Hergé está de moda. Si hace algunos meses reseñábamos en estas mismas páginas Retrato del reportero adolescente, de mi hermano cofrade en estas páginas Rafael Narbona, príncipe de los tintinófilos españoles, nos corresponde ahora encaminar los pasos al madrileño Círculo de Bellas Artes. El centro cultural capitalino acoge hasta el próximo 9 de febrero la exposición Hergé. The exhibition.
La muestra llega por primera vez a España después de cosechar éxitos de público y crítica en ciudades como París, Quebec, Seúl, Shanghái o Lisboa. Comisariada por el Musée Hergé de Bélgica, y producida y presentada por Sold Out en colaboración con el Círculo de Bellas Artes, se han reunido más de 300 piezas originales del universo creativo de Georges Prosper Remi (1907-1983). Podemos ver en ella algunos tesoros delicadísimos —ilustraciones, planchas, primeras ediciones, bocetos, estudios y croquis preparatorios, maquetas, obras pictóricas propias y de su colección de arte, cartelería publicitaria, fotografías, esculturas y correspondencia— que permiten al visitante adentrarse, no solo en la obra, sino también en la personalidad de nuestro hombre.
¡Y qué personalidad se despliega ante nuestros ojos! Su dimensión creativa nos resulta admirable. Desde el dibujo a grandes trazos hasta el cartel publicitario, Remi se presenta como el dibujante total. No hay género que no cultive con autoridad y excelencia. Solo hay que analizar las planchas, los bocetos, el bellísimo juego de escritura china que nos recuerda la presencia que Asia tuvo en toda su obra. No en vano, Tintín es capaz de cruzar el mundo para ir a rescatar a su amigo Tchang al Tíbet. Esto ya nos dice algo del creador del héroe.
La muestra recuerda las influencias «reconocidas por el autor (Rabier, Saint-Ogan, McManus) en sus primeros dibujos significativos […]. Muestran la elaboración de un proceso creativo que conducirá al joven Georges Remi a convertirse en Hergé, padre del cómic europeo», aseguran los organizadores. Es de celebrar que, en un tiempo en que ciertos artistas parecen romper con todo lo anterior, nuestro hombre aparezca como un heredero del pasado y un conocedor de su tiempo abierto a la diferencia. Véase toda la abigarrada humanidad que puebla sus historias.
En efecto, Hergé se va desvelando como un verdadero humanista capaz de apreciar el arte contemporáneo de Occidente, sí, pero también el legado fabuloso de las civilizaciones precolombinas o del Extremo Oriente. En este punto reluce el colorido de los álbumes que dedicó a la civilización china (El loto azul) y a las aventuras peruanas (Las siete bolas de cristal y El templo del sol).
Este humanismo tiene algo que nos sigue seduciendo, más allá del talento y la creatividad. Tintín es un héroe para nuestro tiempo. Es más. Tal vez sea, junto con Corto Maltés (¡ay, Hugo Pratt!), uno de los pocos que puede rescatarnos del marasmo en que nos encontramos. Aquí lo vemos: valiente, noble, arrojado, magnánimo, generoso… Supongo que, en nuestro tiempo, si nos los encontrásemos nos parecería un fracasado. A fin de cuentas, carece de todos los atributos de la riqueza material, pero tiene el corazón en su sitio, y esto debería importarnos.
Narbona ya nos llevó de viaje por el siglo XX, así que podemos contemplar, junto a Tintín y a su creador, el paisaje de nuestra época. Nuestro personaje quiere a sus amigos, aunque no son perfectos —Haddock es un poco borrachín y algo violento; Tornasol es un desastre para todo lo práctico—, pero el corazón tiene razones que la razón no alcanza a entender (Pascal no perdona). El amor de verdad tiene algo de esto. Tal vez consista en esto. Aquí, en estas historias, no hay superhéroes ni poderes extraordinarios, pero palpita el latido de una humanidad sufriente y esperanzada.
Quizá por eso nos hace tanta falta el lenguaje del cómic, cuya riquísima retórica analizaron Luis Gasca y Román Gubern en El discurso del cómic (Cátedra, 2011). No bastan el cine y la fotografía para describir las guerras, las revoluciones, la aventura espacial, los tesoros escondidos y todas las aventuras que Tintín y sus amigos viven. Necesitamos unos códigos que nos abran a la fantasía y a la aventura. Nos hace falta volver a esa tensión que sentimos al iniciar un viaje cuyo desenlace nos es desconocido. Frente a lo previsible y a lo asegurado, Tintín se hace a la mar o se lanza al espacio con una voluntad de navegar mar adentro, de ir más allá del horizonte de la mano de este dibujante, capaz de abrirse al mundo y regresar a casa cargado de riquezas que el dinero no puede comprar. Decía Cunqueiro que lo mejor de los tesoros es que existen. Tintín y sus amigos lo saben, y los niños también. Sospecho que Hergé también lo creía.