La eutanasia doble del ex primer ministro holandés y su mujer «dará a otros oscuras ideas»
«Solía considerarse una tragedia cuando las parejas ancianas se suicidaban juntas», recuerda Wesley Smith en National Review
El ex primer ministro neerlandés Dries van Agt y su mujer, ambos de 93 años, decidieron poner fin a su vida el lunes de la semana pasada en su residencia, unos días después de celebrar sus bodas de titanio. Fue una eutanasia conjunta «cogidos de la mano», según Fransien van ter Beek, presidenta de la Asociación Neerlandesa para un Final de Vida Voluntario (NVVE).
«Murieron envenenados cogidos de la mano. ¿Se supone que tenemos que creer que es romántico?», ha respondido Wesley J. Smith, del Discovery Institute, en un artículo publicado en la publicación conservadora estadounidense National Review. «Solía considerarse una tragedia cuando las parejas ancianas se suicidaban juntas. Ahora, en cada vez más lugares, se celebra».
Van Agt llevaba 70 años con su esposa Eugenie, a la que conoció durante su época de estudiantes en Nimega, en el este de Países Bajos. Desde entonces fueron inseparables: ella le acompañó y aconsejó durante su etapa como ministro de Justicia (1971-1977), de Exteriores (1982) y como primer ministro de tres gabinetes entre 1977 y 1982.
Van Agt sufrió una hemorragia cerebral en 2019 y su salud se deterioró desde entonces. «Ahí fue cuando dijo que la eutanasia era una opción si la vida y el sufrimiento se le hacían insoportables. Su salud se volvió cada vez más frágil y quería centrar su atención en su esposa, sus hijos y sus nietos», ha afirmado Gerard Jonkman, director de The Rights Forum. La salud de Eugenie también se deterioró rápidamente en los últimos años, ha añadido. «Ahora el miedo al sufrimiento futuro, la preocupación por sentirse apenado y solo, se presenta como una causa justa para que ambos murieran», denuncia Smith.
En 2022, último año del que se disponen de cifras oficiales, hubo casi 9.000 eutanasias en los Países Bajos. Entre ellas, las de 29 parejas que se sometieron a un proceso de muerte asistida. «La relevancia» de los Van Agt «aumentará el daño cultural que causa esta historia», suscitando que otros puedan querer imitarla. «No tengo dudas de que este homicidio doble dará a otras parejas mayores oscuras ideas».
Pendiente deslizante
Los Países Bajos son el primer país que legalizó la eutanasia, en 2002. Allí, esta práctica supone cada año el 4 % de las muertes. Sin embargo, sumando las sedaciones terminales, este porcentaje sube hasta una cuarta parte del total. Si bien la sedación terminal es una práctica aceptada bioéticamente, cuando va acompañada —como es frecuente— de la retirada de alimentación e hidratación sin que la muerte esté prevista de forma inminente es una práctica eutanásica: la causa del fallecimiento es la deshidratación, no la enfermedad.
En el año 2020, el Gobierno neerlandés encargó un estudio que concluyó que unas 10.000 personas mayores de 55 años —la mitad de los encuestados— querrían la eutanasia cuando hayan «completado su vida». Esta propuesta se refería a situaciones en las que, sin padecer una enfermedad terminal, las personas sufren por la acumulación de dolencias propias de la edad.
Este deseo —afirmaba a Alfa y Omega Elisa García, de One of Us Países Bajos— aparecía bastante relacionado con «un nivel social bajo, problemas económicos y falta de ayuda familiar» en «un país individualista, donde mucha gente está sola aunque tenga hijos». Según García, aunque la mitad de la población del país no apoya esta modalidad de eutanasia, antes o después «va a ser difícil pararla». Más optimista era el bioeticista Theo Boer. Explicaba que este tipo de eutanasia estuvo «muy cerca de legalizarse en 2016» pero un comité estatal la frenó por el «riesgo para las personas vulnerables» y la «poca necesidad real». Después, su impresión era que «ya no hay una mayoría parlamentaria que lo apoye».
Sin embargo, el caso de los Van Agt muestra la realidad del fenómeno de pendiente deslizante al que se refería Boer. Se empieza presentando la eutanasia como una solución extrema para evitar «terribles agonías», pero se acaba aplicándola en pacientes terminales sin dolor y, luego, viendo en ella una salida incluso cuando la muerte no está cerca.