Juramento de noble causa - Alfa y Omega

Juramento de noble causa

José Francisco Serrano Oceja

Un caballero ya no lo es por cabalgar a lomos de un caballo. Un caballero, ahora, se conduce por la vida a lomos de un pensamiento noble, de una idea precisa y elevada. Se han conjurado tres caballeros del pensamiento, de la literatura y del periodismo en una misión harto compleja, y no por menos sutil. Se han juramentado defender la memoria de don Marcelino Menéndez y Pelayo, y así liberarle de la prisión de la ingratitud de los suyos, del silencio de la Historia, del olvido al que han sometido al polígrafo montañés quienes transitan por los carriles de los estereotipos, las frases hechas y lo políticamente correcto. Los tres caballeros, lanza en ristre, adarga antigua y editorial corredera, después de veladas las Obras completas de don Marcelino, en noche de oración y súplicas, han publicado Menéndez Pelayo. Genio y figura, de obligada parada y fonda para los inquietos culturales del presente. Se me olvidaba: los nombres de los tres nobles hidalgos son César Alonso de los Ríos, Aquilino Duque e Ignacio Gracia Noriega. ¿Alguien da más?

Primeras andanzas: no deja de ser curioso, dice el maestro Aquilino, genio también de las letras, que fuera un krausista confeso, el último director de la Residencia de Estudiantes, don Alberto Jiménez Fraud, quien le introdujera en las artes del menendezpelayismo. No parece casual que —confiesa César Alonso de los Ríos, converso a la verdad de los hombres y de la Historia e incansable e infatigable escrutador de lo auténtico— describa cómo Juan Goytisolo le inoculara el virus del menendezpelayismo. Y no sin razón señala que parece como si no hubiera tenido razón de ser la celebridad de don Marcelino en el pasado. Los tres caballeros de nuestra aventura nos recuerdan lo que Juan Valera dijera del polígrafo montañés: «Nos desconocíamos antes de él». Figuras literarias aparte, ése es el peso de la losa sepulcral.

Segunda andanza: Ignacio Gracia Noriega es capaz de sintetizar la contribución de Menéndez Pelayo —ahora sin la y para dar juego a todos— a la ciencia y a la conciencia hispana. Y Aquilino Duque, ya en las primeras páginas, advierte: «Don Marcelino viene a ser el san Pablo de la españolidad, por no decir de la hispanidad». San Pablo, por tanto, predicó y predica contra la descomunal desinformación sobre su obra científica; sobre las relaciones de su vida y de su pensamiento. Cuando César Alonso de los Ríos habla del desprestigio de don Marcelino «incluso en los medios conservadores, actualmente afectados por el agnosticismo y el relativismo moral», ¿acaso es necesario poner nombres y apellidos?

Tercera andanza: al terminar de un tirón este libro, al lector le dolerán demasiados huesos. Le dolerá la cultura española; le dolerá la ciencia española; le dolerá la literatura española; le dolerá la política, y la política cultural española; y le dolerá el silencio de no pocos en la Iglesia, empezando por los más cercanos, que viven bajo la amnesia de lo que supuso para el pensamiento católico un hombre que confesó y no negó su fe. Unas veces con la fórmula publicitaria de católico a machamartillo, y otras con la que sigue: «Profeso íntegramente la doctrina católica, no sólo como absoluta verdad religiosa, sino como complemento de toda verdad en el orden social y como clave de la grandeza histórica de nuestra patria».

Gracias, amigos.

Menéndez Pelayo. Genio y figura
Autor:

César Alonso de los Ríos, Aquilino Duque e Ignacio Gracia Noriega

Editorial:

Ediciones Encuentro

Año de publicación:

2012

Páginas:

157

Precio:

16 €