Mi abuela Juanita (la tía abuela Juana) murió 15 días después de que mi marido me pidiera matrimonio tirándonos en parapente. La última conversación que tuve con ella fue para contarla, unas cinco veces, que me casaba. Las cinco veces mi abuela, de 94 años, se alegró muchísimo. Tal vez por eso el día de su funeral estaba especialmente sensible a las cuestiones del matrimonio y los recuerdos que guardo de ese día, además de lo mucho que la echaría de menos, hacen referencia al matrimonio. Recuerdo a mis suegros dados de la mano, acompañándonos discretamente mientras hablaban de sus cosas. Le dije a mi marido: «¿Ves a tus padres? Espero que un día lleguemos a su edad y sigamos dándonos la mano y hablándonos con esa complicidad». Y recuerdo a mi padre, mirando a mi madre, preocupado de que estuviera bien pese a las circunstancias, siempre con ojos de enamorado.
Desafortunadamente, mi padre murió un mes antes de que naciera mi hijo mayor, que lleva su nombre. Y mi suegro unos meses antes de que naciera mi hijo pequeño, que lleva su nombre.
Tanto mi suegra como mi madre hablan de la soledad que sienten, una soledad difícil de entender para los demás porque no hace referencia a estar rodeadas de otras personas. Dicen que sus nietos, con el nombre de sus maridos, las dan alegrías, pero que les faltan sus parejas. Dicen que no tienen con quien compartir y hablar las cosas cotidianas de la vida y que les falta su compañía, el amor infinito de sus maridos. Ellas siguen amando a sus maridos, lo sientes cuando las escuchas. Y ves como continúan teniéndoles cerca y, a través de su recuerdo, llega el amor infinito de Dios que nos cuida siempre. Ese amor que las hace ser el reflejo de María y desvivirse por toda la familia.
Unos días después de morir mi padre, estaba concentrada en una reunión de trabajo bastante complicada y noté como él estaba detrás de mí, poniendo su mano en mi hombro y apoyándome. En ese momento pensé que tal vez mi padre ya no estuviera conmigo físicamente, pero que ahora estaría siempre conmigo, en todas partes.
Creo que mi madre y mi suegra sienten lo mismo: les faltan sus maridos, pero siempre les tienen ahí y les quieren y les seguirán queriendo para siempre y eso es algo que ni la muerte puede separar.
No entiendo que, siendo cristianos, creyendo en la resurrección y en que la vida, en la forma que sea, no acaba con la muerte, digamos que el matrimonio es hasta que la muerte nos separe. Tal vez lo es el matrimonio formal, el que se firma, pero, desde luego, el amor conyugal supera la muerte y acerca a Dios siempre. Al menos eso he aprendido de mi madre y de mi suegra.