No es fácil en estos momentos acercarse al corazón de todos los hombres para plantear una cuestión social de primer orden como es la vida, la defensa de la vida desde el inicio hasta su término. Hoy es la cuestión social más importante y con las consecuencias más graves, ¿por qué me atrevo a hacer esta afirmación? Porque, cuestionada la vida, se puede cuestionar absolutamente todo.
Me surgen dos preguntas: ¿cómo promover la vida?, ¿cómo se escoge la vida? Para responder, necesariamente me tengo que atrever a hacer algunas afirmaciones que es urgente que entren en nuestro corazón y en nuestras reflexiones. Me vienen a la mente aquellas palabras del Señor: «El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará» (Lc 9, 24). Debemos tenerlas presentes porque no es posible hacer una opción por la vida cuando nos arrogamos la vida para nosotros. ¿Acaso eres tú el dueño de la vida? La humanidad ha tenido que dar muchos pasos para descubrir, valorar y defender la dignidad del ser humano. Además, nosotros, los cristianos, tenemos una clara conciencia de que la vida la encontramos dándola, no reteniéndola o tomándola. Aquí está el sentido último de la cruz: no tomar para sí, sino dar la vida.
En el Antiguo Testamento se dice que al «amar al Señor, tu Dios, seguir sus caminos, observar sus preceptos, mandatos y decretos», «vivirás y crecerás y el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde vas a entrar para poseerla» (Dt 30, 16). Quizá estas palabras no nos agraden, pero hay una verdad en nuestro camino que es que la opción por la vida y la opción por Dios son idénticas. Fuera de esta opción podrás hacer con la vida lo que te dé la gana. ¿Pero es esto lo que hay que hacer con ella? Así dice el Señor en el Evangelio: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo» (Jn 17, 3). La vida humana es una relación; solamente podemos tener la vida en relación, nunca la tendremos encerrados en nosotros mismos. Y sabéis que la relación fundamental es con el Creador, porque todas las demás relaciones son frágiles y adquieren densidad, fundamento y hondura cuando las ponemos en relación con Dios.
Por eso lo esencial es escoger a Dios. En un mundo con vacíos muy grandes, quizá el mayor es apartar a Dios de la vida. Cuando se intenta que los hombres se olviden de Dios, ciertamente pierde la vida y se comienza a instaurar la cultura de la muerte. ¡Cuántas manifestaciones tenemos en la vida social de que la pérdida de una relación con Dios trae consecuencias reales en la vida cotidiana de los hombres! No olvidemos que quien tiene vida y la da es Dios, que la muerte es muerte…
De ahí que la cuestión de Dios no es una cuestión solamente de quienes creemos, sino que es mucho más honda. El vacío que trae a la existencia humana la no presencia de Dios, la instauración de un olvido interesado de Dios en la vida social, hace perder el interés por la vida y que se instaure la cultura de la muerte. Hoy hay que hacer una elección: Dios no sobra, no es un sobrante, y hay que escoger la opción-relación con Él por el presente y el futuro de la sociedad.
Como vemos en este momento que vivimos, al querer manejar la vida nosotros mismos a nuestro antojo, perdemos horizontes, nos aislamos y no percibimos lo que está sucediendo. Hemos de enterarnos de las necesidades y urgencias que viven los niños y adolescentes, los jóvenes, los adultos y los ancianos, las soledades e incomprensiones que se producen, la falta de sentido… Urge recuperar la profunda comunión que viene de un fondo común a los seres humanos, de ese Dios que nos une a todos y del que todos tenemos necesidad. No aislemos a los hombres de Dios. San Juan Pablo II nos invitó a ver en la vida la nueva frontera de la cuestión social (cfr. Evangelium vitae, 20). Defender la vida donde quiera que esté amenazada o ultrajada, desde su concepción hasta su término natural, es una cuestión social en la que entra de lleno la presencia de Dios.