Hombres de hierro
Los marineros gallegos siempre han tenido fama de fuertes. Los pescadores de otros países, al verlos aparecer en la zona del Gran Sol o en las aguas del Canadá, decían de ellos: Hombres de hierro en barcos de madera. Con ocasión de la festividad de la Virgen del Carmen, que se celebra el próximo lunes, 16 de julio, Alfa y Omega les ha acompañado, durante una noche de pesca, frente a la Costa de la Muerte
«Esto hay que haberlo mamado desde pequeño. Al mar no sale cualquiera»: quien así habla es Domingo García, el dueño del Playa das dunas, un barco pesquero de arrastre, de 30 metros de eslora y de color rojo, que la noche del miércoles 27 de junio descarga en los muelles del puerto de La Coruña todo lo que ha pescado el día anterior. «Hoy ya nadie quiere irse al mar -continúa Domingo-. Hay otros empleos en tierra que dan más dinero, y que son menos duros». Y es que los puertos de Galicia, desde siempre acostumbrados a llevar al mar a los mejores hombres de esta tierra, se han resignado, desde hace años, a ver cómo en sus muelles se cobijan cada vez menos barcos. Hace un par de décadas, había en el puerto de La Coruña setenta barcos como el Playa das dunas; hoy apenas queda una veintena. Y si antes en sus cubiertas sólo se oía hablar un gallego cerrado e imposible, hoy se puede escuchar la voz de marroquíes, senegaleses, indonesios, polacos…, además del acento suave de peruanos y ecuatorianos, que han venido a nuestras costas a buscarse la vida, en un flujo inverso al que vivió esta tierra durante el siglo pasado.
Así y todo, el mar todavía ofrece a quien se atreve a ir a buscarlo el tesoro de una red llena de peces. Con esta confianza, los nueve tripulantes del Playa das dunas dejan la tranquilidad del puerto, cerca ya de la medianoche, y parten rumbo a las aguas de la costa de la muerte. Aún quedan algunas horas para lanzar por primera vez los aparejos, y en los camarotes -pequeños, apenas espacio para un catre y una mesa- todo se mueve arriba y abajo, sin un momento de calma. «¿Dices que se mueve? ¡Tendrías que haber venido hace una semana!»: es Antonio, el patrón de guardia, el que guía el barco en medio de la noche. Casado, un hijo; no los verá hasta el viernes. La tripulación de estos barcos entra a trabajar el domingo por la noche y va y viene continuamente al puerto para dejar la pesca, sin desembarcar hasta el viernes por la noche. Antes era peor: todo un mes embarcado y luego cuatro días libres. «Hombre, ellos lo llevan mal -dice Antonio, refiriéndose a su familia-. Yo habría querido estar en casa para poder ir a las reuniones del colegio de mi hijo». Lleva veintisiete años en el mar; antes estuvo trabajando tres años en un taller, pero lo dejó porque con la pesca se ganaba más. «Ahora es al revés -dice-. Todo ha cambiado mucho. La generación de ahora tiene otra mentalidad; ven que los que estamos en los barcos no vivimos, no nos enteramos de las cosas. Y hoy se gana más poniendo ladrillos. Yo hace años que no veo chavales nuevos por aquí. Eso sí, la experiencia cuenta mucho, hay que saber dónde y cuándo está el pescado».
Agustín Romero, Delegado nacional del Apostolado del Mar, conoce bien el carácter de marineros y pescadores, aquellos que viven del mar: «Son gente muy espléndida, no le dan mucha importancia al dinero. Cuando están en tierra, por lo menos en los pueblos, se invitan unos a otros. Es gente desprendida. Y luego tienen una gran virtud, que es la de la amistad; es muy difícil que entre los marineros haya, como sucede en otras profesiones, enemistades. La amistad del marinero es una amistad profunda. Luego, el marinero es un hombre profundamente religioso, pero con una religiosidad especial, a través de la Virgen del Carmen. Para ellos, la Virgen del Carmen es muy importante, y le tienen una gran devoción y cariño. Lo han mamado desde críos, sobre todo en los pueblos, lo han recibido de sus mayores. Es impresionante ver a hombres curtidos por meses y meses de trabajo en la mar rezar como niños». Agustín no duda en afirmar que «son gente muy noble. El mar les enseña mucho, porque, al encontrarse frente a esa inmensidad, surgen momentos de reflexión. Y luego, es gente sin doblez, porque viven el día a día y son sinceros con los demás. También son muy solidarios; cuando algún marinero ha tenido algún accidente, los demás se vuelcan con la familia. En ese aspecto, son una maravilla».
Media vida en el mar
El mar amanece en calma frente a las Islas Sisargas, y una nube de gaviotas sigue al barco buscando alimento. A esta hora, ya se han lanzado un par de veces las redes. El aparejo permanece un par de horas o tres en el agua, llevándose consigo todo cuanto vive en el fondo, y luego se sube para ver qué se ha pescado. Hoy, no mucho. El jurel no quiere aparecer, así que hay que lanzar las redes otra vez. Juan, jefe de máquinas del barco, no ha perdido el acento uruguayo de los casi veinte años que vivió en Montevideo, aunque sus padres son de La Coruña. Se ha pasado media vida en el mar: en Terranova, en las Malvinas… Ha habido veces que ha pasado seis meses seguidos en un barco de pesca. «Hoy tengo familia y ya no lo hago -dice-. No me gusta ir tan lejos y tanto tiempo. Una vez incluso estuve a punto de dejarlo, porque mi mujer se puso enferma, pero luego se arregló todo. De todos modos, cada vez hay menos pesca, así que tenemos que ir cada vez más lejos y echar más horas. El mar está pasando por una crisis grande».
Todos en el mar dicen que ha habido sobrepesca, que ya no se recogen las cantidades de antes. Ahora se busca más la calidad del pescado. De todos modos, como dice Manuel, el patrón del barco, «antes podíamos llenar cuatro cajas de cigala; hoy, apenas las puedes ver». Hace ya rato que pega el sol, y el Playa das dunas ha lanzado y recogido el aparejo varias veces, siempre en la misma zona, frente a las Sisargas. Se culpa a la pesca de arrastre de las capturas escasas; dice Manuel que «nosotros tenemos mala fama, pero sólo trabajamos con las redes que nos permiten». La historia de Manuel es la de muchos pescadores y marineros de la región; nacido en una aldea pequeña, su destino parecía claro: «Todo el pueblo estaba en este oficio, así que yo también me embarqué. La primera vez me pasé tres días seguidos mareado. Hoy llevo ya treinta años en el mar». Desde el puente de mando maneja los rodillos para recoger el aparejo una vez más: «Poca cosa, no hay suerte. Habrá que venir otro día», dice.
Miedos y naufragios
La gente del mar tiene fama de solidaria. Ante la llamada de socorro de un barco -muchas veces se arriesga y se sigue pescando, porque hay que vender el pescado y subsistir-, los demás acuden para ayudarlo. Pero hay veces en que no se puede hacer nada y los barcos se van a pique, en ocasiones con la tripulación entera. Hoy ya no se manejan cartas marítimas, porque todo está cada vez más informatizado, pero los monitores que muestran la cartografía de la zona presentan, en algunos lugares, puntos negros con un nombre reconocible para todos aquí; son los barcos que un día se hundieron y han quedado en el fondo, inmóviles, como un caprichoso tributo que se cobrara el mar a los hombres por dejarles pescar.
Es la dureza de esta vida lo que hace de los pescadores una gente especial. Trabajan en silencio, y todo lo hacen con un gesto serio y reconcentrado, como si tuvieran siempre presente lo que se juegan. Al cabo de unas horas con ellos no tardan en abrirse y compartir sus vivencias en este oficio, y dejan en quien los conoce la impresión de un carácter noble y bueno. Uno de ellos es Rey; trabaja en la sala de máquinas, repartiéndose los turnos con Juan, en un ambiente de trabajo ensordecedor. Dice: «Empecé en el mar con quince años, salía a las tres de la mañana, en unos barcos de pesca artesanal, y volvía a las tres de la tarde. Luego estudié máquinas, y hasta hoy. ¿Mi familia? Ellos ya me conocieron así. Esta vida es dura, y es difícil dejarlo ahora, pero al menos estoy cerca de casa».
A última hora de la tarde, el mar es oscuro como un espejo negro. La noche se acerca y, aunque el buen tiempo acompaña, es inevitable pensar en las historias de naufragios y accidentes que se han vivido por estas costas. Dice Rey que la vez que pasó más miedo fue, paradójicamente, no en alta mar, sino a las puertas del puerto de La Coruña: «En una ocasión, se rompieron las palas que sujetaban el pescado y toda la carga se fue hacia un lado; el barco se escoró tanto que pensaba que nos hundíamos». ¿Son religiosos los pescadores? Dice Juan que, «creyentes somos, pero practicantes… Eso sí, cuando llega el agua al cuello, te acuerdas de lo que nunca te acordaste». La Virgen del Carmen, Patrona de las gentes del mar, es uno de sus referentes. No hay barco que no lleve una imagen suya y, aunque la devoción no sea tan poderosa como hace años y hoy la tengan presente sobre todo los más mayores, a ella pueden recurrir en momentos de peligro.
Después de casi treinta y seis horas faenando, llegamos a puerto. La Coruña nos recibe en calma. Ahora hay que descargar lo que se ha pescado, y se hace con rapidez, para poder salir de nuevo a pescar. Para que unos podamos disfrutar de todo lo bueno que ofrece el mar, cada día otros desgastan su vida cada día sobre sus aguas, con riesgo incluso de perderla. Son los hombres de hierro.
Todos los años, al llegar el verano, un gran número de pueblos de nuestro litoral celebran la fiesta de la Virgen del Carmen, Patrona de las gentes del mar. Esta fiesta de la Virgen, de la Stella Maris, es la advocación más querida y entrañable de toda la gran familia marinera. El amor de los marineros a la Virgen es un regalo de Dios. Es la herencia, transmitida de generación en generación, de aquellos primeros marineros que conocieron en persona y amaron a María: los Apóstoles.
del Mensaje del Apostado del Mar con ocasión de la Virgen del Carmen