Je suis Bruxelles...
La atmósfera en la capital belga es desconcertante. A las lágrimas y los homenajes se añade una extraña mezcla de serenidad y resignación. Muchos bruselenses sabían que habría un atentado y que solo faltaba conocer la fecha. Pero lo que más inquieta es una pregunta que pesa como una losa: ¿Por qué unos jóvenes europeos caen en las garras del radicalismo yihadista hasta el punto de inmolarse para asesinar a sus propios vecinos?
La plaza de la Bolsa de Bruselas es estos días un pequeño crisol de culturas como lo es la propia Bélgica. Está alfombrada con todo tipo de mensajes de homenaje a las víctimas de los atentados del martes 22 de marzo. Dos jóvenes musulmanes se apresuran a encender todas las velas que encuentran apagadas, casi compulsivamente. Explican en francés a una española que sienten que podrían haber sido cualquiera de los dos y que no comprenden lo que está pasando en un país que siempre ha sido la tranquila casa de todos. Son bosnios y llegaron hace unos años escapando de la guerra.
En el extremo opuesto de este improvisado santuario, dos jóvenes depositan un cartel que dice «Los sirios están con vosotros». Bélgica ha acogido a poco más de un millar de refugiados sirios. Uno de ellos es Marwan, que acompañado por un grupo de compatriotas, quiere expresar también su dolor y nos cuenta: «Yo como sirio, entiendo lo que es el terrorismo».
Llegó hace siete meses ilegalmente al país con uno de sus hijos. Su esposa y otro hijo esperan en Siria. La vida de este farmacéutico de 47 años era normal hasta que las bombas se convirtieron en el único idioma. No obstante, sonríe mucho. Ha escrito un poema sobre «la hermosa Bélgica» que ha depositado en la plaza. Uno de sus acompañantes, que solo habla en árabe, le pide que nos traduzca algo. El hombre, anciano, se esfuerza por expresarse. Marwan dice que nos quiere transmitir lo poco que sabe. Que la violencia solo destruye. Sin embargo, en la misma plaza en la que se concentra la expresión de todos esto nobles sentimientos, también se escenifican diferencias que parecen insalvables. Hay dos banderas sirias: la de la revolución y la oficial.
«Soy de Bruselas y nunca he ido a Molenbeek»
Si de banderas hablamos, la belga ha sido el artículo más vendido en el país durante esta semana. Muchos la llevan en mochilas o anudadas en el cuello a modo de bufanda. Paradójico sentimiento nacional en una sociedad fragmentada entre valones, flamencos y alemanes. Las bombas no solo han abierto una herida en el corazón de Europa, también un debate sobre la cohesión real de una sociedad tan multiétnica como la belga. Hay sobre todo una pregunta en el aire y que vuelve a dar un golpe seco a la conciencia colectiva: ¿Por qué unos jóvenes que han nacido y crecido en Europa se sienten atraídos por la violencia yihadista hasta el punto de inmolarse para asesinar al mayor número de sus vecinos?
Muchas personas hablan pero sin querer hablar. El problema tiene muchas aristas y todas son afiladas. De un lado, la mayor parte de los belgas, los de nacimiento y los de adopción, son conscientes de que en Bruselas hay guetos muy definidos, bolsas de población prácticamente infranqueables. Fréderic, joven arquitecto, nos desaconsejó vivamente ir a Molenbeek: «Os pueden llegar a agredir. Yo soy de Bruselas y no he ido allí jamás», apostilla.
Junto a esta política de brazos cruzados ante la fallida integración de estas bolsas de población, está el hecho de que muchas de estas personas tienen escaso o nulo interés por integrarse. Algunos en Bruselas aseguran que «pretenden disfrutar de los derechos de ser belgas pero sin asumir los deberes».
En Molenbeek se gestaron los atentados de París y de Bruselas. Cuatro de cada diez jóvenes de este barrio no tienen empleo. Rosario Nolla explica que este factor, unido a otras circunstancias, dan lugar a una tormenta perfecta: «Es un problema complejo, pero sí podemos hablar de un perfil común. Ninguno de ellos ha triunfado en la vida; viven en barrios marginales; sus padres son personas que, por distintas circunstancias, tienen una formación baja y no han sabido estimular a sus hijos. También porque por causas laborales han estado muy ausentes. Es difícil encontrar tu lugar en la sociedad cuando estás en una situación de fracaso laboral, personal, familiar y escolar». Ella lleva 28 años casada con un marroquí y vive en Casablanca. Sus hijos son españoles y marroquíes; europeos, en definitiva, como los suicidas. De hecho, su hija Sarah, que vive en Bruselas, se salvó del atentado por poco. Ya sabía del atentado en el aeropuerto y decidió no tomar el metro para ir al barrio europeo. «Mi familia paterna es musulmana, tengo amigos musulmanes y yo sé que practican la religión. No son personas violentas ni buscan matar a nadie». Al mismo tiempo, habla del conflicto de identidad que vive en carne propia y que, mal gestionado, puede contribuir a este radicalismo: «Son víctimas de gente radical que les lava el cerebro diciendo: “Por una vez vais a poder ser algo y vais a poder vengaros de esta sociedad donde habéis sentido que no érais nada”».
Tensión en la calle
Rosario apoya esta afirmación al mismo tiempo que defiende el islam y apunta a una paradoja: «Estos jóvenes han nacido aquí. Hablan francés o neerlandés. La mayoría no sabe ni escribir ni leer en árabe». ¿Por qué Sarah o su hermano no se han convertido en jóvenes interesados en ir a la yihad a Siria para volver a Europa a sembrar el terror? «Yo viví un ambiente abierto. Donde se me animó a estudiar y a conocer las dos culturas. He vivido en el diálogo. Tengo amigos cristianos y musulmanes, y he ido con mi madre a la iglesia y con mi padre a la mezquita. Si lo que he vivido yo lo hubiera experimentado esta gente, quizá no hubiéramos tenido este problema».
En Schaerbeek, donde se encontró el piso franco de los dos hermanos suicidas y se arrestó a un tercer sospechoso vinculado a los atentados, la sorpresa de las detenciones fue mayúscula. Betül es musulmana y estudia peluquería. Dice que Bélgica es un país que da oportunidades a todos y que no entiende qué le ha pasado a estos jóvenes que eran vecinos suyos.
La tensión es más que palpable y se evidencia por completo cuando recibimos los gritos de un vecino que asegura «¡Que hay terrorismo en todas partes!». Aziz, un marroquí de mediana edad, se nos acerca para explicarnos que su amigo «no tiene nada contra nosotros, y que quiere quede claro que esos que dicen “Allahu Akbar” y se explotan no son normales».
¿Qué son entonces? De momento, una incógnita que se puede despejar aplicando varias fórmulas: Fracaso escolar + desempleo + falta de educación. Desempleo + conflicto de identidad + falta de educación + ausencia de autoridad parental. O quizá sean todas las fórmulas juntas.
«Vosotros amáis la vida, nosotros la muerte. Por eso, venceremos». Este es uno de los mantras de los autores de estas masacres. Lo aterrador es precisamente esto: el nulo respeto por la vida humana, ni siquiera por la propia, de parte de unos jóvenes que nacieron y crecieron en Europa. El fenómeno lleva gestándose durante décadas, aunque no supiéramos verlo hasta ahora.