José Luis Olaizola nos ha dejado para dar el paso definitivo, en la tierra, hasta llegar al cielo. Ese cielo donde, sin duda, Dios le esperaba, a sus casi 100 años, después de una vida llena al máximo de todo lo mejor, que yo y tantos que tuvimos la suerte de conocerle descubrimos en su día a día, pese a la máxima sencillez de esta gran persona. He recibido la noticia, quizás esperada por su edad, pero inesperada por cómo ha vivido tranquilo y sereno tantos años, «siempre al pie del cañón», con sus hijos, nietos y biznietos, a los que cuidó siempre; y, mucho más, cuando se quedó viudo: fue el gran padre, el mejor abuelo y el genial bisabuelo, ¡con todos a su alrededor!
Tuve la enorme suerte de trabajar muy cerca de él durante varios años. Por supuesto, cuando yo empecé José Luis era el gran jefe de aquel grupo editorial, SARPE, en el que trabajé. Dirigí una serie de años esa gran revista que hoy sigue siendo la mejor del mercado.
Pienso —es más, estoy segura— que aquellos años aprendí todo lo que un buen periodista necesita para salir adelante. El compás que nos marcaba era muy claro, exigente, pero muy ilusionante: teníamos que conseguir una gran revista, como el siempre genial Vogue, Elle, Marie Claire y todas las mejores del mercado internacional.
Nunca he olvidado las reuniones que teníamos, muy de cuando en cuando, con nuestro gran jefe, don José Luis. En pocos minutos, pero nunca con prisa, nos escuchaba y, con pocas palabras, bien pensadas, dando siempre en el clavo de lo que podía ser importante, nos animaba a seguir trabajando hasta conseguir una revista mejor cada día. Por supuesto, siempre fue el que más nos exigía. Pero sabía hacerlo: nunca se imponía. Tenía una forma de dirigir con mucha claridad y sentido común.
Después, en la larga etapa cuando se quedó viudo, pese a lo que se querían marido y mujer, lo superó todo. Los últimos años de su vida siguió siendo el gran caballero, marido, padre, abuelo y bisabuelo que fue toda su vida. Cada día, además de seguir escribiendo con aquel sentido común y buen castellano, se ocupaba de hijos, nietos y biznietos, con esfuerzo sin duda más de una vez, pero con ese gran don que siempre tuvo de mandar con cariño y sencillez.
Así le veíamos todos los que trabajamos con él, las personas que tuvimos la enorme suerte de conocerle muy a fondo. José Luis, ayúdanos, a todos tus amigos, desde el cielo.