Ha muerto el obispo de Vallecas
«En muchas ocasiones más bien me parecía estar haciendo de bombero que de obispo. ¡Cuántas veces tuve que dialogar o enfrentarme con la Policía que rodeaba un local de la Iglesia!», confesaba monseñor Alberto Iniesta en Recuerdos de la Transición (PPC). Fue una época movida, en la que el obispo auxiliar de Madrid tenía que estar continuamente visitando a sus sacerdotes de Vallecas en la cárcel de Carabanchel.
El cardenal Tarancón le trajo de Albacete en 1972 para hacerse cargo de la Vicaría IV. Fue así como le conoció el hoy sacerdote Juan José Rodríguez Ponce, entonces un joven seminarista jesuita que colaboraba con el padre Llanos en el Pozo del Tío Raimundo. «Aquello era entonces un barrio marginal, formado fundamentalmente por inmigrantes de otras zonas de España, y tuvimos que ir haciendo un barrio más digno, con calles, con luz, con colegios… En esos últimos años de la dictadura, la zona de Vallecas se distinguía por la lucha a favor de los derechos humanos y las libertades, y Alberto Iniesta fue el hombre de confianza del cardenal Tarancón para el diálogo con los políticos y con los movimientos ciudadanos», recuerda Rodríguez Ponce. «Siempre se le veía defendiendo la causa de los más pobres, de los oprimidos, intercediendo por ellos ante la jerarquía eclesial, ante el Gobierno…».
Sus palabras de condena de los últimos fusilamientos del franquismo, en el verano de 1975, en una homilía, le generaron una lluvia de amenazas de muerte. En la propia Iglesia –añade Juan José Rodríguez–, «algunos grupos no le comprendieron. Pero él era un verdadero hombre de fe, un hombre de Dios. Había sido un converso. Su incorporación consciente a la Iglesia se produjo ya con cierta edad. Tenía un trabajo en la Caja de Ahorros de Albacete y lo dejó para marcharse al Seminario de vocaciones tardías de Salamanca. Él vivió después su incorporación al ministerio sacerdotal desde la conciencia de servir a la verdad, a la justicia evangélica, al Reino de Dios… Con él llegaron aires nuevos y muy limpios, porque era a la vez una persona muy sencilla y muy bien preparada».
«Ha muerto un santo»
Con los curas, «su relación era muy fraternal, muy sencilla y servicial, como la de Tarancón. Se ganaba al otro siempre con su humildad, incluso cuando tenía que callarse y saber perder para, a cambio, ganarse a un hermano». Sorprendía también «su vida de austeridad y de pobreza evangélica con los Padres Asuncionistas en la parroquia del Dulce Nombre de María. Cuarenta años después –afirma Rodríguez Ponce–, más de un sacerdote que le trató en aquella época ha recibido la noticia de su fallecimiento, este domingo, asegurando que «ha muerto un santo».
La misma cercanía mostraba siempre hacia la gente. Su mitra era llamativamente pequeña y discreta; «le gustaba mezclarse con todo el mundo cada vez que organizábamos grupos. Se traía su tartera y su bocadillo, como uno más. Ese modo de relacionarse de un obispo con los feligreses era algo novedoso y llamaba mucho la atención. Con monseñor Iniesta, el mensaje era el mensajero».
Otro de sus rasgos más característicos fue su capacidad de dialogar con todos. Hombre de dotes literarias, fue muy conocida su amistad con Francisco Umbral, que le dedicó varias columnas en El País. En una publicada en enero de 1978, titulada simplemente Monseñor Iniesta, escribe: «He aquí que hay un obispo justo, y por un obispo justo (supongo que habrá más, pero no me escribo con ellos) puede salvarse toda la Iglesia española y nacional-católica».
La jubilación del cardenal Tarancón, su mentor, en 1983 no fue sencilla para él. En la Conferencia Episcopal –donde desempeñaría, pese a todo, cargos de responsabilidad, como la presidencia de la Comisión Episcopal de Migraciones entre 1987 y 1990–, «a lo mejor no siempre fue comprendido, y creo que sufrió no una decepción, pero sí un choque fuerte», afirma Rodríguez Ponce.
Antes de llegar a su edad canónica de jubilación, en 1998 Iniesta le pidió al cardenal Rouco retirarse a Albacete por motivos de salud. Pero nunca cortó lazos con Madrid. «Monseñor Rouco estaba en contacto permanente con él y, con el Consejo Episcopal, le fuimos a visitar en más de una ocasión a Albacete. A pesar de estar enfermo y deteriorado, seguía siendo un hombre de una esperanza tremenda, y confiaba en que esa semilla que plantó en Vallecas no hubiera caído en saco roto».
Monseñor Alberto Iniesta nació en Albacete el 4 de enero de 1923. Se licenció en Teología en 1958 en la Universidad Pontificia de Salamanca, procedente del seminario de vocaciones tardías. Fue ordenado sacerdote el 13 de julio de 1958. Ocupó los cargos de ecónomo de San Pedro en Albacete y superior del Seminario Mayor.
El 22 de octubre de 1972 fue ordenado obispo como auxiliar de Madrid-Alcalá. Tras la jubilación del cardenal Tarancón, en 1983, continuó con los arzobispos Suquía y Rouco. El 5 de abril de 1998 fue aceptada su renuncia.
En la CEE ha sido miembro y presidente de la Comisión de Migraciones y miembro de la Comisión de Liturgia.