Luis María Berthoud: «En la Antártida los pingüinos se meten hasta en la capilla» - Alfa y Omega

Luis María Berthoud: «En la Antártida los pingüinos se meten hasta en la capilla»

María Martínez López
Foto cedida por Luis María Berthoud.

«Si somos más Iglesia en salida… ¡nos caemos del mapa!», bromea el capellán castrense argentino al que le han encomendado este año las bases de su país en la Antártida. No se nos ocurre mejor forma de cerrar este tour de Alfa y Omega por los lugares más remotos a los que ha llegado el Evangelio.

¿Cómo llegó a haber iglesias en la Antártida?
Argentina tiene 13 bases militares en su parte del continente, siete donde vive gente de forma permanente, en turnos de un año o año y medio; y otras solo para verano, de octubre a marzo. Además de los militares también hay científicos, sobre todo en las bases transitorias. Cada base tiene su capilla, que depende de la diócesis castrense.

La base de Belgrano II, donde viven entre 17 y 21 personas, está construida en torno a una gran cruz. Para beber, bañarse y cocinar usan hielo derretido y tratado. De ir cortándolo durante décadas fueron excavando una cueva  subterránea, con muchos pasadizos y bifurcaciones. Y entre medias hay una capilla hermosísima, con paredes y asientos de hielo. Siempre se está a entre -18º C y -20º C. Pero lo gracioso es que es un frío muy seco. Por eso, aunque celebré la Misa con camisa de manga corta debajo de los ornamentos, no sentía frío.

¿Hay que tener especial cuidado con algo para celebrar Misa en esas capillas?
¡Que el cura no hable demasiado! —ríe—. En la de Belgrano II se me olvidó que me habían avisado, y cuando fui a purificar al final de la comunión me di cuenta de que el agua se había congelado. Como sin ella no podía terminar la Misa, estuve un rato soplando y calentándola con las manos. Todas las demás capillas son estructuras con calefacción.

Usted atiende las 13 bases, ¿cómo lo hace?
Soy hijo de militar, y cuando yo era chico en algunas bases había un sacerdote todo el año. Ahora no. Durante la campaña de verano, el rompehielos Almirante Irízar llega a cada una para recoger a quienes han pasado el año allí y dejar a los reemplazos. En el rompehielos va también un capellán, que cambia cada año. En 2021 fue un capellán del Ejército, y este año estuve yo por parte de la Armada.

En las paradas, pasamos tres o cuatro días frenéticos, con turnos de trabajo durante las 24 horas del día para descargar y colocar todos los suministros para un año y cargar todo lo que hay que llevarse. Además de hacer nuestros turnos de trabajo como los demás, nuestra misión como sacerdotes es celebrar Misa en cada base y dejar Eucaristía para un año y medio. El Papa Francisco nos habla de ser Iglesia en salida. Pero si nosotros salimos más… ¡nos caemos del mapa!

¿Cuánto tiempo dura la travesía?
Esta vez, embarcamos el 27 de diciembre y empezamos una cuarentena muy estricta para salir con cero positivos. La gente llevaba en algunas bases desde antes de la COVID-19, los agarró allá. Tuvieron que quedarse, racionando la comida y los insumos. La primera base fue Belgrano II, a 77º de latitud sur, porque es la más cercana al polo sur que tenemos en Argentina. Teníamos que llegar allí primero porque con cada día del verano que pasaba el hielo se recrudecía y si el barco ya no podía romperlo y se quedaba muy lejos no se podía llegar a la base en helicóptero porque no tiene tanta autonomía. Luego fuimos recorriendo las bases hacia el norte. En el camino de vuelta, recogimos a los que se quedaron ese tiempo en las bases temporales. Regresamos hace un mes y medio.

Debió de ser durísimo pasar la pandemia allí.
No sufrieron la COVID-19, pero sí extrañar a la familia y no poder estar con ellos cuando pasaban cosas como enfermedades o muerte de familiares.

¿Qué sentido tiene que haya bases militares en la Antártida? ¿Qué se hace allí?
Principalmente hacer soberanía, ser presencia en nuestros límites geográficos. Al mismo tiempo, cuidan todo para que el resto de gente que está allí viva en condiciones óptimas. Las bases son un bien del Estado, y todos los años sufren las embestidas de los vientos antárticos: se vuelan techos, se rompen las antenas…

Los militares también colaboran con los científicos. Por ejemplo, hay buzos militares que van a buscar las plantas que estos les indican para sus investigaciones. Así también colaboran con el progreso de la ciencia.

¿Cómo es la vida en esas condiciones tan extremas?
Antes de ir te hacen todo tipo de estudios médicos, pero el gran filtro es el psicológico. Uno tiene que estar bien preparado para eso. En Belgrano II hay cuatro meses ininterrumpidos de sol, y cuatro meses ininterrumpidos de noche polar, como si fuera medianoche. Es muy loco. Los días que estuvimos allá jamás oscurecía y el cuerpo estaba muy activo por la luz, solo quería dormir una siesta. Ahora están en la noche polar. Aun así tenemos una base muy grande, la Esperanza, donde van 13 familias con sus hijos.

Antártida
Superficie:

14 millones km2

Población:

Hasta 4.000 habitantes temporales en verano

Territorio:

Siete países reivindican sectores; 54 componen el Tratado Antártico

¿Familias?
Sobre todo con adolescentes. Cuando alguien es destinado allí, se le pregunta si quieren ir con la familia. En ese caso el salario, que por ir a esa zona ya es mayor, aumenta incluso más. Con uno de los matrimonios que iban este año celebramos sus 25 años de casados, y con una chica sus 15 años, que acá se festeja mucho. Le dije «algunas van a Disney World, pero vos te viniste a la Antártida, ¿cuántas personas tienen ese lujo?». Para los chicos es un desafío, pero no tienen tanta noción del riesgo, o tienen más espíritu aventurero. Incluso han nacido allí algunos niños, y se los ha bautizado allí.

¿Cómo es el momento de dejar a un grupo de personas para pasar un año entero en medio del hielo?
Imagine lo que se les pasa por la cabeza cuando se quedan saludando mientras nos vamos… Las confesiones de antes son muy ricas. Una vez, al subir al helicóptero para irnos de una de las bases, tres hombres salieron de la base hacia nosotros, corriendo tanto que uno se resbaló. Al llegar, me dijeron: «Padre, por favor, bendiga esta imagen que me va a acompañar»; «yo tengo un rosario, ¿me lo bendecís?». Y el tercero me dijo: «Yo no tengo nada, ¿me bendecís a mí?». Tienen mucha conciencia de que se quedan los que sean y Dios; que están solos físicamente, pero en realidad no. Al irme, solo me salió decir: «Diosito, quédate acá en medio de ellos».

Hay una presencia muy fuerte de lo religioso. La gente busca en seguida la presencia del sacerdote. Este año, en ese tiempo tuve que acompañar a tres personas cuyos papás o esposas habían fallecido. También tuvimos un papá que se enteró de que nació su hijo. Ser militar no es un trabajo, es una vocación. Dios los llama a renunciar a estar con tu familia para cuidar de la gran familia de los argentinos. Saben que si se encargan de lo que Dios les encarga, Dios se encarga de los suyos.

¿Qué hace como capellán de las bases el resto del año?
En cada base se queda un ministro extraordinario de la Eucaristía. Si la base tiene buena comunicación por satélite, los domingos les envío el link de mi Misa grabada. Si no, el ministro preside una celebración de la Palabra. Este año, poco después de dejar la base de Marambio fue Domingo de Ramos, y me mandaron fotos de cómo lo habían celebrado, con ramitos de laurel. Además de eso, llamo todos los domingos a cada base. Lo esperan mucho, porque es algo distinto del día a día. Si alguno lo necesita, quedo para hablar con él durante la semana. Intento además comunicarme e ir a ver a sus familias.

¿Cómo es estar en un continente helado?
Llevo diez años de sacerdocio, pero en Belgrano II me volví a encontrar con Dios. Es un desierto inmenso, como si todo el piso fuera de merengue. Por momentos se confunde el cielo y los glaciares, literalmente miras a lontananza y todo es del mismo color. Me había llevado la encíclica Laudato si, de nuestro querido Papa Francisco, y su contenido se respiraba en el ambiente y en esa convivencia con la naturaleza. Hay focas, pero los pingüinos son los dueños de la casa. Nos miran, pero, ¿vos te pensás que se mueven o tienen miedo? ¡Andan por todos lados, se meten hasta en la capilla!

Por otro lado, en esas latitudes tan inhóspitas el hombre tiene muy clara la conciencia de la necesidad del cuidado. Son muy estrictos con cosas como la separación de la basura, para no afectar a los ecosistemas y porque tiene que guardarse hasta que vuelva el buque un año después. También tienen que recontrarracionar el combustible que usan para cocinar, la calefacción y calentar agua.

El derretimiento de los hielos polares es uno de los signos más visibles del cambio climático.
En el trayecto de ida una glacióloga que venía nos dijo que hacía tiempo que debíamos de estar ya rompiendo el hielo, pero solo había agua. Había una base abandonada, Belgrano I, que se fue navegando hacia el norte cuando se desprendió un pedazo de glaciar y a saber dónde está. Cuando se derriten los hielos eternos se mezcla el agua dulce con la salada y afecta a la salinidad y la acidez, a los animales y a los corales. Da tristeza verlo.