Nelly Manutomatoma Pakarati: «Acá todas las fiestas acaban con una comida en comunidad» - Alfa y Omega

Nelly Manutomatoma Pakarati: «Acá todas las fiestas acaban con una comida en comunidad»

María Martínez López
Nelly con Bernardo Astrudillo, su párroco, durante una peregrinación a Tierra Santa en 2019. Foto cedida por Bernardo Astudillo Basulto.

Sacristana, catequista y lo que se tercie, la señora Nelly lleva décadas ayudando en la parroquia de la Santa Cruz. Toda una institución en esta comunidad, que agrupa a los 4.000 católicos practicantes de la isla de Pascua, a 3.500 kilómetros del Chile continental.

¿Qué nombre prefieren para su isla, Pascua o Rapa Nui?
Rapa Nui lo decimos en nuestro idioma, significa isla grande. Y en castellano se llama Pascua por su descubrimiento, en la Pascua de Resurrección de 1722.

¿Qué hacen en Pascua por Pascua?
El Domingo de Ramos, antes de la pandemia, veníamos en grupos por los diferentes caminos desde donde está la casa de cada uno llevando ramos de flores, hojas de palmera o ramitos de los pocos olivos que hay por acá. El Jueves Santo, como Navidad y Pascua, la primera Misa la hacemos en la cárcel. Somos privilegiados porque podemos entrar la gente de la comunidad, todos si queremos.

¿Cómo acompañan a Jesús en su Pasión?
El Viernes Santo hacemos una peregrinación al cerro de las Cruces. También hacemos un vía crucis yendo hacia el cementerio. En cada estación, las distintas instituciones que sirven en la isla ponen una mesa en la que se presentan, y cuando pasa la comunidad el padre reza por ellos y les da la bendición. Terminamos el día con la adoración de la cruz.

Y a esperar la Resurrección.
Esta Pascua es más importante que la misma Navidad. A mí no me llaman las cosas materiales o los arbolitos, ni andaría de fiestas de tomar [beber, N. d. R.] y comer. Al terminar la Misa de la noche cada uno se va a su casa, porque la celebración se cierra con la del domingo. Después de la segunda Misa hacemos un curanto, una comida para toda la comunidad, generosa como la de una familia. Así terminan todas las fiestas grandes acá. Preparamos carne con camote (batata) y una masa dulce, que se dice po’e. En el jardín se hace una especie de fogata, se calientan las piedras, se monta el horno y se pone la carne, el camote y el po’e con hojas de plátano. Dos horas después se abre, el padre lo bendice y se reparte.

¿Cómo llegó el Evangelio a Pascua?
Cuando llegó a la isla el hermano Eugenio Eyraud, [religioso francés de la congregación de los Sagrados Corazones, en 1864, N. d. R.]. Empezó de a poquito, murió acá. Lo que hizo perduró hasta hoy. A mi bisabuelo, que era rapanui, lo prepararon en Tahití y cuando volvió trabajó 40 años en la parroquia, manteniendo la fe como la aprendió. Así con el tiempo se fue afirmando y hemos llegado a hoy en día.

¿Se conserva algo en la isla de la cultura rapanui originaria?
La primera semana de febrero hay una fiesta que se llama Tapati Rapanui, en la que se revive todo lo que es nuestra cultura: el kaikai, que es un juego en el que se forman figuras entrelazando hilos entre los dedos; la danza, los trajes… Pero la modernización se contagia como la COVID-19: cuando la gente ve lo nuevo empieza a imitarlo como los monitos. No pasa únicamente en la parte cultural, que todavía hay gente que la mantiene, sino sobre todo en la fe. Yo no fui a la universidad para buscar a Dios allí. Yo soy rapanui auténtica y vivo mi fe acá en concordancia con lo que siento.

De hecho está muy implicada en la comunidad.
En todo lo que hay que ayudar. Cuando tenemos Misa de aniversario de un difunto hay que ir a apoyar con los cantos y contestar, porque no todos están acostumbrados y saben. Estuve muchos años en la catequesis, y mi hija también fue catequista el año pasado. También iba a limpiar la iglesia, porque cuando no es pagado nadie quiere. Ahora la compañera que lo hacía conmigo tiene problemas de rodilla y tenemos que buscar alternativas. Y todos los viernes tenemos adoración al Santísimo desde las tres hasta las ocho, y cada uno se queda en la medida en que ama al Señor.

La fe aquí hay que trabajarla, porque si no se va a dormir. Hay que estar firmes y obrar bien como Jesús manda, no como queremos nosotros. Hay que servir, no esperar que caigan las cosas del cielo. La Iglesia es una casa, hay que apoyar a los sacerdotes y preocuparse de la gente que está en la cárcel y de los que están postrados. A ellos, el padre se ocupa de mandarles el Santísimo.

¿Cómo es la personalidad de los rapanui, son distintos a los chilenos continentales?
Somos como muy rudos. Cuando hay algo que a otro no le puede gustar, el rapanui dice «esto es lo que hay». Pero para mí ser rapanui auténtico también significa no ser mezquino y atender a los demás como a ti te gustaría ser recibido cuando llegas a casa de otra persona, con una taza de café o un vaso de agua. Jesús siempre enseñó eso. Aquí se puede estar con personas de distintas nacionalidades pero si uno tiene a Jesús lo primero que le nace es ser solidario.

¿No les afecta vivir tan aislados del resto del país? ¿Se sienten realmente chilenos?
Dios así lo quiso, en esta isla surgió la vida de los rapanui y hemos sobrevivido. No nos extraña, estamos acostumbrados. Pero, ¿por qué voy a negar que soy chilena? Creo que seguimos aquí porque hay un país que se encarga de nosotros. Aunque no todos pensamos así, hay gente que está de acuerdo y gente que no, pero así es el mundo.

Como tantos otros vecinos, usted también vivió una temporada del turismo que recibe la isla para ver los moáis, esas enormes cabezas de piedra. ¿Qué significaban y por qué se construyeron?
Sí, arrendaba por días una casa que tengo. Pero no me gustaría hablar de su origen porque realmente no sé cómo fue y no quisiera decir cosas que no correspondan. Hay muchas versiones escritas en los libros. Me gusta que haya perdurado hasta hoy eso que había antiguamente. Cuando me criaron mis abuelos (mis padres se separaron y cada uno se fue por su lado) yo corría entre los moáis. Luego se les dio valor porque tenían figuras. Se quería conservar algo que es muy de aquí. Ya no se habla del dios Make Make, pero han servido para que la gente venga a conocer la isla.

¿El cese del turismo por la pandemia ha generado pobreza?
Acá todavía no se ve esa pobreza de no tener nada.

Las esculturas de la parroquia tienen un aspecto similar a los moáis. ¿Hay más rasgos de la cultura que hayan integrado?
El templo es moderno, pero se pusieron, sobre todo en la delantera, algunos caracteres de la escritura rongo rongo para que hubiera algo de la cultura. La usaban nuestros antepasados y nadie ha podido descifrarla. Además, para las Misas importantes el sacerdote se pone una corona de plumas. Los que somos rapanui estamos muy contentos de que haya podido hacerlo, porque es algo nuestro. Se asocia con que es el pastor de la comunidad y viene a servir. Las celebraciones son en castellano, en rapanui y en tahitiano.

Nelly, háblenos un poco de usted.
Soy la mayor de cinco hermanos y tengo 67 años. Cuando tenía 12 años, mis papás se separaron. Cada cual se fue por su lado y nos quedamos al cuidado de diferentes familias. Pero siempre nos mantuvimos firmes en la fe. Me casé con el hombre que Dios quiso para mí, aunque después de proponerme él matrimonio tuvimos que esperar a tener los 21 años. Tuvimos una vida ordenada, con altos y bajos como todas las familias. Tengo tres hijas: las dos mayores viven en Estados Unidos (una en San Francisco y la otra en Hawái) y la menor está aquí conmigo.

En mayo haré un año de viuda. Tras la muerte de Arturo me dediqué más a colaborar en la iglesia junto al padre, para tirar de este bote para adelante. Aunque llevo toda mi vida ayudando a diferentes párrocos en la comunidad. También he sido artesana.

Isla de Pascua
Población:

7.750 habitantes

Etnia:

Continentales, 60 %, y polinésicos, 40 %

Gobierno:

Parte de Chile desde 1888; territorio especial en 2007