«¿Hasta cuándo todavía? ¡Basta! ¡Que esto acabe ya!»
El Inspector Salesiano de Oriente Medio, Abuna Munir El Rai, relata su viaje a Siria y la experiencia que le ha supuesto convivir con los refugiados cristianos. Habla de sufrimiento y tragedia pero también de esperanza y alegría
Entré en Siria a través del Líbano, iniciando la visita a nuestra casa salesiana de Kafroun el 29 de junio. Acababa de llegar, cuando me dieron la triste noticia de la muerte de un hermano nuestro, don Charbel Daoura, ocasionada en un accidente de tráfico en Sudán del Sur. Siendo él originario de la zona de Kafroun, decidimos celebrar el funeral en su pueblo, y por primera vez, el cadáver de nuestro hermano (traído en avión) recibió sepultura en el área de la obra salesiana. En el funeral estaban presentes muchos sacerdotes, hermanas, familiares y jóvenes, convocados para este último saludo. Durante dos días, nuestra casa y los salesianos suspendieron las actividades, poniéndose en disposición de acoger las visitas de condolencia por el difunto don Charbel.
Durante todo el verano, la comunidad y la obra de Kafroun ha estado dirigida por don Luciano Buratti, misionero italiano, y por el clérigo egipcio Gobrán, junto al salesiano cooperador Johnny Ghazi y su familia. Estos últimos llevan adelante la gestión y las actividades de la obra durante el año. La zona de Kafroun ha sido hasta ahora una de las más tranquilas de Siria. Por este motivo, muchas familias desplazadas acuden desde Homs, Damasco y Aleppo para encontrar refugio en este amplio valle. Por tanto, nuestra obra está frecuentada o por jóvenes de la zona, o por muchos desplazados obligados a dejar las propias casas a causa del peligro y de la destrucción que está extendida por todo el país. Es una obra que reúne, en esta dramática y persistente situación de guerra, un mosaico de gente, proveniente de variadas partes de Siria, que se reúnen allí para encontrarse, conocerse, crecer humanamente, espiritualmente y culturalmente, además de para jugar, cantar y danzar.
Estando con ellos me he alegrado mucho. He experimentado una gran alegría, admiración y emoción al ver a centenares de chicos y chicas, jovencísimos, venir y participar en el verano joven, realizado también en este año y perfectamente organizado y llevado adelante, además de por los salesianos, por muchos animadores y colaboradores laicos. Para facilitar la participación del mayor número posible de chicos y chicas, se ha ofrecido un servicio de transporte desde varios pueblos del valle hasta nuestra obra. He podido encontrarme con muchos jóvenes, con sus familias, y vivir la intensa experiencia de la escucha, el compartir y el dialogar. En estos momentos, las personas tienen aún más la necesidad de hablar, desahogarse y de alguien que esté disponible a la escucha y al compartir tantas historias de sufrimiento. La escucha es un signo de cercanía, de apoyo moral y espiritual. Esta experiencia me ha hecho crecer profundamente como Salesiano.
«La espera es cada vez más fuerte»
A pesar de tanto sufrimiento, destrucción y muerte, he podido constatar cómo el deseo de vivir, de alegrarse y de esperar es siempre más fuerte, y eso me ha llenado de alegría también a mí. La gente tiene la necesidad y el deseo de jugar, danzar, cantar, rezar, a pesar de que las dramáticas circunstancias les lleven a preguntarse: «¿Dónde está Dios? ¿Por qué Dios permite todo esto? ¿No es suficiente toda esta sangre, toda esta destrucción? ¿Hasta cuándo todavía? ¡Basta! ¡Que esto acabe ya!». Son interrogantes que he buscado afrontar con ellos, hablando de perdón, fe, esperanza, pero no es fácil. La gente está cada vez más cansada, destrozada a nivel moral, espiritual y material. Todas las familias, además de la tragedia de la destrucción, de la muerte, viven además el drama de la emigración, de la fuga, de la búsqueda de una vida mejor fuera de Siria. Las familias se disgregan y se dividen posteriormente. Aquellos que parten afrontan viajes peligrosos y destinos inciertos; aquellos que se quedan, sufren la ausencia de esas personas que parten, y la preocupación por su suerte. En Siria he visto el sufrimiento de las personas que se quedan y echan en falta a aquellos que han partido. Y junto a la multitud de personas que dejan el país, otros muchos más se convencen de que no tener otra posibilidad que partir también ellos. Se preguntan: «¿Qué sentido tiene permanecer aquí, solos, en constante peligro, sin ninguna perspectiva?».
Este drama, que ha cambiado la fisonomía social del país en general, hace que se resienta también fuertemente la fisonomía eclesial. La presencia cristiana, en el pasado muy fuerte, se está debilitando y disgregando dramáticamente, tanto en calidad como en cantidad. La misa dominical en Kafroun ha sido un bellísimo momento de recogimiento y comunión. Cerca de 700 personas han participado en las celebraciones, que se han desarrollado en el patio, con presencia de cristianos de diferentes ritos. Ha sido bello acoger a todas estas personas, tan dañadas por la guerra que esto les había llevado a vivir en duda e incerteza su camino de fe, y verlas volver a rezar, reencontrar la fe, confesar los propios pecados. Momentos de encuentro y de compartir como estos, plenos de espíritu familiar y de comunión, son un motivo de consuelo, de ayuda, de apoyo.
Chaleco antibalas
La mañana del 7 de julio partimos hacia Aleppo en autobús, un viaje bastante tranquilo y seguro, a pesar de las 8 horas de viaje por una carretera que en algunos tramos estaba completamente destruida. Llegamos por la tarde a mi ciudad, donde yo he nacido y crecido, ahora completamente irreconocible. Cada vez que voy, descubro una ciudad más destruida. Esta gran ciudad, una de las más antiguas del mundo, que hasta hace pocos años contaba con cerca de tres millones de habitantes, está actualmente considerada uno de los lugares más peligrosos del mundo. Llegando a la casa salesiana, los salesianos y los jóvenes me han acogido con un espíritu de alegría y optimismo cristiano y salesiano. En la entrada, me han hecho ponerme un casco y un chaleco antibalas «por motivos de seguridad y para protegerte». Me han dicho, bromeando: «¡La obra y el oratorio están cerrados!».
He podido encontrarme con mis hermanos, el director Georges Fattàl, don Simón Zakerian, los diáconos Pier Jabloyan y Dani Gaurie, y el prenovicio Mischel Hajjar. He disfrutado al constatar cómo todavía hoy, de esta obra, siguen saliendo tantas vocaciones de salesianos consagrados y de salesianos cooperadores. El Señor nos ha bendecido hasta ahora con buenas y numerosas vocaciones, un signo de amor y bendición para esta casa. He agradecido a los salesianos de Aleppo su testimonio de vida religiosa y de continua entrega a los jóvenes de Aleppo, llevada adelante con gran sacrificio. Aquí en Aleppo he podido sentir y tocar con la mano la grandeza de nuestra misión salesiana, en particular a partir de mis encuentros con varios sacerdotes, religiosos y familias de la ciudad, que me han repetido muchas veces el extraordinario oasis de paz, de alegría y de esperanza que esta presencia nuestra representan.
Justo durante los días de la visita en Aleppo he vivido uno de los momentos más conmovedores de mi vida, la ordenación de Pier Habloyan, tenida el 11 de julio en nuestra iglesia. La ordenación se ha realizado en el rito armenio católico, con la presencia del obispo Boutros Marayati y de muchos religiosos, sacerdotes, religiosas y jóvenes que acudieron para celebrar juntos el acontecimiento. A pesar de la muerte, el sufrimiento y la destrucción que reinan en la ciudad, la ordenación ha sido un signo preciosísimo de vida, de entrega y de alegría. Un sacerdote ordinario en un tiempo extraordinario: ese es Pier, un joven crecido en este oratorio, que después de la ordenación, será destinado a este mismo oratorio de Aleppo. Después de la misa se tuvo un alegre momento de fiesta, cantos y bailes, y un refresco para todos los presentes.
Desahogar tensiones con alegría
También en Aleppo he tomado parte en las actividades del verano joven, maravillosamente gestionadas y organizadas. Este año se ha tenido la participación de otros 700 jóvenes, chicos y chicas provenientes de varias partes de la ciudad, a los cuales se les ha ofrecido el mismo servicio de transporte para llegar a la obra con seguridad. Un buen grupo de animadores, que ha ayudado al desarrollo cotidiano de las actividades estivales, ha contribuido a crear un bonito clima. Para muchos chavales jóvenes y para sus familias, frecuentar la obra salesiana significa respirar un aire de alegría, de esperanza, en un clima familiar: «Ghèr ‘alam», esto es (literalmente: «de otra manera», un oasis de paz).
El verano joven es un acontecimiento caracterizado por momentos recreativos, culturales y educativos en todas las obras salesianas del mundo. Pero en un contexto como el de Aleppo, asume un significado todavía más amplio desde el punto de vista educativo-pastoral. Estas experiencias ayudan a los chavales a liberarse, a desahogar las tensiones y el peso del sufrimiento y del miedo al que están expuestos cotidianamente, y a encontrar la fuerza psicológica y espiritual para poder soportar y afrontar esas situaciones. Este año, después de cuatro años, la comunidad salesiana reunida ha decidido volver a organizar los campamentos de verano para los chavales que frecuentan la obra de Aleppo. Después de cuatro años de encerramiento, de «prisión» dentro de la ciudad, los chicos de la escuela media, y después los de la superior, han podido finalmente revivir esta experiencia que les ha llevado durante 5 días a la montaña cercana a la obra de Kafroun. Han participado 180 chavales de las escuelas medias, y a continuación 140 jóvenes de las escuelas superiores, acompañados de diversos animadores y colaboradores.
Ha sido una experiencia muy significativa, que ha permitido a los chavales disfrutar de la belleza y tranquilidad de la naturaleza. Por primera vez, han dormido sin sentir el peligro de la guerra, han vivido juntos como en una gran familia, compartiendo momentos de alegría y de oración. Aleppo, una ciudad que contaba con una amplia presencia cristiana de varios ritos e iglesias, ha experimentado una continua disminución de dicha presencia, reducida hoy en más de dos tercios. La hemorragia de cristianos es consecuencia o bien de la prolongación del conflicto, de las condiciones socioeconómicas y el alto coste de la vida, o bien de la escasez de posibilidades de encontrar trabajo y materias de primera necesidad, o bien en tercer lugar, de la destrucción de los barrios cristianos.
Muchas iglesias, antiguas y relevantes desde el punto de vista artístico y cultural, han sido dañadas y destruidas. Todo esto ha hecho crecer de modo rápido y masivo el éxodo de cristianos de la ciudad. También en Aleppo he podido hablar personalmente con los jóvenes y las familias. Es difícil hablar de ciertos temas con personas que han perdido a los propios familiares más queridos y que cada día se preguntan dónde está Dios. He tratado de ayudarles, ofreciéndoles escucha y consuelo moral, hablando de amor y de reconciliación. La falta de agua corriente y electricidad obliga a la gente a sobrevivir con cantidades muy reducidas de agua, especialmente agua potable, con graves consecuencias en términos de condiciones de salud, debiendo además hacer frente a la escasez de electricidad, que lleva a dañar y hacer dificultosas las más básicas actividades cotidianas. He dejado Aleppo el 20 de julio, volviendo a Kafroun para participar en las actividades durante unos días más. Desde allí me dirigí el 25 de julio hacia la obra de Damasco en minibús, junto con Don Simón y un grupo de animadores jóvenes.
Conservar el optimismo
El domingo 26 de julio presidí la Eucaristía en el patio, con la presencia del nuncio apostólico, de su secretario y de nuestras hermanas salesianas, celebrando también la toma de posesión de don Simón Zakarian como nuevo director, en el puesto del director saliente, don Alejandro León Mendoza. Estaban presentes más de 500 jóvenes, y me conmovió ver su amor al despedirse de sus padres salesianos, sea en Aleppo, al saludar a don Simón, sea en Damasco en los que han querido saludar a don Alejandro. Por cómo comprobamos la tristeza de los jóvenes al decir adiós a sus padres espirituales, comprendemos que estos cambios forman parte de la lógica religiosa salesiana, del voto de obediencia y de dedicación al servicio de los jóvenes en cualquier parte del mundo. La celebración se terminó pues con un bonito momento de saludo a don Alejandro y un abrazo caluroso de bienvenida a don Simón. He tenido amplia facilidad de encontrarme con la comunidad salesiana de Damasco, sea con los hermanos: don Alejandro, don Munir Hanashi y don Felice Cantele, como con nuestras hermanas, las Hijas de María Auxiliadora, que en Damasco tienen dos amplias presencias: una en el Asilo y otra en el Hospital Italiano, donde ofrecen un precioso e importante servicio a la población siria, en particular en este momento dramático.
También en Damasco, como en Aleppo, las actividades de verano estaban bien animadas y organizadas, llevadas adelante con la presencia de animadores y colaboradores salesianos y frecuentadas por cerca de 900 jóvenes provenientes de áreas, incluso muy lejanas, de la ciudad. Debido al número particularmente alto de participantes, se dividió a los chavales por etapas según la edad, asignando días concretos para el desarrollo de las actividades, acogiéndoles desde la mañana hasta la tarde y ofreciéndoles cada día comida y transporte. El centro de Damasco, a diferencia de ciudades como Aleppo, aparece todavía relativamente menos peligroso. La situación, con todo, está empeorando notablemente en los últimos tiempos, convirtiéndose en más inestable e insegura. También allí los efectos de la escasez de agua, de los cortes de electricidad, del encarecimiento de la vida y la falta de trabajo, pesan sobre las condiciones de vida de la población, que cada vez de forma más numerosa, deciden salir del país.
Los chavales y los animadores me han acogido fraternalmente en la obra y cada grupo me ha hecho partícipe de pequeñas representaciones teatrales, musicales y artísticas preparadas a lo largo del verano. Me pidieron que les dijera una palabra de saludo al término de esta actividad. Les di las gracias y animé a conservar ese optimismo y alegría que constituyen el corazón del espíritu salesiano y les recordé las bellas palabras que el Papa Francisco el 21 de junio de 2015 ha dirigido a los hijos e hijas de Don Bosco en la basílica de María Auxiliadora con ocasión del bicentenario del nacimiento de Don Bosco: «Los salesianos me han ayudado a afrontar la vida sin miedo ni obsesiones, a seguir adelante en la alegría y la oración. Educad a los jóvenes a no tener miedo. No olvidéis la característica de un verdadero oratoriano: la alegría. Y con esta alegría, buscar y amad a Jesús para encontrarlo todos los días».
En Damasco he encontrado diversos grupos y asociaciones de jóvenes, familias y madres, comprometidos con dedicación en la educación y en la misión salesiana. He sido invitado a participar de la experiencia de un grupo de jóvenes que han llevado a cabo actividades de voluntariado en algunos pueblos en las fronteras con el Líbano, organizando durante dos semanas una experiencia de verano joven y viviendo un importante momento de crecimiento humano y espiritual. Otro grupo de voluntarios ha llevado adelante durante un mes una interesante y relevante experiencia de animación misionera, centrándose en una de las zonas periféricas más pobres y peligrosas de la ciudad, en contacto con jóvenes de diferentes credos y fe religiosa. La experiencia del voluntariado, cuando es protagonizada por jóvenes que viven ellos mismos situaciones de extrema dificultad y precariedad, es particularmente importante y significativa: a pesar de las dificultades y la peligrosidad del ambiente, estos jóvenes se han puesto al servicio de los más desafortunados, y a través de esta experiencia han encontrado la alegría del don y del servicio y han descubierto cuánto bien se puede hacer a través de la educación en la paz y la convivencia. Para nosotros salesianos, el desafío más grande en estos momentos es la educación. Una educación para la creación de una cultura de paz, de amor y de perdón, capaz de superar estos largos años de guerra, de odio, sangre y destrucción.
Durante mi permanencia, he encontrado además un grupo de jóvenes que están viviendo la experiencia vocacional del «Ven y verás». Dos de ellos pidieron vivir una experiencia prolongada dentro de la obra, participando en la vida salesiana y ayudando a los Padres en sus actividades cotidianas. También los salesianos de Damasco organizaron para los chavales experiencias de campamento urbano. Dos grupos de cerca de 140 chavales estuvieron participando y pasaron 5 días de campamento de verano en la montaña, en Kafroun. Fue también un momento particularmente importante, pudiendo disfrutar de un ambiente diferente, de paz y serenidad por primera vez después de 4 años. El 15 de agosto fui invitado a presidir la misa de las primeras profesiones de seis jóvenes hermanas salesianas de Siria, con la presencia del Nuncio, de su secretario, de la Inspectora Sor Lina, de muchos sacerdotes, religiosos y religiosas, y de muchas familias y jóvenes. Fue precioso participar y asistir al momento de consagración a Dios de estas jóvenes hermanas, justo en estos momentos particularmente difíciles en Siria.
El 6 de agosto, al final de la tarde dejé finalmente el país, llegando al Líbano, a nuestra casa de El Houssoun, para participar en la fiesta de la ordenación sacerdotal de nuestro joven hermano libanés Georges El Mouallem, en rito greco-católico.
Experiencia de consolación
Quiero dar gracias al Señor por haberme ofrecido la oportunidad de llevar a cabo esta visita, y de poder escuchar y consolar a tantos hermanos en tan grandes dificultades en este trágico momento. Doy gracias a mis hermanos salesianos, a nuestros cooperadores y animadores, que llevan adelante con dedicación su misión, a pesar de los graves peligros, las fatigas y las dificultades cotidianas. Doy gracias a la Divina Providencia que nos asiste día a día y nos permite continuar ofreciendo ayuda y apoyo espiritual, moral y material a la población más dañada, a través de nuestros benefactores.
Sigamos rezando para que esta dramática guerra en Siria, y todas las guerras que afligen el Medio Oriente y otros países del mundo puedan finalmente acabar. Estas guerras encierran desafortunadamente un gran y complejo juego de intereses, que tienden a prevalecer sobre el bien común y básico del ser humano. Oremos por tanto para que Nuestro Señor Jesucristo nos infunda siempre esperanza y nos conceda finalmente la verdadera paz.
Abuna Munir El Rai SDB
Inspector Salesiano de Medio Oriente