Cecilia Andereggen y Fina Sarmento: «El catolicismo creció mucho tras la invasión de Indonesia» - Alfa y Omega

Cecilia Andereggen y Fina Sarmento: «El catolicismo creció mucho tras la invasión de Indonesia»

María Martínez López
Foto cedida por Cecilia Andereggen.

Timor Leste es, con Filipinas, el único país católico de Asia. Más joven y mucho menos conocido. Fina, timorense, y Cecilia, misionera argentina, son parte de la comunidad de las Esclavas del Sagrado Corazón en Bazartete.

Con Filipinas, Timor es el único país de Asia donde el catolicismo es mayoritario. ¿A qué se debe que arraigara tanto el Evangelio?
Fina Sarmento: Cuando Portugal entró aquí no lo hizo solo para sacar las riquezas naturales, sino que también trajeron misioneros. Los primeros fueron los dominicos. En esa época, solo recibían educación y formación cristiana los hijos de los dirigentes de cada reino de la isla. Para el resto no era fácil, porque solo había tres colegios y estaban a una hora de camino. Eso sí, la educación era muy exigente y salían muy bien formados. Eran ellos los que se bautizaban. Luego la población pobre los siguió, pero no tenían formación y no comprendían nada. La cosa cambió cuando salió Portugal y entró Indonesia.

¿Por qué?
F. S.: Como Indonesia era un país musulmán, quería que todos los timorenses se hicieran musulmanes, porque si lo hacían sería para siempre parte de su país. Dijeron que todo el mundo tenía que hacerse un carnet de identidad, y ahí debía figurar la religión. Nuestros líderes comunicaron a todos los pueblos que pusieran que eran católicos. Y luego muchos se bautizaron, y el catolicismo creció mucho.

Cecilia Andereggen: Cuando después de la Revolución de los Claveles Portugal se retira, empezaron a luchar entre sí tres partidos: los que querían tener una especie de autonomía especial de Portugal, los que la querían con Indonesia, y los que querían la independencia total. Estos fueron los que ganaron, y el 28 de noviembre se declaró la independencia, y el 7 de diciembre Indonesia lo invadió. La invasión se hizo con el visto bueno de Australia, Estados Unidos y Japón. Era la época en la que empezaba a extenderse el comunismo, y corrieron la voz de que ese partido que había promovido la independencia era comunista.

F. S.: Además, la Iglesia apoyó mucho a la resistencia y sufrió por ello; muchos murieron por proteger nuestra independencia. Siempre estaban buscando maneras de pedir ayuda a otros países, especialmente hablando con el Vaticano. Solo la Santa Sede podía decir que vinieran a salvarnos, porque Indonesia hacía circular muchas mentiras.

¿Y dentro del país?
C. A.: Indonesia prohibió el portugués, que era el idioma litúrgico, y quiso imponer en las celebraciones el bahasa indonesio. Entonces, como forma de resistencia, en una semana se tradujeron todos los misales al tetun, el idioma más extendido de aquí, y se mandaron al Vaticano para que los aprobara. Además, muchos líderes de la resistencia, como Nicolau Lobato o Xanana Gusmao, eran exseminaristas. Era la gente que tenía formación. Dirigieron el frente armado del país, que se organizó dentro de la selva.

¿Quiere decir que tomaron las armas?
C. A.: Como defensa. La gente huyó a la selva por miedo, y muchos murieron. Los viejitos de acá te cuentan cómo fueron a la selva de pequeños. Uno me decía «volvimos solo mi padre y yo, mi mamá y mis ocho hermanos murieron». Por hambre, por enfermedades, y por las masacres. Se produjeron varias, como la del 12 de noviembre de 1991.

F. S.: Fue la que abrió los ojos del mundo a nuestra situación, porque en la ONU no daban crédito a la información que llevaba nuestra gente.

C. A.: Otra matanza célebre fue la de Liquiçá. Amenazados por los indonesios, los timorenses se refugiaron en una iglesia. Pero los indonesios entraron y mataron a muchos, disparando pero también con machetes. Para reconocer este apoyo de la Iglesia, en 1996 se dio el Premio Nobel de la Paz al obispo Carlos Filipe Ximenes Belo, junto con el abogado José Ramos Horta.

Y después de bautizarse como forma de defender su identidad, ¿luego asumieron bien las enseñanzas cristianas?
C. A.: La gente es muy religiosa. La cultura originaria de acá es animista: creían en los espíritus de la tierra, de los árboles, de los animales, y también tienen una conexión muy fuerte con las almas. Pero con la evangelización se llegó a hacer una síntesis, de forma que creen en Dios como el que sostiene todo ese mundo espiritual. Aunque el crecimiento de la fe se apoyó en la resistencia, también se dio formación. La Iglesia apoyó mucho la educación y enseñaba la doctrina. Acá la gente tiene una fe profunda, profunda, van mucho a Misa y al rezo del rosario. Todo viene de esa época.

¿Cómo se expresa esa síntesis con la cultura tradicional?
F. S.: Un ejemplo es el lenguaje, porque la Iglesia tomó muchos conceptos de la religión del pueblo para explicar la fe. Por ejemplo, tradujeron Dios como Maromak, que viene de «luz» y es como llamaban nuestros antepasados al espíritu superior. También hicieron el paralelismo entre las iglesias y los lugares lulik, la casa sagrada de cada clan, que estaban custodiadas por un anciano guardián. Por eso a los sacerdotes se les llama nailulik.

Cecilia, lleva cinco años en Timor, ¿cuáles fueron sus primeras impresiones?
C. A.: Cuando recién llegué fue todo maravillarme con esta cultura. Para mí aprender tetun no fue solo aprender el idioma, sino aprender a vivir en tetun. Hubo cosas que me costaron, porque la comida y el clima son muy distintos. Pero de los timorenses, me encanta su acogida y hospitalidad. Cuando voy por la calle, la gente suele pensar que soy portuguesa; se paran a hablar en portugués y me piden el teléfono. O en seguida te sacan un café y te dan conversación. Otra de las cosas que me gustan mucho es que son personas muy comunitarias, el clan es algo sagrado. No es solo el padre, la madre y los hijos, sino que la familia es extensa. Y tienes que estar todo el rato preguntando si alguien es hermano-hermano, hermano-primo o simplemente un amigo.

¿En su comunidad también viven en tetun?
F. S.: Estamos muy unidas. Cada una tiene su calendario para cocinar. Las timorenses hacemos comida de aquí, la hermana portuguesa hace cosas portuguesas ,y la argentina…

C. A.: [Ríe]. ¡El problema es que yo no sé cocinar! Así que hago cosas timorenses… o algo así. También hay cuatro hermanas más jóvenes, timorenses, en formación. Y aquí han vivido una india, una japonesa, una vietnamita, una filipina. Están muy acostumbradas. Pero hablamos en tetun.

F. S.: Aunque a veces mezclamos todos los idiomas, con el portugués, el español, el inglés y el indonesio. ¡Hay que estar muy pendiente!

20 años después de la independencia, ¿están curadas las heridas? ¿Incluso en la relación con la vecina Indonesia?
F. S.: Poco a poco nos vamos desenvolviendo. A veces hay problemas y conflictos, pero nuestros líderes saben buscar la forma de reconciliarnos desde nuestra cultura común. Las cosas negativas ya pasaron. Ahora la relación es buena, porque es el país más cercano. Aunque todavía exigimos que la ONU busque maneras de reparar los daños, porque aquí hicieron mucho mal y no se ha asumido la responsabilidad.

C. A.: Indonesia invadió Timor en la época del dictador Suharto. La gente es consciente de que todo lo que hizo fue cosa de los militares, el pueblo llano no tuvo nada que ver. Un gesto de reconciliación bonito se dio cuando Jusuf Habibie, que sustituyó a Suhart y abrió la puerta a que hubiera un referéndum, se estaba muriendo y uno de los líderes de la resistencia fue a visitarlo.

Otro tema pendiente es que una de las cosas que hicieron para dominar Timor fue formar milicias de timorenses, a los que drogaban y lavaban el cerebro para que hicieran violencia contra su propia gente. Luego tuvieron que huir y las familias quedaron desgarradas, porque algunos aún no han podido volver.

Habiendo vivido una guerra, también la recuperación económica será difícil.
F. S.: Aún hay muchos pobres. Hay muchas zonas donde el desarrollo aún no ha llegado: no hay electricidad, las escuelas están lejos o no hay de Secundaria y los jóvenes tienen que ir a las ciudades.

C. A.: En el Timor profundo, en el interior y sobre todo en las zonas de montaña, los caminos son muy peligrosos, hay zonas muy aisladas. El otro día una voluntaria me hablaba de una aldea que está a seis horas caminando de la más cercana. Si alguien enferma, muere por el camino. La riqueza del país está en el petróleo, pero la subsistencia diaria en la agricultura.

¿Y cómo es Bazartete, la zona donde están?
F. S.: Estamos en la parte de montaña del distrito de Liquiçá, pero como la montaña es alta se ve también el mar.

¿Qué labor hacen?

F. S.: Yo soy maestra de 4º de Primaria en una escuela diocesana que administramos. Además tenemos dos guarderías. Todos los domingos, cada una tiene su misión: celebrar la Palabra en las capillas de montaña, que a veces están a dos horas andando o en motocicleta; dar formación a los jóvenes, visitar y llevar la Comunión a la gente mayor.

C. A.: Para los niños, hay grupo de acólitos, de scouts, de pequeños misioneros… Para los adultos, el Apostolado de la Oración y la Familia ACI, de laicos que comparten nuestro carisma. Y acompañamos a los jóvenes.

Estando en sitios tan aislados, ¿podéis acudir a las actividades de la diócesis?
C. A.: Pues aunque está a cuatro horas en coche, participamos. Por ejemplo, para ir a la Misa Crismal salimos a las cinco de la mañana, llegamos a las nueve, después almorzamos y regresamos a casa a las cinco de la tarde.

Fina, ¿cómo fue su vocación?
F. S.: Desde siempre participaba en actividades de la Iglesia, e incluso tenía desde pequeña el sentimiento de convertirme en hermana, aunque al principio pensaba en las Salesianas. Le pedía a Dios que me mostrara el camino. Primero estuve en los scouts, y a través de ellos conocí a las Esclavas. Estuve en su residencia universitaria, y ahí participaba en todas las actividades. Lo que más me gustaba era la adoración diaria, y también la sencillez y cercanía de las religiosas, que aquí son las únicas que no usan hábito. Por eso decidí entrar como aspirante.

Timor Leste
Población:

1,4 millones

Religión:

Católicos, 97,6 %; protestantes, 2 %, y musulmanes, 0,2 %

Renta per cápita:

1.300 euros