La esperanza de las bienaventuranzas
Lunes de la 10ª semana de tiempo ordinario / Mateo 5, 1-12
Evangelio: Mateo 5, 1-12
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca les enseñaba diciendo:
«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros».
Comentario
«Vio Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba». Podría pensarse que Jesús al ver el gentío se aleja, y busca un lugar elevado y aislado para dar una enseñanza reservada a sus discípulos. Sin embargo, el final del discurso parece mostrar lo contrario (cf. Mt 7, 28). Jesús enseña en círculos concéntricos: enseña a todos, pero más de cerca a los discípulos. Con ello consigue llegar mejor a todos: si algunos pueden entenderlo mejor y conocerle mejor, podrán multiplicar sus esfuerzos y llegarán donde Él, hombre como los demás, no llegue. Las bienaventuranzas son la gracia que sale de la boca de Jesús para que la Iglesia la enseñe.
Jesús quiere que sus discípulos lleven la esperanza a todos los rincones existenciales del mundo. Porque las bienaventuranzas no son otra cosa que la esperanza abriendo todas las situaciones aparentemente cerradas y bloqueadas a Dios. La bienaventuranza es la forma que la vida toma cuando se espera a Dios en todo momento; porque toda circunstancia se sitúa entonces en el camino a Dios y, sea cual sea su dureza, se vuelve prometedora: junto a Dios, la pobreza de espíritu augura el reino de los cielos; con Dios la mansedumbre se adueña de la tierra; ante Dios, el llanto tiene el gusto de la consolación inminente; frente a Dios el hambre y sed de la justicia son manjares; con Dios la misericordia practicada se siente como recibida y la pureza de corazón refleja a Dios por todas partes; quien trabaja por la paz se sabe en las manos del Padre de la Paz y quien es perseguido se sabe más perseguido y codiciado por Dios.