Grandes teólogos hablan sobre el Credo. Ésta es la síntesis de nuestra fe - Alfa y Omega

Grandes teólogos hablan sobre el Credo. Ésta es la síntesis de nuestra fe

Durante la persecución de los primeros siglos, los cristianos de Roma tenían un código que debían aprender de memoria para poder ser bautizados: era el Símbolo de los Apóstoles, al que hoy llamamos también Credo. Más de dos mil años después, el obispo de Roma ha convocado un Año de la fe, para que los cristianos redescubran y se encariñen con esta misma profesión de fe. «Querríamos que, al final del Año de la fe, el Credo se convirtiera en la oración diaria de nuestros cristianos», dice el arzobispo Rino Fisichella

Jesús Colina. Roma
Vigilia de oración en el Vaticano, previa a la apertura del Año de la fe convocado por el Papa.

Según una antigua tradición, atestiguada ya por san Ambrosio (340-397), los doce artículos del Credo habrían sido formulados por cada uno de los doce apóstoles, reunidos en asamblea, para sintetizar el conjunto de la fe apostólica. Si bien no hay pruebas que permitan demostrar históricamente esta tradición, lo cierto es que todas las afirmaciones de este Credo encuentran un fundamento explícito en pasajes tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. La investigación histórica reciente parece confirmar que el Símbolo de los Apóstoles fue escrito como síntesis del catecismo que se impartía a los adultos que pedían recibir el Bautismo en la Ciudad Eterna en el siglo II. Alfa y Omega ha recogido declaraciones de algunos teólogos contemporáneos para preguntarles lo que significa ese mismo Credo en pleno siglo XXI y para sus vidas.

Cuestión de vida o muerte

El sacerdote capuchino Raniero Cantalamessa, conocido mundialmente como el predicador del Papa, pues a él le corresponde dirigir las predicaciones en el Vaticano de Adviento, Cuaresma y Viernes Santo, explica cómo, para el cristiano, el Credo es una cuestión central. En particular, recuerda el primer Concilio ecuménico en Nicea (año 325) y el segundo Concilio ecuménico en la ciudad de Constantinopla (año 381), en el que el Símbolo de los Apóstoles fue detallado y explicitado para salir al paso de herejías. El Credo, aclara el autor de gran cantidad de libros traducidos a numerosos idiomas, sirvió, por ejemplo, para explicar la Trinidad: «Esto es lo que hay que descubrir, el sentido profundo de estas verdades, el hecho de que son cuestiones de vida o muerte», pues la existencia de Dios es, efectivamente, cuestión de vida o muerte.

Cuando se le pregunta al padre Cantalamessa cuál es el elemento más característico del Credo cristiano, responde: «Muchos están de acuerdo con un Dios creador. Hoy, la dificultad está en aceptar a un Dios hecho carne. La fe cristiana depende de si se cree o no se cree en la divinidad de Cristo».

Quien cree, no tiene miedo

El cardenal José Saraiva Martins, prefecto emérito de la Congregación de las Causas de los Santos, explica la Encarnación con estas palabras: «Dado que Dios nos amaba, no podía no encarnarse, hacerse como uno de nosotros para salvarnos. De lo contrario, no hubiera sido auténtico amor». Y añade: «El Credo, en síntesis, nos dice esto: Si tú crees verdaderamente lo que anuncias, si lo vives en profundidad, no debes tener miedo de nada».

El purpurado luso reconoce que hoy se da «una indiferencia religiosa creciente, un ateísmo. Si no creemos en Dios, primer artículo del Credo, lo demás no tiene sentido. La Creación es el primer libro escrito por Dios», aclara al comentar el inicio de esta profesión de fe que se transforma en oración.

En el Credo, Dios se mueve

Monseñor Pierangelo Sequeri, rector de la Facultad de Teología del Norte de Italia y uno de los más conocidos compositores vivos de música sacra, explica que, «a diferencia de todos los demás credos de la tierra, en el Credo cristiano, Dios se mueve. En el Credo, por primera vez, la historia del hombre y la historia de Dios, por decirlo de algún modo, se narran juntas, como en una única narración», explica. «La estructura fundamental del Credo cristiano ha logrado mantener una frescura, una vivacidad y una profundidad tales que no se ha sentido nunca la necesidad de adaptarla o transformarla», prosigue. Y concluye: «Sería estupendo que el Año de la fe llevara a encariñarnos con el Credo. Insisto, lo maravilloso del Credo está en que, cuando lo leemos, no pensamos en añadir o en quitar nada. Es perfecto».

Con la lógica del amor

El sacerdote dominico Giorgio Maria Carbone, profesor de Teología Moral en la Facultad de Teología de Bolonia, recuerda que el Credo es «la síntesis de toda la Revelación» de Dios. «En vez de leer todos los libros de la Biblia, la Iglesia, por pura benevolencia materna, conociendo la pereza humana, nos ofrece en una cápsula la síntesis de la fe», explica.

La teóloga italiana Stella Morra, profesora de la Pontificia Universidad Gregoriana y en otras universidades pontificias de Roma, explica que «el Credo es, ante todo, una oración. Es un texto que se pronuncia dentro de la celebración litúrgica. Es la síntesis de lo que la sabiduría creyente ha seleccionado como esencial: todo lo que es esencial y sólo lo que es esencial». La teóloga explica que el Credo es como una receta de cocina aprendida de la abuela. «Tiene sabor de casa, pues la repetición, como sucede con una receta, es positiva».

Colegio de los Apóstoles, en la catacumbas de Santa Tecla (Roma).

«Durante años hemos subrayado el aspecto expresivo del Credo —añade la teóloga—, pues tengo que comprender lo que pronuncio. Pero se da también un aspecto de conformación de quien lo pronuncia con el Credo: lo que yo digo se convierte en mí mismo. Como todas las oraciones, esto es lo que sucede con el Credo». Por último, Morra advierte de que, para entender el Credo, no basta la lógica racional; es necesario también aplicar la lógica del amor. «La fe significa establecer una relación de confianza con el otro, sabiendo que, dado que Dios es Dios, no me puede suceder nada malo».

La oración del Año de la fe

Se comprende así lo que explica el arzobispo Rino Fisichella, Presidente del Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización, cuando explica que «querríamos que, al final del Año de la fe, el Credo se convirtiera verdaderamente en la oración diaria de nuestros cristianos, es decir, la profesión de fe recitada y, en la medida de lo posible, a pesar de nuestras contradicciones, coherentemente vivida». El arzobispo sintetiza la propuesta citando palabras de san Agustín de Hipona, pronunciadas a inicios del siglo V: «Recibid la fórmula de la fe, que es llamada Símbolo. Y, cuando la hayáis recibido, grabadla en el corazón y repetidla cada día interiormente. Antes de dormir, antes de salir de casa, recurrid a vuestro Símbolo, rumiándolo en el lecho y meditándolo por las plazas públicas, no olvidándolo al comer y hasta soñando con él».

El Credo de los no creyentes

Con frecuencia se habla de las dudas de fe del creyente, pero no son menos frecuentes ni acuciantes las dudas de fe del no creyente. La reflexión sobre el Credo dio origen, en 1968, a uno de los libros más influyentes de Joseph Ratzinger: Introducción al cristianismo.

Según escribía el teólogo que hoy es Papa, «el creyente sólo puede realizar su fe en el océano de la nada, de la impugnación y de lo problemático; el océano de la inseguridad es el único lugar donde puede recibir su fe; pero no pensemos que el no creyente es el que, sin problema alguno, carece de fe».

Añadía Joseph Ratzinger: «El creyente no vive sin problemática alguna, sino que siempre está amenazado por la caída en la nada. Pero los destinos de los hombres se entrelazan: tampoco el no-creyente vive dentro de una existencia cerrada en sí misma, ya que incluso a aquel que se comporta como positivista puro, a aquel que ha vencido la tentación e incitación de lo sobrenatural y que ahora vive una conciencia directa, siempre le acuciará la misteriosa inseguridad de si el positivismo siempre tiene la última palabra».

Y sigue: «Como el creyente se esfuerza siempre por no tragar el agua salada de la duda que el océano continuamente le lleva a la boca, así el no creyente duda siempre de su incredulidad, de la real totalidad del mundo en la que él cree». Porque «siempre le acuciará la pregunta de si la fe no es lo real. De la misma manera que el creyente se siente continuamente amenazado por la incredulidad, que es para él su más seria tentación, así también la fe siempre será tentación para el no creyente, y una amenaza para su mundo al parecer cerrado para siempre».

«En una palabra —concluía Ratzinger—: nadie puede sustraerse al dilema del ser humano. Quien quiera escapar de la incertidumbre de la fe, caerá en la incertidumbre de la incredulidad, que no puede negar de manera definitiva que la fe sea la verdad. Sólo al rechazar la fe se da uno cuenta de que es irrechazable».