Hacia una cultura del esfuerzo universitario - Alfa y Omega

«En nuestros días se habla mucho de libertad, nos lanzamos a la conquista del mundo exterior, pero abandonamos con frecuencia la tarea esencial: la educación de la propia voluntad. Así, por una aberración inconcebible, hemos dejado de templar el instrumento de nuestra fuerza intelectual y de nuestra felicidad. El estudiante quiere, pero no puede; mejor: querría realizar algo, pero sin molestarse». Estas palabras fueron escritas por un gran educador de la juventud, el padre Tomás Morales, jesuita, hace ahora 30 años. Y reflejan el panorama educativo actual, también en la edad universitaria. Un sistema educativo basado en la adquisición de habilidades y competencias, la aplicación de técnicas de distinto tipo, la disminución de los contenidos, los exámenes repetitivos y cortos, si es posible de tipo test, la falta de una referencia educativa, personal, moral en el profesor, o la ausencia de maestros, entre otros, son los elementos de una educación universitaria en la que prácticamente todo se le da hecho al estudiante. Apenas ha de esforzarse.

Y, sin embargo, el esfuerzo es esencial, especialmente en la tarea educativa. El esfuerzo es siempre la acción de esforzarse, es decir, de poner en movimiento, en acción, las fuerzas de que disponemos para vencer una resistencia interior o exterior. Derivado de la raíz latina fortis, fort, precedida del prefijo ex, el esfuerzo expresa la idea de movimiento hacia afuera. Y aquí, en esta idea, se encuentra de nuevo otra dificultad en el mundo actual. Parece que, en el esfuerzo, uno sale de sí mismo, movimiento interesante frente al cáncer europeo del individualismo, que preside los ambientes que nos rodean y que subyace en la pedagogía actual. Perece necesario, por lo tanto, promover una cultura de la relación, de la generosidad, de la solidaridad, de la gratuidad, como decía Benedicto XVI, del salir de uno mismo, con el valor añadido de que se relaciona intrínsecamente con una cultura del esfuerzo. O al contrario: una cultura del esfuerzo genera una cultura de la gratuidad, del anti-individualismo.

Resulta muy interesante esta simbiosis, de cara al horizonte de la reforma de la ley universitaria, y también en relación con el reciente debate sobre el sistema de becas: promover una cultura que valore el esfuerzo, que valore el salir de uno mismo. Pero, como añade el padre Morales, «un esfuerzo reflexivo, decidido, enérgico y constante, sólo lo transmite el educador, el profesor que lo posea. No podrá adquirirlo, ni por tanto transmitirlo a otros, si no clava sus ojos en un gran ideal».

¿Será, por lo tanto, que no existen esos profesores que transmitan la importancia del esfuerzo? ¿Será que en el sustrato de nuestra sociedad, de nuestra Universidad, no existen ideales?.

Valorar el esfuerzo, generar una cultura del esfuerzo, podría ser uno de los hitos del camino hacia la sanación de la grave crisis antropológica que vivimos en la actualidad, y que tanto se manifiesta en la educación, también la universitaria.

M.ª José Luciáñez
Profesora de Biología en la Universidad Autónoma de Madrid