palabras de Hannah Arendt, la filósofa judía alemana que se salvó por los pelos del horror nazi, esa «luz incierta, titilante y a menudo débil que irradian algunos hombres y mujeres en sus vidas y sus obras». Responderemos al reto si somos capaces de escuchar «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren», y si lo hacemos sinodalmente, construyendo puentes, tejiendo redes, buscando sinergias con tantos otros que en diversas instituciones y universidades están trabajando en pro de la verdad, la bondad y la belleza.

No me canso de insistir en algo que me parece fundamental: la justicia social no es un invento de la izquierda política para promover el rencor y la lucha de clases (como tampoco lo fue la teología de la liberación). La justicia social es un imperativo ético que está en el centro de la DSI porque emana del núcleo del kerigma y del depósito de la fe. Pío XI escribió: «Es necesario que la partición de los bienes creados se revoque y se ajuste a las normas del bien común o de la justicia social, pues cualquier persona sensata ve cuan gravísimo trastorno acarrea consigo esta enorme diferencia actual entre unos pocos cargados de fabulosas riquezas y la incontable multitud de los necesitados». 

¿Qué es lo que queremos llegar a ser como pueblo? ¿Qué es lo que valoramos todos? ¿Cómo lo alcanzamos? Estas preguntas son las que denotan dinámicas de bien común. Son también estas las preguntas fundamentales de toda política. Son concretas. Nos obligan a ser realistas y pragmáticos. Implican un ejercicio valorativo y una coordinación práctica. Pero, sobre todo, abren un imaginario colectivo.

La Colonia Experimental de Villaverde es uno de los ejemplos más conocidos de infravivienda de Madrid.
La Colonia Experimental de Villaverde es uno de los ejemplos más conocidos de infravivienda de Madrid. Foto: José Ramón Ladra.

Leemos en el número 1 de Rerum novarum: «Es urgente proveer de la manera oportuna al bien de las gentes de condición humilde, pues es mayoría la que se debate indecorosamente en una situación miserable y calamitosa». Pues bien, 134 años después conservan —por desgracia— su plena actualidad, por muchos avances que hayamos realizado. Qué duda cabe de que entre los bienes comunes de base se encuentra la vivienda. Creo que, en este asunto, como en muchos otros de absoluta trascendencia, falta sentido de Estado y sobra narrativa que divide.

De ello se habló —mucho y bien— la semana pasada en el XXX Curso de DSI organizado por la Conferencia Episcopal Española. De las muchas informaciones que allí se compartieron, me impresionaron dos: en primer lugar, que frente al 9 % de media de la UE (con Países Bajos y Austria a la cabeza con más de un 20 %), España solo tiene un 1,7 % de parque público de viviendas, porcentaje que apenas ha variado en los últimos cinco años. Será que es más fácil hablar que dar trigo, por eso Pablo Iglesias se encuentre tan cómodo en el papel de tertuliano.

Lo segundo que me llamó la atención fue el concepto «chabolismo vertical», que, no sé ustedes, pero yo nunca había oído y eso que, según dijeron, tiene ya su historia. Se refiere a las miles de personas que en nuestro país (sí, en España) viven en condiciones precarias, similares a las de un asentamiento chabolista, dentro de edificios situados en las ciudades, familias enteras hacinadas en una habitación y compartiendo cuarto de baño y cocina con personas en idéntica situación, pisos muchos de ellos en precarias condiciones de habitabilidad. No me puedo imaginar lo que tiene que ser eso. 

Me encantaría comprobar cómo lo que señalé al principio del artículo se torna verdad de la buena; es decir, cómo nuestras diócesis, congregaciones y organizaciones empiezan a destinar recursos humanos y económicos a esto de la DSI, de manera que pronto tengamos la masa crítica suficiente para incidir en el interior de nuestras comunidades y en el ágora pública, siendo esa levadura de la que habla el Evangelio.