Gringo, reza por nosotros
No es la primera vez que Ángeles ayuda al entierro de un mendigo, pero lo del Gringo es más que una de esas obras de misericordia que nos está recordando el Papa últimamente. El Gringo, el mendigo, sigue dando mucho. Será que la Virgen de Fátima ronda por medio…
«Ha muerto el Gringo, un poeta mendigo que vivía bajo el puente a la entrada de la autopista en calle Alfonso XIII en Vigo. Su cadáver está en el tanatorio, abandonado a la espera de una decisión del juez. ¿Por qué no le damos un entierro y una despedida dignos? ¿Me ayudáis?»: nunca se pudo imaginar Ángeles de Andrés que la convocatoria que hizo a través de Facebook iba a tener tanta repercusión.
No solamente ha podido darle un entierro digno. El Ayuntamiento de Vigo concedió un entierro de beneficencia, una fosa individual en lugar de una fosa común y un conductor para llevar al difunto, y corrió con los gastos de todo. Fue enterrado en la tumba 80, en el cementerio Pereiró, el cementerio grande de Vigo, «en el sitio más bonito, a la izquierda», añade Ángeles. Un diácono se ofreció para celebrar el responso; la Escuela de Artes y Oficios de Vigo brindó a uno de sus mejores músicos, que no quiso cobrar nada. Muchos se presentaron con flores para despedirle; durante el cortejo sólo se oían los pájaros y la música; y hasta el sol salió durante un rato para despedirse. Y todo, por un mendigo…
Esa suciedad…
Ángeles, directora de un centro de enseñanza en Vigo, conoció al Gringo hace 25 años, al llegar a la ciudad. Él estaba sentado cerca de la estación de autobuses, con su perro y su carro. «Era rudo, arisco, un pirata malo, un cowboy solitario, con una mirada dura…, pero escondía un alma sensible», recuerda. «Era el típico loco, al que no miras porque te da miedo. Tenía una voz de ogro, pero era muy bueno. Me daba siempre los buenos días, y me ofrecía una poesía. No, gracias, le decía, y le daba algo para que me dejara en paz. Era esa especie de muro que nos causa rechazo, esa suciedad te echa para atrás».
Pero al mes, el Gringo le regaló una poesía, y le dijo: «Este poema lo escribí hace un mes, rómpelo si quieres». Ángeles se la llevó al despacho y la leyó:«Algo en mi interior cambió. Pensé: Le estoy rechazando, y no sé en realidad quién es». Entonces «empecé a verle, porque antes ni le miraba. Le buscaba a ver si estaba o no. Me acostumbré a su presencia, llegué a modificar mi ruta para encontrármelo. Llegó a ser una necesidad escuchar su: Hoy vas a tener un buen día. Un día me dijo: La Virgen te va a ayudar. Le dije: ¿Y usted qué sabe de la Virgen? Y él respondió enigmático: Lo que me enseñó mi madre y yo conocí, hace 17 años. Y me dio una estampita de la Virgen de Fátima». Es la advocación que ha estado detrás del Gringo durante muchos años: entre sus pertenencias se han encontrado varios poemas escritos detrás de esta imagen; y el permiso para su entierro llegó del Juzgado la mañana del 13 de mayo. ¿Amor de Madre?
Poco a poco, el Gringo fue entrando en la vida de Ángeles. Los niños de su centro llegaban tarde: «Venimos de estar con el Gringo», decían, porque él les contaba aventuras e historias. Decían que había sido legionario y les enseñaba técnicas de supervivencia y cómo hacer una cabaña. Y en una cabaña como aquellas murió el Gringo, bajo la autopista, pero su cuerpo no se encontró hasta dos días más tarde. «Se murió solo. Eso es lo que más me duele –reconoce Ángeles–. Estuvo dos días muerto antes de que lo encontraran. Murió de 80 años y murió de soledad. He querido demostrarle que éramos muchos los que le queríamos».
Me obligasteis a rezar otra vez
El Gringo era uno de esos mendigos de siempre, de los que viven debajo de un puente, de los que nadie sabe nada. Pero su muerte le ha llegado al corazón a muchos estos días. Además de un entierro como Dios manda, ha tenido un funeral al que han asistido casi cien personas, con varios políticos entre los fieles, no en primera fila, sino en los bancos de atrás. «Hay un ambiente de comunidad que pocas veces he visto. Habéis hecho comunidad en torno a vuestro hermano», reconoció el sacerdote al final de la Misa. Y ha habido quien ha confesado después: «Yo no piso la Iglesia, pero desde el jueves empiezo a pensar de otra manera. Esto no es normal. Me obligasteis a rezar otra vez».
Pero el Gringo también ha dado mucho en vida. Hizo mucho por los vecinos de Vigo: lo primero, ayudar a muchos a mirar fuera y salir de sí mismos. Después de su muerte, se ha descubierto entre sus pertenencias ropa limpia y perfectamente planchada, que alguien le preparaba, y muchos han confesado que le ayudaban de una u otra manera. Él lo devolvía todo en poemas, y ahora está en manos de Ángeles una bolsa de cinco kilos llena de libretas con poemas.
Entre esos poemas los hay también que descubren una fe muy probada: Dame Señor/ valor, pudor y vergüenza,/ para poder ver el mundo sin rencor,/ con humanidad./ Enséñame a caminar/ entre las aguas turbulentas,/ entre el rugido de las fieras./ Que la semilla de la envidia/ no altere mi nobleza.
El Gringo no fue el primero
No es el primer entierro que organiza Ángeles para los necesitados. A José Miguel Rodríguez le sacó de la calle y le buscó, junto a una amiga, una casa para vivir el último tramo de su vida; y cuando murió le organizaron también un entierro. «No teníamos los 3.000 euros para poder pagarlo. Estábamos solas con el cadáver. Le pedí a la Virgen y le recordé cuando Ella estaba al pie de la Cruz: ¡Ayúdanos! Entonces escribí a los periódicos de aquí y organizamos un funeral al que vino mucha gente; y una amiga cedió el panteón familiar. Hicimos colecta en el funeral para el difunto, ¡y sacamos 2.900 euros! No tuvimos que pagar nada más», cuenta.
En enero organizó otro un entierro para un inmigrante boliviano que se cayó de un andamio dejando mujer y dos hijos. Y también otro para ayudar a otros inmigrantes bolivianos a despedir a su madre, que había fallecido en su país.
«No soy capaz de decirle No a Jesús –dice Ángeles–. Es como si Jesús me dijera: Ese muerto soy Yo mismo. Siento y vivo el Evangelio, y no puedo consentir que un ser humano muera solo, como un perro. Mira cualquier Cristo: si te fijas en sus manos, o en sus pies, son enjutos, secos, morenos… No hay mendigo que no tenga esas manos o esos pies. Para mí son Cristo vivo. Mi misión es estar donde Él me llama. Llevar la luz a los muertos y a los vivos. Al Gringo le digo: Ahora ya sabes que hay luz».
Ahora, Ángeles está buscando ayuda para darle al Gringo un epitafio, y un vallado que acote su tumba para que la lluvia no se lleve la tierra, «para que el cariño que no recibió en vida lo reciba ahora a borbotones».
Por cierto, el Gringo se llamaba Carlos Montouto Bastida. Descansa en paz, y reza por nosotros.